25 sept 2008

Diálogo sobre el Republicanismo | Maurizio Viroli


El republicanismo tiene diferentes interpretaciones; el mío es ‘realista’, es decir, no pasa por alto el hecho de que los individuos viven realmente con pasiones e intereses. El republicanismo es una interpretación particular de la libertad política, diferente del socialismo, del democratismo y del socialismo.

Se puede hacer cultura republicana con un partido demócrata, con otro socialista, etc. Pero la pregunta que hace siempre el republicano es la pregunta por la libertad y por la ley. Si se quiere libertad regida por la ley (y no por los intereses particulares de un grupo) entonces se es republicano.

Libertad para un republicano significa ‘no tener dueño’, ‘no ser dependiente’ y no importa si el dueño es bueno; el solo hecho de vivir bajo un dueño quiere decir que no se es libre. El miedo produce un ‘ánimo servil’ y por lo tanto provoca que no se pueda se libre. Por eso el republicanismo proclama que en la comunidad política lo fundamental es la ley. En eso no hace más ni menos que seguir la tradición política clásica. Como decía Cicerón, ‘somos siervos de la ley para no ser siervos de los hombres’.

Hay tres conceptos centrales en el republicanismo: ‘virtud civil’, ‘caridad’ y ‘patria’.

Para ser libres ha de poder desarrollarse la ‘virtud civil’, concepto que halló su formulación en Maquiavelo. ‘Virtù’ no es un concepto moral (no se trata de ser ‘bueno’, en un sentido ingenuo), sino político, la virtud republicana es efectiva y pertenece al ámbito del interés público. Pero conviene concretar que la virtud civil debe ser educada, preparada, y que no nace en un día. De ahí la importancia de la enseñanza como ámbito de creación de ciudadanía.

El otro concepto fundamental que sustenta mi teoría del republicanismo es el de la ‘caridad’, situada más allá de la justicia. La caridad sólo pueden emprenderla los fuertes. Caridad es una virtud civil que consiste en ‘la cura del bien público’.

La tercera de las grandes palabras del republicanismo es ‘patria’, un concepto que debe ser entendido a partir de la afirmación de Rousseau: ‘sólo tiene patria quien vive en una nación libre’. Es decir, el patriotismo significa la defensa de la libertad y de la ley que para Rousseau es ‘garantía de la libertad común’. La patria no es un ‘lugar natural’, sino un espacio con leyes, un espacio donde se realiza el bien común.

El patriotismo es la pasión por la libertad y de ahí que una patria libre sólo puede contar con la fuerza y el espíritu cívico de aquellos entre sus propios ciudadanos deseosos de ser libres. Por eso el patriotismo (cívico) se contrapone al nacionalismo (étnico). Por eso el patriotismo no pide una lealtad ciega sino una lealtad crítica.

La nación no implica la participación en un origen étnico –o en un idioma–, sino en un proyecto de libertad y de vida en común regida por el Derecho. [En su PER AMORE DELLA PATRIA, PATRIOTTISMO E NAZIONALISMO NELLA STORIA (1999, 2ª ed, 2001), Viroli, retoma una idea de Lipsio en el DE CONSTANTIA: ‘nuestro amor a la patria (amor et charitas), no proviene de la naturaleza, sino de la convicción de la que la patria es la garantía de nuestra vida y de nuestra propiedad’, (p. 48)]

En contraposición a otras teorías el republicanismo no es una teoría racional sino que considera al hombre movido por pasiones. La pasión cívica, la pasión por la libertad, es el fundamento del patriotismo.

El uso republicano de la palabra ‘caridad’ tal vez pueda sorprender porque también Benedicto XVI ha escrito ‘Deus est charitas’. Pero muchos republicanos son también cristianos: la caridad republicana consiste en ser un buen ciudadano y, de hecho, los católicos republicanos tienden a ser al mismo tiempo cristianos y anticlericales. El republicanismo tiene algo de religión en la medida en que es comunitario; pero es una ‘religión de la libertad’, incompatible con los privilegios y con la sumisión de la conciencia ante nadie (sacerdote o no). En este sentido el republicanismo es laico, cosa que no significa necesariamente anticlerical. Para que una sociedad sea libre ha de estar viva también la conciencia social.

