En pocos artistas el rechazo a lo establecido y el deseo incesante de jugar se conjugan con tanta fuerza como en Enrique Lihn. A contrapelo del mesianismo de Neruda y del cálculo de Parra, el autor de La pieza oscura desarrolló una obra múltiple que sigue contagiando a las nuevas generaciones. Ahora mismo, junto a la publicación de La aparición de la virgen y otros poemas políticos, se está desarrollando una muestra en la biblioteca de la Universidad Diego Portales que da cuenta de su faceta como poeta, dibujante, narrador, actor y crítico ya no sólo de arte y literatura, sino que de “crítico de la vida”, como apuntara Germán Marín.
La exposición cristaliza su interés constante por explorar nuevos lenguajes y permite ver los textos que sacó en los años 80. La aparición de la virgen y El Paseo Ahumada, por ejemplo, aparecieron en cuadernillos autoeditados que rápidamente iban deshaciéndose a medida que pasaban de un lector a otro. Contaban con fotografías de amigos o dibujos del propio Lihn. Todo era desmañado, con un aire de precariedad inconcebible en un creador que, a esas alturas, era uno de los mayores poetas en lengua española. El video Adiós a Tarzán expresa esa misma lírica de la urgencia, que no es otra cosa que la certeza de que el arte debe competir con la cháchara incesante de la ciudad. De allí que Lihn desplegara su ironía a través del cómic, el collage y la performance, o a que introdujera en su poesía las voces de los mendigos, agentes de seguridad, sacerdotes, vendedores ambulantes y curiosos de toda laya.
Aunque fue opositor a Pinochet, sus relaciones con la izquierda nunca fueron óptimas. A raíz del caso Padilla escribió una carta que ningún medio chileno quiso publicar. La misiva apareció en Marcha, la influyente revista uruguaya que dirigía Angel Rama. Durante la UP lo expulsaron de la editorial Quimantú y, tras el Golpe, rechazó la idea de exiliarse en el extranjero, apostando por una emigración interior. A su juicio, la pelea nunca debía ser “por” el poder, sino “contra” el poder. “La partidización de los escritores los convirtió, generalmente, en políticos de segunda mano y en protagonistas muy discutibles de una cultura populista y no popular”, dijo en 1983 en un encuentro de literatura en Holanda.
Lihn fue, además, un lector atento y generoso. No existe en nuestro país, ni antes ni después, un escritor que haya promovido con similar dedicación la obra de poetas que daban sus primeros pasos, como Claudio Bertoni, Roberto Merino, Rodrigo Lira, Paulo de Jolly, Diego Maquieira y Juan Luis Martínez. Mostrando nuevamente carta de independencia, escribió un texto hermoso a raíz de la muerte de Braulio Arenas, quien había caído en desgracia por apoyar a Pinochet.
Todos esos trabajos aparecieron en las revistas y periódicos que la Concertación se apuró en liquidar apenas llegó al poder y que reflejan a un Lihn más preocupado por descubrir lo nuevo que de instalar su propia obra. Quizá por ello, su figura se erige como un modelo de honestidad, independencia e inconformismo para esos jóvenes que hoy descubren su poesía o se acercan a su obra a través de cómics como Roma, la loba o la disparatada novela Batman en Chile.
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