Hegel sostuvo que el búho de Minerva eleva su vuelo en el crepúsculo. Muchas veces, las formas de conocimiento más acabadas se desarrollan cuando su objeto de estudio ya ha comenzado a perder vigencia. En este sentido, no es extraño que las Crónicas de Jean Froissart, quizás una de las mejores fuentes para aproximarnos al ideal caballeresco, hayan sido escritas ya avanzada la serie de conflictos llamada Guerra de los Cien Años, período en el cual fueron puestas en jaque las formas caballerescas de guerrear y en entredicho el propio ideal caballeresco. Quizás, la labor de Froissart se encontraba motivada por la idea de rescatar los valores de un mundo cuya magnificencia pudo apreciar en su juventud. Así, el mismo prólogo de la obra contiene un llamado a los jóvenes a hacerse parte del mundo de la caballería y a alcanzar, mediante el camino de las armas, la fama que da la proeza.
Estas orientaciones pueden ser explicadas, en parte, por la biografía del autor. Si bien Jean Froissart (1337-1410) desarrolló, en forma interrumpida, la carrera eclesiástica, era un hombre de corte antes que un religioso. Protegido de Jean Beaumont en Francia, viajó a Inglaterra, donde se puso a las órdenes de la sobrina de su protector, Philippa de Hainaut, esposa del rey Eduardo III. A ella presentó una primitiva versión de sus Crónicas, hacia comienzos de la década de 1360, transformándose en una suerte de cronista oficial de la corte. Como protegido de la familia real inglesa, viajó por gran parte de Europa, relacionándose con poderosos y connotados personajes llegando a tratar incluso con Petrarca. En este período se prendó de la magnificencia de la corte de Eduardo III, un consciente cultor de la estética y valores caballerescos. Incluso llegó a escribir una novela de caballería de inspiración artúrica, titulada Meliador. Tras la muerte de Philippa, su protectora, volvió a Francia, desempeñándose como canónigo y tesorero de Chimay. Murió, seguramente, entre los años 1404 y 1414.
Estos hechos pueden haber influido en las características de su obra, colaborando en la creación de una orientación filoinglesa, presente sobre todo en las primeras versiones del Libro I de las Crónicas. Sin embargo, la influencia de la vida cortesana y del ideal caballeresco también permearon la misma estructura de la narración. Las Crónicas se encuentran divididas en cuatro libros, que tratan, principalmente, los acontecimientos de la Guerra de los Cien Años entre las décadas de 1320 y 1390. Cada uno de estas divisiones se abre y cierra con acontecimientos de la realeza o de carácter militar.
Como sostuvo Stephen Nicholls, en la obra de Froissart “los hechos históricos no son ordenados por sus propios motivos, sino por sus efectos benéficos para el presente”. La historia se torna una especie de maestra de vida, capaz de ofrecer lecciones para el lector. No se trata, eso si, de enseñanzas morales de carácter religioso. Por el contrario, Froissart, calificado por Huizinga como enfant terrible, “recomienda la valentía sin ninguna motivación religiosa o expresamente ética, sino por la gloria, por el honor y…por hacer carrera”.
La providencia es casi ajena a la historia relatada en las Crónicas de Froissart, no vemos en ellas la mano de Dios moviendo los hilos de la historia. Su interpretación general de la historia universal, aun cuando comienza haciendo alusión a las Sagradas Escrituras, escapa de cánones religiosos y pasa a ser ordenada de acuerdo a la capacidad de ejercicio del señorío y del dominio, y de cómo estos han pasado de un reino en otro a lo largo del tiempo. La piedad pasa a ser una característica más del buen caballero. Los “asuntos de la iglesia”, apenas son tratados en la obra y cuando son mencionados, no escapan al juego de poderes y conveniencias, a la búsqueda del dominio. Huizinga sostuvo que “el espíritu del renacimiento, el anhelo de una vida bella en el sentido de la antigüedad”, tenía sus raíces en el ideal caballeresco. Quizás las Crónicas de Froissart prefiguran una historiografía renacentista más secularizada, que centra su atención en la actuación de los hombres y su búsqueda de la fortuna. El foco de atención se centra en la acción de hombres notables, sus alternativas y decisiones en momentos claves, siempre en pos de una victoria de carácter espectacular.
El énfasis principal de Froissart está puesto en la descripción de las batallas y en especial en las proezas realizadas en ellas. Al comenzar la obra el autor insiste en su afán de que queden registrados para su presente y para los tiempos venideros “las grandes maravillas y los hermosos hechos de armas que han ocurrido por las guerras de Francia e Inglaterra y de los reinos vecinos”. Incluso al tratar la Batalla de Crécy, hito de la historia militar europea, en la que formaciones de arqueros y lanceros ingleses a pie derrotaron a los caballeros franceses, el autor se detiene a resaltar importantes acciones individuales de los caballeros.