Por lo demás el republicanismo –a diferencia de la teoría de Habermas- no cree en el consenso, sino en el disenso. Como Mill, considera que cuanto mejor es una sociedad, más diversa es.

El pensamiento republicano implica un saber, en tanto que experiencia política, que tiene una base histórica; en este sentido la historia es eficaz no tanto como memoria (aunque toda república debe honrar la memoria sus héroes cívicos), sino como forma de aprendizaje de la libertad. Para un republicano, la virtud civil no es el fin sino el medio para la libertad.

Los republicanos no son cosmopolitas, no hay que destruir las naciones sino mantenerlas libres. La condición necesaria para la secesión es que esa sea la única posibilidad real para que los ciudadanos mantengan su libertad. Si un Estado central es despótico y no puede dejar de serlo (si todos los partidos de ese Estado central están de acuerdo en que, por encima de cualquier diferencia, en esquilmar una región, en escarnecer otra lengua, otra cultura, etc.), entonces para mantener su libertad pueden autodeterminarse.

Si la razón para hacerse independiente es no pagar impuestos, entonces no hay razón. Pero si la razón para hacerse independiente es ser más libre, entonces si la hay.

Finalmente dos cuestiones: ¿cómo se hacen republicanos?, y ¿cuál es la relación entre republicanismo y democracia?

Se hacen republicanos de tres maneras. En primer lugar, dando ejemplo, mostrando que se puede vivir dignamente la propia vida guiado por la libertad y la virtud civil. En segundo lugar haciendo buenas leyes, promocionando leyes que sean útiles al bien común y no a una sola parte de la sociedad. Y finalmente se hacen republicanos mediante la educación y los rituales republicanos, creando símbolos y fiestas republicanas, fortaleciendo el sentido de pertenencia y de convivencia. Así honrar a los héroes y celebrar la fiesta nacional promociona la cultura cívica.

En la medida en que el republicanismo pretende la creación de un ideal cívico, el republicanismo puede contribuir a superar la distancia entre la política y la ciudadanía. El abstencionista político deja de votar porque considera que nada de lo que discuten los políticos incumbe a su vida cotidiana. Pero la mejor forma de luchar contra esa idea es hacer real un espacio cívico donde se vean reflejadas las necesidades de los individuos reales. Al proponer un ideal político, el republicanismo interesa a los jóvenes. Si la política no capta el interés de los jóvenes es porque la ven ‘demasiado realista’ y falta de ideales. El republicanismo, en cambio, considera que realizar en el concreto la virtud republicana es un ideal que implica a todos. No se puede prescindir de la utopía en política sin producir el desánimo. Eso no quiere decir que el republicanismo considere que la política es toda la vida, ni que todo en la vida sea político. Simplemente una vida sin política es más pobre.

En cuanto a la diferencia entre republicanismo y política, hay que insistir en que democracia es el ‘gobierno del pueblo’, mientras que republicanismo es el ‘gobierno de la ley’. Los republicanos no creen que el pueblo tenga razón por el solo valor del número sino por la fuerza de la ley y de la libertad común. Sin cultura republicana no hay una buena democracia.


Maurizio Viroli 
Extracto de una conferencia en el Ateneu Barcelonès, del 15 de septiembre de 2007.

24 sept 2008

El sentido de la historia en El Arca Rusa de Aleksandr Sokurov | Nicolás Ocaranza



El Arca Rusa de Alexandr Sokurov es un magnífico espejismo, una imagen histórica evocada en una sola toma y secuencia audiovisual que no necesitó de montaje para el registro cinematográfico. La película, rodada en video de alta definición en el actual museo Hermitage de San Petersburgo, se despliega en un continuum, sin interrupciones ni quiebres de lo que parece ser la evocación de un tiempo perdido. Esta obra se convirtió en el largometraje filmado ininterrumpidamente más extenso de la historia del cine, gracias a una steadicam que rodea y sigue a los múltiples personajes de la corte que van apareciendo a lo largo de la trama, así, las imágenes de la historia imperial de Rusia flotan a través de las galerías del museo y se disuelven continuamente como si fueran capítulos de un sueño difuminado.

