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4 jun 2012

Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, de Tony Judt | Nicolás Ocaranza


Abordar la historia contemporánea o del presente de las cosas presentes -como precisó San Agustín en sus Confesiones- no es una opción fácil para ningún historiador, principalmente porque exige ocuparse de procesos que permanecen incompletos y de acontecimientos recientes cuyos resultados son a veces inciertos. Narrar la historia europea del siglo XX no sólo requiere hacerse cargo de la memoria y del olvido,[1] como preferentemente lo exige el análisis del presente de las cosas pasadas, sino también articular un punto de vista a partir del cual observar y analizar los procesos más problemáticos.


El siempre polémico historiador Timothy Garton Ash, uno de los referentes intelectuales en el debate sobre el estudio de la historia del tiempo presente, explica que escribir sobre los acontecimientos políticos contemporáneos demanda grandes habilidades a los historiadores, quienes deben desplazarse por terrenos siempre movedizos y cambiantes.[2] Muy frecuentemente, sus complicidades y dependencias del poder político les impide ver lo que se oculta detrás del bosque; como efecto, sus interpretaciones no son más que un mero reflejo de sus cegadas pasiones mientras que el pasado se convierte en un material de utilidad política.[3] Pero también algunos gobernantes europeos han realizado un esfuerzo sistemático por cooptar la historia para luego convertirla en una verdad oficial servil a los intereses de la razón de estado. Entre los años 2005 y 2008, por ejemplo, varios países de la Unión Europea promovieron una serie de iniciativas legislativas para criminalizar el pasado. Connotados historiadores como Eric Hobsbawm, Jacques Le Goff, Pierre Nora, Carlo Ginzburg, Marc Ferro, Paul Veyne y Timothy Garton Ash alzaron la voz ante una política que no pretendía otra cosa sino instaurar una censura intelectual a través de la imposición de una moral retrospectiva de la historia. La defensa de una libertad histórica que se oponía a una memoria oficial, sacó a flote la acertada reflexión orwelliana sobre el control del pasado. Desde ese entonces, la historia de la Europa contemporánea, como se puede observar en un rápido vistazo a las llamadas “leyes sobre la memoria”, permanece anclada en un complejo debate que no disocia a la ética de la historia ni a ésta de la política.

1 dic 2011

‹‹El desencanto no es una razón para no querer cambiar el mundo›› | Entrevista a Claudio Magris por Carlos Aguilera (ABC)

Encuentro a Claudio Magris en la universidad y nos vamos al San Marcos, el café donde comienza precisamente uno de sus mejores libros: «Microcosmos». Allí, il professore, como todos le llaman en Trieste, tiene reservada una mesa que se conserva invariablemente vacía hasta que éste, a cualquier hora del día, llega, se sienta y trabaja. Los camareros lo saludan y le traen aceitunas, café, pan. Él devuelve el saludo y me invita. Por cada pregunta que hago, Magris estira la mano y coge una aceituna. Una pregunta, una aceituna, me dice. Las aceitunas son como la vida, vuelve a decirme: si las exprimes mucho, se secan. Y sonríe.

17 feb 2011

Tzvetan Todorov et l'humanisme critique - L'un, l'autre et quelques lumières | Thomas Lacoste

En esta entrevista, Tzvetan Todorov (linguista, antropólogo, filósofo e historiador) rememora su vida y las circunstancias históricas, intelectuales y políticas que motivaron sus estudios. A partir de una singular mirada humanista, Todorov analiza los abusos de la memoria, el totalitarismo del siglo XX, la violencia hacia los otros, el fenómeno de la inmigración, entre otros temas.

23 nov 2010

Voto Voluntario e Inscripción automática: dos propuestas vacías sin una reforma al régimen representativo | Nicolás Ocaranza

Mi primer argumento se sustenta en las estadísticas, por lo tanto, es proyectivo. Existen tres estudios de perfil académico –uno de Libertad y Desarrollo, otro de Alejandro Corvalán y Paulo Cox, más la encuesta UDP 2010- que confirman un diagnóstico común: hay una creciente desafección política de los jóvenes pertenecientes a las comunas de menores recursos de la Región Metropolitana (Recoleta, La Pintana, Estación Central) en contraste con los que viven en comunas de mayores ingresos (Las Condes, Ñuñoa) y una decreciente participación en los procesos electorales.

