10 abr 2013

El devenir de la igualdad: una historia de lo político | Nicolás Ocaranza


En su famoso Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres el filósofo ginebrino Jean-Jacques Rousseau planteaba que en la especie humana existen dos especies de desigualdad: “la primera, natural o física, porque ha sido establecida por la naturaleza, y que consiste en la diferencia de las edades, de la salud, de las fuerzas del cuerpo y de las cualidades del espíritu, o del alma; y otra, que puede llamarse desigualdad moral o política, porque depende de una suerte de convención que ha sido establecida, o por lo menos autorizada, por el consentimiento de los hombres. Ella consiste en los diferentes privilegios que algunos gozan en perjuicio de otros, como el ser más ricos, más respetados, más poderosos que ellos, o incluso hacerse obedecer”. Estas reflexiones, publicadas en 1755 en medio del ancien régime, devienen tan contemporáneas como la persistencia de la desigualdad en las nuevas estructuras de las sociedades democráticas.

Pierre Rosanvallon, director de estudios en l'EHESS, retoma el devenir de este problema a través de los debates teóricos, conflictos sociales y proyecciones económicas que acontecen en el mundo contemporáneo. La société des égaux es la versión corregida y aumentada de sus lecciones en el Collège de France, a las que es posible asistir disputando un lugar en los dos auditorios necesarios para acoger a los cientos de estudiantes, investigadores y ciudadanos interesados en la historia de lo político. En este mítico lugar -creado en el siglo XVII por el cardenal Richelieu y donde antes dictaron cátedra Michelet, Foucault y Bourdieu, no solo se confirma la popularidad, profundidad y sencillez de un intelectual comprometido como Rosanvallon, sino también que para la sociedad francesa el tema de la igualdad trasciende los círculos académicos, pues forma parte de la trinidad de su ethos político. Sin embargo, este aparente consenso en torno a la percepción de las desigualdades y el sentimiento de justicia presenta ciertos matices cuando una encuesta realizada en Francia en 2009 demostró que el 90% de las personas interrogadas consideraba que para que una sociedad sea justa debe garantizar la satisfacción de necesidades básicas como la habitación, la alimentación, la salud y la educación, al mismo tiempo que un 57% piensa que la desigualdad de ingresos es inevitable para que una economía sea dinámica y un 85% cree que las diferencias de sueldo son aceptables puesto que remuneran méritos individuales diferentes.

Rosanvallon se apoya en múltiples investigaciones y encuestas realizadas tanto en Europa como en China y Brasil que demuestran la existencia de un sentimiento muy extendido entre las personas de estar viviendo en una sociedad injusta donde sus acciones reivindicativas y elecciones políticas no cambiará el curso de las cosas.

El ensayo se interroga sobre el futuro de la igualdad en una época en la cual los individuos se vuelven más críticos frente a las crecientes desigualdades de la sociedad en que se desenvuelven. El objetivo trazado es simple y directo desde las primeras páginas, pues propone refundar la idea de igualdad. Para ello, recorre la historia de este concepto a través de los dos últimos siglos, desde el reconocimiento recíproco de la libre conciencia a inicios del siglo XIX hasta la búsqueda de una igualdad radical de oportunidades en la actualidad. Al volver sobre las diferentes formas de la igualdad, demuestra que cada redefinición de este concepto fue impulsada por una evolución conjunta de la desigualdad. Para Rosanvallon, la igualdad se formó en torno a tres polos distintos que define como la igualdad-equivalencia, la igualdad-autonomía y la igualdad-participación; estos polos se corresponden con otras nociones asociadas como la similitud, la independencia y la ciudadanía. 

En la postrimería de la revolución industrial y de los cambios que produjo en términos económicos, sociales, políticos y jurídicos, la legitimación de la llamada desigualdad natural, ha tomado –según Rosanvallon- un giro más y más radical. Si a fines del siglo XVIII ciertas teorías afirmaban la igualdad biológica de los individuos, al mismo tiempo que la idea de dependencia de un individuo de otro sufrió los embates de la mentalidad emancipadora de la Ilustración, el pauperismo inducido por el desarrollo industrial vino a contrarrestar ese movimiento inicial. A ello se añade el crecimiento de una cierta xenofobia y de un proteccionismo nacional correlacionado con la aparición de la igualdad en un sentido de homogeneidad.

Puesto que a raíz de la expansión del capitalismo en Europa y los Estados Unidos la demanda de igualdad se volvió incompatible para algunos con la búsqueda de libertad, con lo cual la desigualdad quedó instalada como un fenómeno natural e irremediable frente a la capacidad creadora del liberalismo económico, el autor reconoce que tanto el individualismo como el espíritu de competencia erosionaron la solidaridad y la cohesión social. Es la herida que ciertas ideologías y utopías, como el comunismo, intentaron revertir a partir de una idea de igualdad de alcances casi aritméticos. Rosanvallon analiza este doble movimiento en que la cohesión social no sólo ha estado amenazada por el individualismo sino que al mismo tiempo se encuentra protegida por un nacionalismo naciente. El resultado no ha sido otro sino el quiebre de los lazos de solidaridad entre ciudadanos y naciones que se enfrentan por modelos de sociedad contrapuestos.