El marqués de Coustine, un diplomático francés del siglo XVIII, inicia este recorrido por la historia rusa adentrándose en las salas del antiguo Palacio Imperial. En su trayecto, que se despliega como un viaje por el tiempo, va encontrando los vestigios de Rusia en los distintos salones, habitaciones del palacio y personajes con quienes se cruza. Una sugerente escena muestra un diálogo entre Coustine y un noble ruso, en la que el marqués ataca incesablemente a la cultura rusa. Más adelante, en lo que parece ser una trampa del tiempo o una escena anticipatoria, el marqués se desvía a través de una puerta equivocada y se encuentra en un frío taller al aire libre en medio de la nieve, y escucha atónito una descripción de los horrores del siglo XX que aún no han ocurrido.

Sokurov, que siempre se ha interesado por temas históricos, ha señalado que su intención en esta película era captar el flujo del tiempo en un estilo cinematográfico, con un lenguaje que sugiere el fin de una época de esplendor y la destrucción de los valores de la sociedad aristocrática. Precisamente eso es lo que El Arca Rusa logra, al observar con una inquietante intromisión la vida privada y la caída de los principales monarcas de Rusia como Pedro el Grande, Catalina II y Nicolás II, quienes no se percatan de estar siendo observados por un narrador que los interpela continuamente. Esto plantea al espectador la contradicción que enfrentaron los gobernantes, el desconocimiento o ceguera de la efervescencia política y los cambios culturales que estaba viviendo la sociedad rusa y por extensión, la europea, frente a la comodidad y estabilidad de la vida palaciega. Estos destellos del pasado evocan un sentido de la historia que es a la vez íntimo y distanciado, en definitiva, doliente, pues la visión que entrega Sokurov refleja que tanta vida, tanta belleza, se desvanece en las brumas del tiempo.

El Arca Rusa es una historia de fantasmas, personajes que obnubilados por su propio mundo fueron sorprendidos y arrasados, no es extraño entonces, que el lugar físico en donde transcurren las acciones sea en la majestuosidad del Hermitage, museo que es el orgullo de San Petersburgo y el custodio o depósito (el Arca) de la historia y la cultura de Rusia. Por ello, el paso por las distintas locaciones como el Palacio de Invierno (la antigua residencia de los zares) o la breve ojeada a la vida y obra de Alexander Pushkin muestran una visión evidentemente nostálgica del pasado, que para algunos podría ser interpretada como reaccionaria. Sobre todo si se tiene en cuenta que la película es narrada en un soplo reflexivo, por un artista contemporáneo que despierta para encontrarse a sí mismo en el antiguo régimen. Sokurov realiza un recorrido por el tiempo histórico siguiendo el trayecto de la memoria. Las imágenes aparecen como un lento suceder a medida que el personaje central transita por espacios recobrados. Esta película no solo posee destellos notables de imaginación, sino también nos lleva a pensar en el sentido de nuestros recuerdos; en las imágenes que marcan nuestra memoria y que aparecen con el paso del tiempo.

La película culmina con una recreación del último gran baile real celebrado en honor al zar Nicolás II en 1913, poco antes de la revolución bolchevique. La pompa y el nacionalismo quedan en evidencia al escuchar la música de una orquesta sinfónica que interpreta piezas de Glinka (compositor que años antes homenajeó al imperio con su obra “Una vida por el zar”) que acompañan a los cortesanos en la danza mazurca.