La idea de hermosura, aplicada a las actividades guerreras denota una fuerte orientación esteticista de parte del autor, quien por sobre una narración que busque explicar prefiere deslumbrar, esto último a través del énfasis en la magnificencia de ciertas acciones. Esta misma búsqueda de la magnificencia se refleja en otro aspecto tratado en la obra. Nos referimos a sus descripciones de la vida cortesana, las que si bien dejan entrever las intrigas y los mecanismos políticos que funcionaban en ella, ponen un fuerte acento en su ritualidad y su boato como un tema de la mayor importancia en si mismo.
Es interesante contrastar estos aspectos de las Crónicas de Froissart con la descripción que realiza de una Jaquerie. En dicha situación, los campesinos sublevados son mostrados como una masa amorfa, guiada por un ciego afán de muerte y destrucción, un oscuro deseo de aniquilación total de los “hombres gentiles y nobles del mundo”. Los despectivos silencios al tratar las causas de este fenómeno y los motivos que movían a sus ejecutores se vuelven más impresionantes al constatar la gran extensión que el autor dedica en el mismo capítulo a tratar el rescate de unas “nobles damas”, en medio de estas convulsiones. La Jaquerie deja de ser un problema importante a ser tratado por si mismo, y se transforma en un desafío que pretende volver más loable y atractiva la acción de los caballeros, desarrollando en el contexto de la narración un papel similar al que podrían tener los monstruos en alguna novela de caballería. Sus protagonistas no son dignos de ser considerados personajes de la historia, diluyéndose en el anonimato.
Fuera de determinar lo hechos dignos de ser contados y los personajes merecedores de ser recordados y, quizás sobre todo, exaltados; los valores caballerescos y cortesanos determinan el criterio para seleccionar las fuentes de la obra. Junto a la Crónica de Jean le Bel, las fuentes de Froissart están compuestas principalmente por los testimonios de “hombres valerosos”, como caballeros, escuderos, reyes de armas y mariscales. El prestigio y el honor pasan a ser los criterios que determinan la fiabilidad de los relatos orales utilizados como fuentes.
Ante este modo de seleccionar y narrar los hechos, y teniendo en cuenta estos criterios de selección de las fuentes, no es extraño que hacia el siglo XIX la historiografía romántica haya ensalzado la obra y la de un carácter más positivista la haya denunciado. El mismo Jules Michellet se refirió a Froissart en forma despectiva como “el Walter Scott de la Edad Media”. El comentario de Michellet no deja de ser agudo, las crónicas de Froissart trasuntan una orientación historiográfica que se diluye en una literatura cuasi épica dominada por orientaciones esteticistas. La narración adquiere ribetes enérgicos, coloridos y pasionales. Como obra de un cronista de corte, las crónicas de Froissart son una historiografía evidentemente parcial; Froissart muchas veces no hace un mayor esfuerzo por evitar centrar su atención y loas en sus amigos y protectores. Sin embargo, y por estas mismas razones, las Crónicas poseen un valor inmenso como reflejo de la mentalidad caballeresca y son fuente única para conocer su forma de representar su mundo y su escala de valores.
Estas orientaciones pueden ser explicadas, en parte, por la biografía del autor. Si bien Jean Froissart (1337-1410) desarrolló, en forma interrumpida, la carrera eclesiástica, era un hombre de corte antes que un religioso. Protegido de Jean Beaumont en Francia, viajó a Inglaterra, donde se puso a las órdenes de la sobrina de su protector, Philippa de Hainaut, esposa del rey Eduardo III. A ella presentó una primitiva versión de sus Crónicas, hacia comienzos de la década de 1360, transformándose en una suerte de cronista oficial de la corte. Como protegido de la familia real inglesa, viajó por gran parte de Europa, relacionándose con poderosos y connotados personajes llegando a tratar incluso con Petrarca. En este período se prendó de la magnificencia de la corte de Eduardo III, un consciente cultor de la estética y valores caballerescos. Incluso llegó a escribir una novela de caballería de inspiración artúrica, titulada Meliador. Tras la muerte de Philippa, su protectora, volvió a Francia, desempeñándose como canónigo y tesorero de Chimay. Murió, seguramente, entre los años 1404 y 1414.
Estos hechos pueden haber influido en las características de su obra, colaborando en la creación de una orientación filoinglesa, presente sobre todo en las primeras versiones del Libro I de las Crónicas. Sin embargo, la influencia de la vida cortesana y del ideal caballeresco también permearon la misma estructura de la narración. Las Crónicas se encuentran divididas en cuatro libros, que tratan, principalmente, los acontecimientos de la Guerra de los Cien Años entre las décadas de 1320 y 1390. Cada uno de estas divisiones se abre y cierra con acontecimientos de la realeza o de carácter militar.
Como sostuvo Stephen Nicholls, en la obra de Froissart “los hechos históricos no son ordenados por sus propios motivos, sino por sus efectos benéficos para el presente”. La historia se torna una especie de maestra de vida, capaz de ofrecer lecciones para el lector. No se trata, eso si, de enseñanzas morales de carácter religioso. Por el contrario, Froissart, calificado por Huizinga como enfant terrible, “recomienda la valentía sin ninguna motivación religiosa o expresamente ética, sino por la gloria, por el honor y…por hacer carrera”.
