26 sept 2010

Recapitulando el Bicentenario | Alfredo Jocelyn-Holt

Aunque la reflexión en torno al Bicentenario ha estado floja, se advierten algunos alcances a los que no haríamos mal en prestar oído. Desde luego, a cierta complacencia, tónica reiterada en los balances de estos días. En efecto, cada vez que se compara con lo que pasaba hace 100 ó 200 años, siempre salimos bien parados, lo que es obvio. De ahí que nadie objete que el presente sea más favorable que el pasado. El país habría progresado, sería más inclusivo socialmente, y lo que se espera del futuro es que siga confirmando esta tendencia secular.

Ahora, cuánto de todo esto se debe a nuestro desarrollo político e institucional, curiosamente, es tema vedado. La historia reciente nos divide, por eso se le hace el quite. Lo cual es paradójico, porque si hemos llegado adonde estamos -cada vez más modernos- es, en gran medida, porque no ha habido grupo social organizado ni expresión política chilena (de derechas a izquierdas) que no haya estado a favor del cambio.

Tampoco nos detenemos a evaluar en qué sentido la modernización ha sido "a costa de": cómo ha afectado la estabilidad institucional, las lógicas sociales heredadas, o cierta quietud mínima sana para que funcionemos en paz. Es decir, se advierte una apuesta universal por el progreso o el desarrollo, pero se omiten sus desenfrenos.

Llama también la atención que hayan dejado de convencer quienes sostienen que Chile sería un todo indivisible. Salvo unos pocos que siguen insistiendo majaderamente en que existiría un "ser" o "alma" nacional (argumento más nacionalista que conservador), la generalidad de los comentaristas concuerda en que el país es más plural, llevándonos también a reconocer retrospectivamente la multiplicidad pasada. De ahí que hayan ido cundiendo las demandas y rescates de diversidades silenciadas de género, étnicas o sociales, a la vez que se enjuicia dura e injustamente, a veces, a las elites y grupos privilegiados.

Un dato recientemente sacado a luz por el INE avala lo anterior. Al parecer, en la actualidad viviría, aproximadamente, la mitad de la población nacida en el territorio nacional durante estos últimos 200 años. Dato demográfico que debilita el peso del pasado, a la par que respalda la idea de que este país sería más "joven",  "nuevo" o en proceso de volver a "hacerse". Razón adicional para que prestemos más atención a la historia contemporánea, aunque duela e incomode.

En otras palabras, lo que debiera importarnos es el presente y su historia reciente. Es desde ese "aquí y ahora" conflictivo que podemos volver al pasado más pretérito, hacerle preguntas duras, validarlo, contextualizarlo y criticarlo. Lo otro es patrimonialismo mal entendido, anecdótico o anacrónico. Por supuesto que es entretenido saber qué comían, cómo se divertían y en qué roscas personales andaban los próceres patrios dos siglos atrás, pero de ahí a suponer que esa es la historia que nos "habla" e interpela hoy es tonto.

Los temas urgentes que debieran enmarcar la discusión son otros: ¿qué tan independiente es Chile hoy, qué tan libres somos los chilenos, qué tan dueños de nuestra historia podemos llegar a convertirnos como sociedad fundada en la razón y en el entendimiento pacífico en un futuro cercano? Nuestros antepasados, más que seguro, esperaban eso de nosotros.
Alfredo Jocelyn-Holt
Profesor de la Universidad de Chile

23 sept 2010

La Contrademocracia según Pierre Rosanvallon | La Nación (Argentina)

Titular de la cátedra de historia de política moderna y contemporánea en el Collège de France, ese hombre sereno y afable de 59 años construye desde hace más de dos décadas una obra principalmente consagrada a la profundización de la experiencia democrática. 

Rosanvallon egresó de una facultad de comercio en los años 60 y poco después se cruzó con Michel Foucault, quien despertó su interés por la historia. Mayo del 68 y su militancia universitaria lo orientaron rápidamente hacia esa nueva izquierda, moderna y liberal, que hizo su aparición en los años 70. Rosanvallon es considerado uno de los creadores de esa nueva corriente, denominada en Francia "la segunda izquierda", cuyo gran exponente político fue el ex primer ministro socialista Michel Rocard. 