Esta última exhibición de la riqueza y el privilegio es tan compleja que sería equivocado reducir la mirada de Sokurov a una simple nostalgia de la era prerrevolucionaria de zares y siervos. Al contrario, esta extraordinaria secuencia evoca aún más poderosamente la ceguera histórica de una aristocracia dichosa, que ha olvidado que se encuentra de pie en arenas movedizas.
Nicolás Ocaranza

18 ago 2008

Entrevista a Simon Schama y Eric Hobsbawm | David Frost



DAVID FROST: Simon Schama's concluding series of A History of Britain starts on BBC2 on Tuesday and if the last two series are anything to go by it will attract a terrific audience. But it's not just on the BBC that history programmes are doing well, they're in vogue on all channels, including the History Channel. This new series covers more than 200 years and takes us up to the present day.
DAVID FROST: Well we're joined right now by the presenter of A History of Britain, Professor Simon Schama. Simon, welcome.
SIMON SCHAMA: Hello David.
DAVID FROST: And congratulations on the success of the series so far.
SIMON SCHAMA: Thank you.
DAVID FROST: And we're joined by Professor Eric Hobsbawm, arguably Britain's most distinguished living historian. Eric welcome.
ERIC HOBSBAWM: Thank you very much.
DAVID FROST: Let's start with the great thing which is sort of proven, partially and mainly by the History of Britain but by other series as well, that there does seem to be is history the new cookery, as they say and so on. There does seem to be a real taste for, a thirst for history on television on the moment, that the series do well and are well responded to and there seems to be more and more. How do you account for that - apart of course from the brilliance of the people who do it at the moment.
SIMON SCHAMA: That goes without saying. It's long simmered stew, it's not fast food. I actually think that history has fed off the restlessness of cyber space, of kind of the frantic, segmented nature of the way we lead our lives. People want to be connected. They want to know where we are, who we are, it gives you a bit of moorings. It slows down time just a little bit, connects you to a longer reach of time. It's like a, you know, I wouldn't say it has a sedative effect - you don't want people to go to sleep, it should be exciting as well - but it's storytelling and argument, storytelling and thought, and it just does give us a longer span than a five minute segment in which we lead, seem to lead a lot of our life.
DAVID FROST: Eric, do you think that's true? Do you think that history on television speaks to the restless souls?
ERIC HOBSBAWM: Yes I think it's a protest against forgetting. I mean our society is geared to make us forget. It's about today when we enjoy what we ought to; it's about tomorrow when we have more things to buy, which are different; it's about today when yesterday's news is in the dustbin. But human beings don't want to forget. It's built in to them.
DAVID FROST: History is part of their DNA is it?
ERIC HOBSBAWM: I think relating to the past, their own past and the general past, is part of the DNA. You can see this when a few months ago they opened the census of 1901 and the computers were completely drowned with millions of people who wanted to find out what their ancestors had done a hundred years ago.
SIMON SCHAMA: That was what Herodita said, you know, who started it all on Western history, is that he also said 'so that deeds of the Greeks and Persians will not be wiped from time,' says his first self-promoting paragraph, and it remains as true now as it was then.
DAVID FROST: And you said that television is very good for making a story into a drama and so on, for combining that with argument and so on.
SIMON SCHAMA: That's the aim, I think. I mean, again, from the very beginning, history wasn't content simply to be nostalgic fairytales, it wanted to make you think. But it introduces, what I would call, debate by stealth. It needs to kindle the imagination, hook you on the kind of drama of the story, but then it wants to say and now we will say why should this matter for our life, for our children, for our grandchildren.
DAVID FROST: Is there a division here between Eric or are they, do they come together, different media? I mean are there things that you can do on television you can't do in a book, or vice versa?
ERIC HOBSBAWM: Well the biggest value of television for history is actually about the present, about the 20th century. You can do very little in history programmes before photographs. You can do hardly anything really before films. So it's really for the 20th century that TV is a different kind of medium for history, we live it. Nevertheless, there are things you can do. I'm not so sure about the argument - you need to have a presenter as good and, if you like, you know, as much of a stage presence as Simon, to conduct people, to conduct argument and narrative on television. Pictures themselves, images themselves, don't have continuity and argument. Nevertheless, people need pictures.
DAVID FROST: It is more difficult when you go back though.
SIMON SCHAMA: It is, but I think actually - that's why I'm so grateful for having an extraordinary team of directors, of cameraman, they are all being historians in their way. There are moments when you can - images do speak - we use, for examples, Rubens's great propaganda series of paintings, commissioned by Charles I to glorify the reign of his father, James I, where he appears literally in the process of becoming a god. Only through those pictures, really, was this preposterous fantasy plausible. So the ways you can actually tackle, the way images or architecture or stained glass windows, can be made to be eloquent, they can be made to conduct a debate if you get them right.
DAVID FROST: And you're working, of course, on the history, Eric, the history of Eric Hobsbawm. You're writing your autobiography - is that like any other historical project? Or unlike anything you've done before?
ERIC HOBSBAWM: Well, if you like it's a flipside of the history of the 20th century which I wrote, and it does help to explain, to some extent, not merely the experience of the historian, which is essential, because historians only write the answers to the questions they themselves ask, which are the questions their times ask of some people. It's, if you like, an important thing. I found it interesting and I hope other people may find it interesting - by the way it's coming out in September.
DAVID FROST: Well everybody will be looking forward to that, and to your new series. Was it different - we're talking there about Eric's actually writing the history of his own life - when you get in the middle of history yourself, like with the Queen Mother's funeral, is that a different, a different response you've used to that?
SIMON SCHAMA: It is, it is a different response, you'll see it, but it is, in a sense which you're connecting to the sense of where home is, it comes from the same psychology and the same emotions, in a weird way - I'm just an old fogey, I guess.
DAVID FROST: Thank you both very much indeed for being with us. Many, many thanks.