La providencia es casi ajena a la historia relatada en las Crónicas de Froissart, no vemos en ellas la mano de Dios moviendo los hilos de la historia. Su interpretación general de la historia universal, aun cuando comienza haciendo alusión a las Sagradas Escrituras, escapa de cánones religiosos y pasa a ser ordenada de acuerdo a la capacidad de ejercicio del señorío y del dominio, y de cómo estos han pasado de un reino en otro a lo largo del tiempo. La piedad pasa a ser una característica más del buen caballero. Los “asuntos de la iglesia”, apenas son tratados en la obra y cuando son mencionados, no escapan al juego de poderes y conveniencias, a la búsqueda del dominio. Huizinga sostuvo que “el espíritu del renacimiento, el anhelo de una vida bella en el sentido de la antigüedad”, tenía sus raíces en el ideal caballeresco. Quizás las Crónicas de Froissart prefiguran una historiografía renacentista más secularizada, que centra su atención en la actuación de los hombres y su búsqueda de la fortuna. El foco de atención se centra en la acción de hombres notables, sus alternativas y decisiones en momentos claves, siempre en pos de una victoria de carácter espectacular.
El énfasis principal de Froissart está puesto en la descripción de las batallas y en especial en las proezas realizadas en ellas. Al comenzar la obra el autor insiste en su afán de que queden registrados para su presente y para los tiempos venideros “las grandes maravillas y los hermosos hechos de armas que han ocurrido por las guerras de Francia e Inglaterra y de los reinos vecinos”. Incluso al tratar la Batalla de Crécy, hito de la historia militar europea, en la que formaciones de arqueros y lanceros ingleses a pie derrotaron a los caballeros franceses, el autor se detiene a resaltar importantes acciones individuales de los caballeros.
La idea de hermosura, aplicada a las actividades guerreras denota una fuerte orientación esteticista de parte del autor, quien por sobre una narración que busque explicar prefiere deslumbrar, esto último a través del énfasis en la magnificencia de ciertas acciones. Esta misma búsqueda de la magnificencia se refleja en otro aspecto tratado en la obra. Nos referimos a sus descripciones de la vida cortesana, las que si bien dejan entrever las intrigas y los mecanismos políticos que funcionaban en ella, ponen un fuerte acento en su ritualidad y su boato como un tema de la mayor importancia en si mismo.
Es interesante contrastar estos aspectos de las Crónicas de Froissart con la descripción que realiza de una Jaquerie. En dicha situación, los campesinos sublevados son mostrados como una masa amorfa, guiada por un ciego afán de muerte y destrucción, un oscuro deseo de aniquilación total de los “hombres gentiles y nobles del mundo”. Los despectivos silencios al tratar las causas de este fenómeno y los motivos que movían a sus ejecutores se vuelven más impresionantes al constatar la gran extensión que el autor dedica en el mismo capítulo a tratar el rescate de unas “nobles damas”, en medio de estas convulsiones. La Jaquerie deja de ser un problema importante a ser tratado por si mismo, y se transforma en un desafío que pretende volver más loable y atractiva la acción de los caballeros, desarrollando en el contexto de la narración un papel similar al que podrían tener los monstruos en alguna novela de caballería. Sus protagonistas no son dignos de ser considerados personajes de la historia, diluyéndose en el anonimato.
Fuera de determinar lo hechos dignos de ser contados y los personajes merecedores de ser recordados y, quizás sobre todo, exaltados; los valores caballerescos y cortesanos determinan el criterio para seleccionar las fuentes de la obra. Junto a la Crónica de Jean le Bel, las fuentes de Froissart están compuestas principalmente por los testimonios de “hombres valerosos”, como caballeros, escuderos, reyes de armas y mariscales. El prestigio y el honor pasan a ser los criterios que determinan la fiabilidad de los relatos orales utilizados como fuentes.
Ante este modo de seleccionar y narrar los hechos, y teniendo en cuenta estos criterios de selección de las fuentes, no es extraño que hacia el siglo XIX la historiografía romántica haya ensalzado la obra y la de un carácter más positivista la haya denunciado. El mismo Jules Michellet se refirió a Froissart en forma despectiva como “el Walter Scott de la Edad Media”. El comentario de Michellet no deja de ser agudo, las crónicas de Froissart trasuntan una orientación historiográfica que se diluye en una literatura cuasi épica dominada por orientaciones esteticistas. La narración adquiere ribetes enérgicos, coloridos y pasionales. Como obra de un cronista de corte, las crónicas de Froissart son una historiografía evidentemente parcial; Froissart muchas veces no hace un mayor esfuerzo por evitar centrar su atención y loas en sus amigos y protectores. Sin embargo, y por estas mismas razones, las Crónicas poseen un valor inmenso como reflejo de la mentalidad caballeresca y son fuente única para conocer su forma de representar su mundo y su escala de valores.
3 comentarios:
Your blog keeps getting better and better! Your older articles are not as good as newer ones you have a lot more creativity and originality now keep it up!
Buen artículo, me ha ayudado bastante a entender al autor(del cual he tenido que leer numerosos fragmentos para realizar varios trabajos), y mejor la obra.
Excelente articulo, claro y conciso. Sigue asi :)
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