En los albores del siglo XX, el ascenso del Estado de bienestar vino a frenar, al menos temporalmente, este quiebre de la solidaridad, recreando una cierta unidad en las costumbres y limitando las fuerzas disociativas a través de la creación de los impuestos a los ingresos, las mutuales de seguros y la regulación del trabajo. Tal esquema de solidaridad, forzado por las dos guerras mundiales, aceleró el proceso de desindividualización del mundo. Sin embargo, este proceso no duraría mucho tiempo ya que Rosanvallon identifica hacia los años 1990 un retorno hacia la crisis mecánica y moral de las instituciones de solidaridad propias del siglo XIX. Es lo que estamos viviendo ahora, cuando los propios desequilibrios financieros del Estado de bienestar lo han puesto en entredicho y cuando el surgimiento de un renovado individualismo en el cual cada cual quiere ser reconocido por sus especificidades en un ambiente de igualdad de oportunidades, refleja un deterioro de los niveles de sociabilidad del mundo desarrollado. La igualdad ha retrocedido y una nueva filosofía del consumo sin límites se expande en aquellas sociedades donde el ideal democrático le había puesto márgenes de contención, dejando detrás suyo un ambiente desprovisto de toda teoría de la justicia y una noción de comunidad en completa decadencia.

La rebelión de los jóvenes que tuvo lugar en los barrios pobres de Francia e Inglaterra, se conjuga peligrosamente con el surgimiento del populismo en Europa, que pretende reconstruir la cohesión social sobre la base de una sociedad fundada en la identidad y no en los derechos. Así, la democracia es atacada por los tres venenos destructivos de la desigualdad que Rosanvallon define como: la reproducción social (perpetuación e inmovilidad de las clases sociales), el exceso (mercantilización del mundo) y las secesiones (guetos). En definitiva, esta obra plantea que una democracia solo puede sobrevivir si se mantiene un mínimo de igualdad entre los individuos que la constituyen. Pero, ¿cómo y cuándo triunfó el individualismo? ¿Cuándo la aspiración a la diferencia, valor universalmente compartido, tejió el nuevo hilo de la igualdad de oportunidades oponiendo la igualdad a la la libertad de las personas? ¿Cómo refundar la igualdad?

Para los revolucionarios franceses y estadounidenses, las desigualdades económicas no podían empañar el brillo de la igualdad política postulada entre los hombres. Es por eso que para Jefferson y Sieyès, entre otros, la igualdad fue considerada como una cualidad democrática y no sólo como una medida de redistribución de la riqueza. Las páginas que dedica a este debate en torno a la cuestión de la igualdad como un valor central de las revoluciones en ambas orillas del Atlántico son valiosas y muy actuales cuando comprendemos que hacia 1789, la democracia vibraba por la toma de conciencia de un nuevo vínculo entre los hombres. Esta mirada retrospectiva al ocaso del siglo XVIII, época donde germinaron los debates sobre la igualdad política y social, ilumina un presente que puede ser caracterizado por su falta de igualdad.

Para justificar empíricamente este diagnóstico, se analizan una serie de cifras y estadísticas referentes a la concentración de la riqueza, el desempleo y la precarización de las formas de trabajo en Europa y América en el período de reducción de la desigualdad a inicios del siglo XX y la recaída a una lógica de crecimiento de la brecha entre ricos y pobres unos decenios más tarde. En el caso francés, hacia 1913 el 1% de las personas más ricas poseían el 53% del patrimonio total mientras que hacia 1984, en el período de contracción de las desigualdades de ingresos y patrimonios en ambos continentes, esta cifra se redujo a un 20%. En los Estados Unidos, el 10% de los ingresos más altos se repartían el 50% del total de los ingresos antes de la crisis de 1929, porcentaje que se estabilizó bajo el 35% entre los años 1950 y el inicio de la década de 1980. Como puede observarse, la reducción de la desigualdad en estos períodos, aún cuando el modelo capitalista no había sufrido grandes variaciones, contrasta con el aumento progresivo de la desigualdad de ingresos y la concentración de la riqueza en la actualidad. Este crecimiento de la desigualdad supone el retorno a un ciudadano-propietario que amenazaría la solidez de nuestras sociedades al disolverse los vínculos de solidaridad entre los individuos. Las reivindicaciones a favor de la igualdad son para Rosanvallon perfectamente legítimas y bastante menos radicales que la imagen negativa que se ha construido sobre ella actualmente. Es por ello que a partir de los escritos de algunos de los principales actores políticos e intelectuales de la revolución norteamericana y francesa, nos recuerda que la igualdad y la libertad, hoy presentadas como nociones antinómicas o dos valores en tensión, fueron consideradas como indisociables unos siglos atrás. Al mismo tiempo pone al servicio de los críticos de la desigualdad las herramientas de una noción política que tiene larga legitimidad histórica, advirtiendo de paso que una sociedad de indignados se vuelve esquizofrénica si se limita a la protesta sin ponderar las implicancias políticas y éticas de la igualdad para la progresión de la democracia como régimen y forma de sociedad.


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