Entrevista realizada en el programa "BBC Breakfast with Frost" el 26 de mayo de 2002.

10 ago 2008

Las elites chilenas, de ayer a hoy | Alfredo Jocelyn-Holt


Lo que hay que explicar

El dato duro e insoslayable es que en Chile, a diferencia de otros países hispanoamericanos, un solo grupo social alto presidió y estructuró la sociedad por 300 años, desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XX. Y eso que nada dura tanto tiempo en este país.

Algunos gustan llamar a este núcleo dirigente, aristocracia, oligarquía, clase alta, o derecha política y económica. Términos que más que explicar, simplifican un fenómeno histórico más complejo. Los apellidos y fortunas tradicionalmente más encumbrados, desde luego, varían en estos tres siglos. La llegada de los vascos en el siglo XVIII, y las nuevas fortunas mineras y comerciales en el XIX, demuestran que la vieja elite no se redujo nunca a un grupo cerrado que impidiera su renovación. La novela Martín Rivas (1860) trata precisamente esto: cómo el grupo dirigente se nutre periódicamente de nuevos entronques. Tendencia que siguió dándose a lo largo del siglo XX con otros contingentes de inmigrantes y con eximios profesionales de clase media que nunca dejaron de ser admitidos, conforme a viejas estrategias de cooptación, preferentemente por vía matrimonial.

Así como nuestra elite tradicional supuso más movilidad social de lo que normalmente se cree, tampoco corresponde tacharla de reaccionaria. A veces puede que haya sido más conservadora, auspiciara gobiernos fuertes y un Estado autoritario. Las más de las veces, sin embargo, empapada de un liberalismo cívico e ilustrado, profundo y convencido, prefirió un poder más bien compartido, partitocrático y parlamentarista, crítico de un presidencialismo todopoderoso.

El punto crucial, por tanto, es que a lo largo de nuestro envidiable trayecto político presidido por este núcleo dirigente, lo esencial jamás varió o se le traicionó. No se dejó nunca de apostar, por ejemplo, a favor del republicanismo, de instituciones públicas laicas y meritocráticas de educación, y desde que fuera posible, de que nos industrializáramos. Todo ello, además, ciñéndonos a una estricta continuidad institucional con, a lo sumo, escasísimos quiebres que, luego que ocurren (1829, 1891, 1924), no tardan mucho en repararse exitosamente.