Fue precisamente para promover esas ideas que en 1982 creó, con el historiador François Furet, la Fundación Saint-Simon. La institución se transformó rápidamente en un exclusivo círculo de intelectuales antitotalitarios y empresarios sociales, en un nexo entre la nueva izquierda y la centroderecha, y en una máquina de crear consenso político. 

Quince años después, más atraído por la investigación que por las veladas mundanas, Rosanvallon cerró la fundación y creó La República de las Ideas. Los trabajos de ese "taller intelectual" -como él mismo lo define- son publicados en una colección especial que ha tenido un éxito inesperado. 

En Contrademocracia - que fue publicado en Francia este año poco antes de las elecciones presidencia y aquí se presentará a fines de octubre, con la presencia del autor a quien la UBA le dará un doctorado Honoris Causa-, Rosanvallon continúa asumiendo su papel de escrutador de la democracia moderna, desmenuzando sus cambios y sus evoluciones. "Hubo una época en que la vigilancia de los ciudadanos era constructiva, colectiva y política, es decir, preocupada por el bien común. Hoy, esa vigilancia se ha vuelto destructiva, categorial y cada vez más desconectada de lo político", explicó a LA NACION en una entrevista exclusiva en sus oficinas del Collège de France. Sin embargo, para ese entomólogo de los procesos sociales, no todo está perdido. 

-¿Cuáles son las razones de la pérdida de confianza de los ciudadanos en sus dirigentes y en los actuales sistemas democráticos? 

-Para comenzar, hay una razón que podríamos considerar estructural. Por un lado, el hombre contemporáneo parece haber perdido confianza en la idea de progreso; por el otro, la aparición de lo que podríamos llamar una "sociedad del riesgo" parece haber contribuido a fomentar la desconfianza de los ciudadanos. Pero también existe una dimensión auténticamente política que explica la pérdida de confianza. Me refiero a que, en la actualidad, es mucho más fácil para un ciudadano controlar el poder, forzarlo, hasta bloquearlo, que tratar de reformarlo para que sirva mejor al interés general. En realidad, la inversión que implica el voto ha pasado a ser percibida como "menos rentable". Pero atención, es necesario evitar todo juicio de valor sobre esta evolución. Este cambio responde, en realidad, a la aparición de nuevas formas de actividad democrática que no se pueden comprender si uno se limita a repetir los lamentos de moda sobre el tema del ciudadano pasivo y descreído. 

-¿Por qué? ¿No es terrible ese desapego? 

-En verdad, la desconfianza no quiere decir repliegue o desinterés por la política. Es una paradoja sólo aparente, que es necesario analizar para poder comprender lo que yo llamo "contrademocracia". 

-¿Y qué es esa contrademocracia? 

-Hay dos escenarios fundamentales de la actividad democrática. El primero es la vida electoral, la confrontación de programas. En otras palabras, la vida política en el sentido más tradicional del término: su objetivo es organizar la confianza entre gobernantes y gobernados. Pero también existe otro escenario, constituido por el conjunto de las intervenciones ciudadanas frente a los poderes. Esas diferentes formas de desconfianza se manifiestan fuera de los períodos electorales y representan lo que yo llamo "contrademocracia". No porque esas formas de expresión se opongan a la democracia, sino porque se trata de un ejercicio democrático no institucionalizado, reactivo, una expresión directa de las expectativas y decepciones de una sociedad. Junto al pueblo elector, también existe -y cada vez más- un pueblo que vigila, un pueblo que veta y un pueblo que controla. 

-En su libro, " Contrademocracia ", usted afirma que hay formas muy variadas de ejercicio democrático no institucionalizado. ¿Cuáles, por ejemplo? 