Los datos explicitados por esos estudios permiten cuestionar el argumento de quienes defienden el voto obligatorio apelando a que éste sería una forma de asegurar la igualdad en una democracia representativa entre aquellos ciudadanos de mayores recursos económicos y los más pobres -en el supuesto de que sólo las elites votarían en un sistema voluntario-. Si los datos duros muestran que con el actual sistema electoral de inscripción voluntaria y voto obligatorio ha bajado drásticamente la participación electoral de los jóvenes provenientes de las comunas de menores ingresos per cápita, la pregunta a la que un nuevo proyecto de ley debiera intentar responder es si ese fenómeno es un efecto de la inscripción voluntaria que podría revertirse con la inscripción automática o, si por el contrario, esto responde a una apatía y a un malestar con el sistema electoral y con la clase política.

Desde un punto de vista estadístico, es muy probable que el voto obligatorio aumente la participación electoral de esos miles de jóvenes que hoy se automarginan de las elecciones, pero ¿asegura el voto obligatorio que esa juventud apática elija responsablemente a uno de los dos bloques hegemónicos que han transformado al sistema político chileno en un duopolio? Si un grupo importante de chilenos que cumpliendo con los requisitos necesarios para votar decide no inscribirse en los registros electorales, es lógico pensar que ese electorado se inclinará indudablemente por un voto de rechazo al sistema o deambulará en la permanente indecisión. La defensa del voto obligatorio es otra muestra más de un conservadurismo que desconfía del pueblo y de una opción totalitaria que pretende obligar al ciudadano en lugar de mejorar su sistema político. Quienes creen en la obligatoriedad se sienten más cómodos logrando que las ovejas caminen disciplinadas a las urnas en vez de sentarse a pensar en una necesaria transformación del sistema político y electoral criollo. Si bien la inscripción automática y el voto obligatorio podrían mejorar los índices de participación, el sistema político chileno seguirá involucionando y quedará, tal como ahora, en manos de los ciudadanos más antiguos.

El segundo argumento se sustenta en una perspectiva ética-política. Pienso que participar en los procesos electorales es un derecho y no una obligación; por lo mismo, ejercer o no un derecho cívico como votar en las elecciones debe ser una decisión libre y soberana de cada ciudadano. Siempre será deseable que la participación política aumente, pues la democracia exige que la mayoría decida quien debe tomar las riendas de un gobierno, pero para que ello suceda debe primar en cada ciudadano un compromiso cívico que lo mueva a participar responsablemente en el juego de la democracia representativa. Desde este punto de vista, el voto voluntario -a diferencia del voto obligatorio- garantiza la libertad individual de cada ciudadano de participar o no en los procesos electorales. Sin embargo, es necesario crear una cultura cívica cuyo objetivo sea promover la participación responsable. Es por ello que el voto voluntario debe ir acompañado de un proyecto que implemente un programa educativo -en la educación básica y media- de valoración de la democracia y que promueva el compromiso cívico de la ciudadanía con la República (ejemplos de esto hay en Francia, Italia, Suiza y EE.UU).