Un récord formidable que habría que atribuírselo a alguien, a sujetos de carne y hueso. Dudosamente a "Chile" o a la "Patria", como un todo indiferenciado, vaporosamente alquímico, como nos gusta declamar en nuestras ceremonias y arranques más nacionalistas. Y aun menos si, durante estos 300 años, no dejamos nunca de ser una sociedad señorial en que se controló férreamente la participación política, incluso durante gran parte del siglo XX repartiendo y cuoteando el voto electoral entre los grupos organizados en partidos.

Tampoco, un logro atribuible a viejas corporaciones, como a la Iglesia o a los militares, a los que se ha tenido que poner a raya una y otra vez. Sea que hemos ido secularizando nuestra educación y cultura, o, en lo referente a los militares, después de un rato, teniendo que mandarlos de vuelta a los cuarteles y profesionalizarlos. Por último, no podemos adjudicar nuestros avances político-históricos tradicionales a la clase media o al mundo popular. Obviamente, han carecido del peso suficiente para ello, salvo en la segunda mitad del siglo XX, período que, por lo demás, no se destaca precisamente por lo estable.

Por qué una sola elite

Dicho todo lo anterior, ¿por qué si hay tanta movilidad ascendente a "lo Martín Rivas" en círculos dirigentes, cabe insistir en que se trataría de un solo núcleo social?

Precisamente por lo ya dicho, porque no se trata de una aristocracia, de un mismo grupo ensimismado con sus pergaminos y genealogías, heredando y traspasando su poder. De haberse limitado a ello el desgaste habría llegado muy rápido y seguramente se les habría sacado de escena a fuerza de corvos y guadañas, a falta de guillotina. Todo lo nuevo y moderno que se fue introduciendo, conspiraba, además, en contra del Antiguo Régimen, versión criolla. El republicanismo promovía la igualdad y soberanía popular, ideales originalmente jacobinos. Lo mismo podría señalarse respecto a los otros fenómenos modernos -en potencia revolucionarios- como la urbanización, la industrialización y la apertura comercial hacia fuera. Ninguno de los cuales, sin embargo, la elite tradicional objetó; por el contrario, los hizo suyo y lideró a la par que desechaba apoyos típicamente "latinoamericanos" y reaccionarios como los caudillismos militares y la Iglesia.

A la elite dirigente tradicional hay que entenderla, pues, como un paradigma de conducta sociopolítica sofisticada y curtida, más que un contingente hermético de unas cuantas familias con prosapia y latifundios. Lo anterior, insospechable inicialmente. A mediados del siglo XVII, se reducía a unos cuantos patrones de fundo bastante elementales, tan primitivos y rudos como las circunstancias límite que los llevaron a arrancharse en medio de un peladero espectacular y salvaje pero improductivo, carente de mano de obra (indios no había), como lo era entonces el Valle Central. Pero un grupo que, por la misma pobreza y chatura extrema de estas haciendas, no dejó nunca de tender sus tentáculos hacia la ciudad, se involucró en comercio exterior (exportando cebo y trigo), y participó en las distintas esferas institucionales que la Corona fue creando. Es más, a sabiendas de que eran "criollos"-unos europeos trasplantados, nacidos en América-, no queriendo romper con su origen trasatlántico, civilizándose.

Esta es la historia que me he propuesto narrar y analizar en el recién aparecido tomo III de una Historia General en seis volúmenes. Primer atisbo de una estrategia que seguirá su curso durante los siguientes tres siglos, en que no deja de operar justamente el mismo esquema. Dominio indiscutido en el agro, lo que les permitirá transformarse de "amos" fácticos en "dueños y señores" legítimos, rara vez ejerciendo violencia y menos con arbitrariedad. Por el contrario, concretando sólidos lazos de lealtad con sus empleados mestizos (inquilinos), lo suficiente como para que en 300 años no se produjera ninguna rebelión campesina. Dicho de otro modo, "El Señor de la Querencia" es un mito falaz, fácil de refutar.

