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2 abr 2012

Freud, el último gran pensador de la Ilustración | John Gray

En una carta a Albert Einstein a comienzos de la década de 1930, Sigmund Freud sugería que “el hombre tiene en sí mismo un instinto activo para el odio y la destrucción”. A continuación, Freud contrastaba su “instinto para destruir y matar” con lo que él llamaba lo erótico –un instinto “de conservar y unificar”, un instinto para el amor.


“Sin hacer referencia a esfuerzos especulativos, continuaba Freud, podemos concluir que este instinto funciona en cada criatura viva”, con lo que él llamaba el “instinto de muerte” – thanatos – que opera “buscando orquestar su ruina y reducir la vida a su estado primario de materia inerte”. El instinto de muerte proporcionaba “la justificación biológica para todas las viles y perniciosas propensiones (a la guerra) que ahora combatimos”. Indudablemente, concluía Freud, todo este discurso sobre eros y thanatospodía darle a Einstein la impresión de que la teoría psicoanalítica equivalía a una “especie de mitología, y por cierto una mitología sombría”. Aun así, continuaba, preguntándole a Einstein: “¿Pero acaso no desemboca toda ciencia natural en una mitología de esta índole? ¿Les va a ustedes de otro modo en la física hoy?” La idea de que el psicoanálisis no es una ciencia ya es un lugar común, pero no hay parte del legado de Freud más sospechosa que la teoría del instinto de muerte. El discurso sobre los instintos humanos, más aún, sobre la naturaleza humana, es desestimado como una forma de atavismo intelectual: la conducta humana se considera mucho más compleja y a la vez más dócil al control racional de lo que Freud creyó o dio a entender. Las teorías del instinto humano sólo sirven para frenar esas pulsiones hacia el progreso y la racionalidad que (pese a todo el desprecio por la idea misma de naturaleza humana) son considerados fundamentalmente humanos.