El 19 de junio de 1498, un joven de 29 años llamado Niccolò Maquiavelo asumió el cargo de segundo canciller de la República florentina. En esos tiempos, los cargos diplomáticos y de gobierno no solo eran asignados a quienes demostraran una probada experiencia sino que se esperaba de los aspirantes un elevado nivel de competencias en las disciplinas humanistas.
Los studia humanitatis, cuyos contenidos provenían de las obras de autores griegos y romanos, llegaron a ejercer una efectiva influencia en las universidades, en el gobierno y en toda la vida pública florentina. Los maestros humanistas, concientes del rol que cumplía la elite en la vida política, esperaban que sus alumnos dominaran el latín, la retórica y estudiaran la historia antigua y la filosofía moral.
De acuerdo a lo que había expresado Cicerón en su Tratado de la República, los florentinos creían que esos estudios constituían la mejor preparación para la vida política puesto que alimentarían los valores cívicos necesarios para servir a un país, fortalecían la convicción de que el interés privado debía estar subordinado al bien público, a la vez que alentaban a los gobernantes a luchar contra la corrupción y la tiranía. La virtud debía ser la única ambición que movía a los hombres a trabajar por el gobierno de una República: una utopía renacentista que hoy deberíamos recuperar.
Los studia humanitatis, cuyos contenidos provenían de las obras de autores griegos y romanos, llegaron a ejercer una efectiva influencia en las universidades, en el gobierno y en toda la vida pública florentina. Los maestros humanistas, concientes del rol que cumplía la elite en la vida política, esperaban que sus alumnos dominaran el latín, la retórica y estudiaran la historia antigua y la filosofía moral.
De acuerdo a lo que había expresado Cicerón en su Tratado de la República, los florentinos creían que esos estudios constituían la mejor preparación para la vida política puesto que alimentarían los valores cívicos necesarios para servir a un país, fortalecían la convicción de que el interés privado debía estar subordinado al bien público, a la vez que alentaban a los gobernantes a luchar contra la corrupción y la tiranía. La virtud debía ser la única ambición que movía a los hombres a trabajar por el gobierno de una República: una utopía renacentista que hoy deberíamos recuperar.
Nicolás Ocaranza