Tan así que estos "amos y señores", luego de que constituyen la sociedad embrionaria rural, se hacen del poder total que accidentalmente cae en sus manos tras el colapso imperial en 1810. Devienen en sujetos políticos "patricios", arman la República a punta de constituciones, parlamentos, partidos, liceos y universidad, en suma, comprometiéndose con la cosa pública. No vaya a creerse que épicamente (salvo durante la guerra de Independencia), sino, más bien, de manera prosaica, fría, calculada, transaccional y políticamente inteligente. Sirviéndose de la docilidad del grueso de la población rural que luego convierten en votos hasta que la Reforma Agraria se los "expropia". Aceptando todo lo que los nuevos tiempos les podían ofrecer. Si encuentran plata en Chañarcillo, en ése y otros negocios similares se meten. Si hay que hacerles la guerra a Perú y Bolivia ni titubean, se vuelven imperialistas y se hacen de territorios y riquezas que desesperadamente necesitábamos.

Y así sucesivamente hasta no hace mucho. Siempre sumando a su favor, cooptando, incluso lo que podía serles una amenaza fatal. Siempre con un pie en el mundo rural tradicional, autoritariamente quieto ("El Peso de la Noche"). Lo cual les reportaba seguridad plena para, en cambio, en la ciudad, explayar su "otro lado" liberal, cosmopolita y pluralista. En efecto: un poco esquizofrénicos, pero no hipócritas. Se la creían de verdad. Su propia sobrevivencia les aconsejaba y exigía esta flexibilidad.
De ahí que promovieran la ampliación del sufragio (¡los conservadores!), auspiciaran las primeras leyes sociales, integraran a miembros del Partido Radical en sus gobiernos, y aceptaran incluso a comunistas en el Congreso. Al igual que en 1810, en 1939 corearán: ¡Corfo queremos! (Papelera incluida). Si había que volverse un poco reformistas y salvarse del allendismo: está bien que fuese Frei el 64, qué le vamos a hacer. Ya antes habían cooptado a Arturo Alessandri, a González Videla, y más o menos a Ibáñez (metiéndole el gol monetarista de la Klein Sacks). Si hasta incluso los liberales (liderados por Goyo Amunátegui) lo volvieron a pensar en 1964 respecto a Allende. Pero, ya el esquema archirepetido, dejó de funcionarles. La guerra fría, el sectarismo resentido anti-elitista demócratacristiano, y la escalada ideológica revolucionaria, terminaron con el grupo señorial y su lógica pragmática, siempre abierta a negociar. Desaparecieron los viejos partidos de derecha; los nacionalistas se impusieron y el núcleo tradicional, cosa extraña históricamente, se desesperó y se sumó sin reservas a una dictadura militar como pocas.

Las nuevas elites y el establishment

Desde aquel entonces ya no cabe hablar de "la" y "única" elite tradicional. Requiescat in pace. No porque algunos apellidos vinosos todavía suenen, ello significa que las viejas "lógicas" siguen vigentes en la actualidad. Si en el pasado los abuelos sabían que, dejando varios fundos, le garantizaban a su descendencia un buen pasar y poder político (votos) por varias generaciones, eso ya no corre. Mucho más eficaz, a la larga, es saber llenar el currículum vítae de rigor: colegios "top", Ingeniería Comercial, MBA… El "Fra Fra" Errázuriz lo explicó muy bien años atrás: él no heredó nada, fue juntando "pollito tras pollito" hasta que se hizo de un "capital", en su momento considerable, luego ni tanto. Lo que es Sebastián Piñera Echenique, cada vez que se refiere a su historia familiar, ni pestañea cuando la califica de "clase media". 
Los grandes trastornos, tanto políticos como económicos que siguen a los años 1960 y 70, revolucionan enteramente el mapa elitario chileno. Surgen nuevos liderazgos que llenan el vacío dejado por la desaparición de la elite tradicional. Durante la dictadura se advierten tres nuevos ejes de poder: los militares, la Iglesia y el mercado. De estos tres, el más inédito es el último; de ahí surgen no sólo nuevas fortunas sino también un empresariado técnico gerencial a escala no comparable a lo que existía antes. Con todo, la Iglesia y los militares van a ser novedosos en la medida que, tampoco antes, ejercieron tamaña influencia; entre 1973 y 1988 fueron casi los únicos sujetos políticos en este país.