El tercer argumento tiene que ver con la profundización de la democracia, en el entendido de que si se incrementan y perfeccionan los mecanismos políticos (representativos y participativos) aumentará proporcionalmente la participación electoral. Para lograrlo, debemos exigir y fomentar que los proyectos políticos futuros sean capaces de seducir y convocar al electorado, y eso no se logra con la obligatoriedad del voto, sino con partidos políticos que mejoren la calidad de sus propuestas en base a una clase política comprometida con el bien común y no con el interés particular. Esto sólo se podrá lograr cambiando el sistema binominal por un sistema proporcional que aumente la oferta partidaria y termine con el duopolio Concertación-Alianza. La participación electoral aumentaría si se incluyen nuevos mecanismos políticos de democracia directa que compensen el principal déficit del régimen representativo: un Parlamento cada vez más débil deliberando a espaldas de la ciudadanía. Como lo demuestran las experiencias de Suiza, Uruguay y Argentina, estos mecanismos fomentarían un involucramiento efectivo de la ciudadanía en el proceso legislativo y se revertiría con ello la creciente desafección ciudadana de los procesos electorales. Pasaríamos de esa manera a un sistema democrático mixto que no sólo fijaría la iniciativa legislativa en una esfera netamente representativa sino que expandiría su campo de acción hacia una esfera cada vez más participativa y menos dependiente de la agenda del poder Ejecutivo.

Toda reforma al régimen de inscripción electoral debe ir acompañada de una reforma general al sistema electoral, tarea que los gobiernos concertacionistas dejaron pendiente puesto que, sumando y restando, el sistema binominal les traía más beneficios que perjuicios.

La obligatoriedad es una medida desesperada para intentar que los apáticos regresen a las urnas, pero si la política es incapaz de seducirlos por la vía de las ideas ¿para qué obligar a participar en un sistema incapaz de ser verdaderamente representativo y participativo?

26 ago 2010

Totalitarismo poético | Joaquín Trujillo


El incomparable Vladimir Mayakovsky dijo alguna que la poesía akmeísta rusa —en particular la de Gumiliov, Ajmátova, Mandelstam o Sologub— estaba destinada a desaparecer, a constituir un residuo de época, un desperdicio histórico. Para él, la poesía que valía la pena, aquella que dictaminaba y otorgaba un sentido nuevo a lo por-venir, era aquella por cuyo influjo un momento histórico se cristalizaba perpetuo e inmodificable, y era precisamente la suya y la del grupo del cual él formaba parte, la poesía que heredaría dicha categoría absoluta, no porque Mayakovsky fuese un oportunista, ávido de reivindicar para sí y su gente la memoria de quienes en el futuro recordarían la poesía de los hijos del decembrismo decimonónico —la generación cuya participación fue clave para la revolución de 1905 y la del 17— sino porque Mayakovsky tenía una convicción acaso totalitaria que más tarde tuvo que como a un monstruo en su vientre engendrado, descubrir horrorizado, y que lo llevó, en gran medida, a detestarse a sí mismo. Era aquel monstruo el que inspiraba los pabellones y  piezas de museo o las categorías periodificadoras en el arte. Ese monstruo significaba todo lo que el futurismo ruso había odiado por cuanto aniquilaba la posibilidad ahora del futuro siempre abierto y amenazante. Mayakovsky no vio en su momento que el futuro —como sí vería T. S. Eliot— podía ser metafísicamente hablando, según cómo se le percibiera, una siniestra proyección del pasado, pero —a diferencia de este último— aquél carecía de tradición, de espacios imprevisibles, pluralidad, de un mundo para los perdedores, las alternativas y los caminos que pareciendo insignificantes, se revelaban luego fundamentales, aunque jamás totales.

Los poetas akmeistas —que eran marginales respecto de las corrientes imperantes— fueron marginados por el poder de los soviets, y peor aún, por el de los propios poetas de la marginalidad futurista rusa. Cuando Stalin, queriendo deshacerse de Mandelstam, llamó por teléfono a Pasternak para preguntarle por la calidad literaria de ese autor de un epigrama contra él, Pasternak contestó, en plenas purgas, que el poeta debe ser respetado y dignificado por haber tenido el atrevimiento de haber creído ser poeta. Lo demás es otro tema.


En su interesante ensayo
Políticas de la amistad, Jacques Derrida ha visto con lucidez la importancia urgente de mantener el concepto de lo “por-venir” más allá de todo concepto, allí donde ninguna voz totalizadora pueda decir: he aquí, ahora, lo que aún no está aquí.

Joaquín Trujillo
Poeta
Abogado de la Universidad de Chile