Es más, se ha afirmado, muchas veces, que este nuevo liderazgo militar-empresarial-eclesiástico opera fácticamente; es decir, su actuar no es público, ni objeto de fiscalización. Tampoco es político en sentido estrictamente convencional. Actúa no por persuasión. Sus miembros, en tanto representantes de grupos de interés o fuerza, ejercen su gravitación de modo más corporativo que personal. En cambio, la elite tradicional fue siempre más personalista; su afán por querer ser más "aristocrática" exigía que sus miembros se individualizaran con nombre y apellido.

Pero, el período de la dictadura es clave no sólo porque posibilita esta renovación neocorporativa de las elites. Recordemos cómo el régimen militar, a fin de suplir la ausencia de un ámbito político-público institucionalizado, fue tolerando un espacio creciente de "figuración" mediática. Estoy pensando en las revistas de papel cuché que uno lee en las peluquerías y en que se retrataba al "jet set" (el antepasado prehistórico de nuestra actual Farándula) entremezclado con entrevistas a gobiernistas y, en casi siempre igual cuota, a los entonces opositores. Esquema que, en su momento, fue celebrado como "aperturista" y que nos introdujo a buena parte de las nuevas "caras" que, con posterioridad, más que protagonizar, han estado "escenificando" la Transición.

Hay que concederles, que en este último plano, los opositores a la dictadura fueron mucho más diestros; por eso quizá vienen gobernando desde hace casi ya dos décadas. Tras bambalinas, en ONGs (ahora los llaman think tanks); luego, a través de agencias de publicidad y eventualmente en empresas de "estrategia comunicacional", al punto que se fueron constituyendo en un nuevo eje elitista. Conste que, también, expertos en ejercer poder de manera "fáctica", poco transparente; ¿qué, o si no, es lo que hacen los "lobbistas" o los que trabajan en "segundos pisos"?

Ahora bien, el conjunto total de estas distintas y nuevas elites, podría denominarse, a falta de otro mejor nombre, "establishment". El término fue usado por primera vez por la revista inglesa The Spectator en la década de 1950. Aludía a un fenómeno más vago, amplio y cambiante que una clase social alta. Se accedería a él de distintas formas. Por nacimiento, educación, influencia política, riqueza, como también padrones de consumo y el frecuentar los espacios de sociabilidad cada vez más disponibles. Lo crucial es que ya no importaría tanto el estatus heredado del individuo en cuestión como el que, entre los demás entendidos, se le reconociera como uno más entre tales, igual de confiable y cómodo con este mismo orden social establecido y sus reglas. En suma, una suerte de club ampliado, abierto, en constante renovación de su membresía.

Esto último, un aspecto clave. Por eso sus diversas manifestaciones plutocráticas y de consumo conspicuas, todas las cuales dan cuenta de una movilidad social, nunca ante vista, en las más altas esferas. Nuevos ricos, ricos de nuevo, nuevas alianzas estratégicas, nuevos malls, nuevos barrios in, nuevas parroquias, nuevos developments, nuevos colegios, nuevos clubes de golf, nuevos balnearios, nuevos resorts, nuevos modelos de autos de lujo, nuevos cementerios… En definitiva, todo ¡muy, pero muy nuevo! En el mejor de los casos, globalizados si es que no transnacionalizados. Ser verdaderamente rico en Chile supone, de un tiempo a esta parte, aparecer en los listados de la revista Forbes aún cuando no se haya sido rico más allá de dos generaciones para atrás.

Evidentemente, un mundo enteramente distinto, con criterios de definición y sentido político totalmente ajenos a la antigua elite. Mundo demasiado novedoso, quizá, como para augurarle quién sabe cuánto tiempo más de duración. Tema que, en todo caso, abordaré en el sexto y último volumen de mi Historia General, es decir, todavía muy en el horizonte aunque, a la vez, muy actual y presente. En fin, tema que hay seguir mirando y pensando.

Alfredo Jocelyn-Holt