-El ciudadano contemporáneo se conforma cada vez menos con otorgar periódicamente su confianza en el momento de votar. Ahora pone a prueba a sus gobernantes. Esta actitud se ha transformado en una característica esencial de la vida democrática actual. Para ello, ejerce antes que nada una acción de vigilancia. El hombre moderno sabe que el espacio común se construye día a día y que debe estar atento al riesgo de corrupción del proceso democrático. La segunda función de la desconfianza es la actitud crítica: el ciudadano analiza la distancia que separa la acción de las instituciones del ideal republicano. Esa crítica impide que la sociedad se duerma sobre una idea de la democracia sólo concebida como "el menor de los males". El ideal de la ciudadanía debe ser, en efecto, organizar el bien común. Por fin, la tercera dimensión de la ciudadanía contrademocrática es la apreciación argumentada: la vida de la democracia no es la charla en el café de la esquina, es hallar una forma argumentada de discutir y de juzgar a los poderes. 

-Explicado de esa manera, es verdad que la desconfianza alimenta la vida democrática.

-Al contrario de lo que se piensa comúnmente, la desconfianza no es en sí misma un veneno mortal. El gran liberal Benjamin Constant [político franco-suizo, 1767-1830] decía que "toda buena Constitución debe ser un acto de desconfianza". La desconfianza también participa de la virtud republicana de la vigilancia. El buen ciudadano no es únicamente un elector periódico. También es aquél que vigila en forma permanente, el que interpela a los poderes públicos, los critica y los analiza. Alain [filósofo francés, 1868-1951] repetía que, para estar viva, la democracia debía asumir la forma de poderes activos de control y resistencia. 

-¿Qué formas específicas adquiere la práctica contrademocrática? 

-Manifestaciones, firmas de peticiones, expresiones colectivas de solidaridad, ONG, grupos de presión En Francia, una manifestación típica de contrademocracia fue el movimiento popular de protesta contra el Contrato de Primer Empleo (CPE), que el ex premier Dominique de Villepin tuvo que retirar. 

-Usted habla de legitimidad de esos nuevos movimientos sociales. Pero, ¿en qué reside la legitimidad de movimientos que no siempre son transparentes y, a veces, hasta son manipulados? 

-Los nuevos movimientos sociales no buscan tener adherentes (aunque tengan algunos). Son instituciones que lanzan alertas, que plantean cuestiones importantes, que construyen la atención pública como una cualidad democrática. Lo único que puede controlar a esos movimientos es el pluralismo. Es decir, si uno de ellos quisiera apropiarse de una cuestión precisa -por ejemplo de la exclusión social-, otros aparecerían para disputarle el monopolio de la representación o de su defensa. 

-Pero, según usted, la frontera es frágil entre una buena contrademocracia y el peor de los peligros, el populismo.

-Esa línea divisoria en muy frágil, en efecto. Entre la contrademocracia de la vigilancia y su caricatura, que se inclina hacia el nihilismo, no hay mucha distancia. Es fácil pasar de una a la otra. Y ése es el problema. 

-¿Cuáles son las características de ese populismo? 

-Lo propio del populismo reside en el hecho de que radicaliza la democracia de vigilancia y de obstaculización, hasta el punto de llegar a lo impolítico. En ese proceso, la preocupación activa y positiva de vigilar la acción de los poderes y de someterlos a la crítica se transforma en una estigmatización compulsiva y permanente de los gobernantes, hasta convertirlos en una suerte de potencia enemiga, radicalmente exterior a la sociedad. Esos impugnadores contemporáneos no designan ningún horizonte; su actitud no los lleva a una acción crítica creativa. Esa gente expresa simplemente, en forma desordenada y furiosa, el hecho de que han dejado de encontrarle sentido a las cosas y son incapaces de hallar su lugar en el mundo. Por otro lado, creen que sólo pueden existir condenando a las elites a los infiernos, sin siquiera intentar tomar el poder para ejercerlo. 

-¿Cuál es la función de los intelectuales en la contrademocracia? 

-Ser ciudadano no es sólo expresar sus preferencias, es saber comprender lo mejor posible el mundo, para ser capaz de actuar y de pesar sobre el curso de los acontecimientos. El intelectual produce un suplemento de comprensión y, de este modo, ayuda a producir un suplemento de acción: mientras más inteligencia colectiva hay, mayor es la presencia ciudadana. 

-¿Qué papel pueden jugar los medios en ese esfuerzo de inteligibilidad? 

-Más que responsables, los medios de comunicación son un reflejo de esta "democracia impolítica". Pero "los medios" no quiere decir nada. La generalización impide distinguir la función de construcción y deliberación que existe en ciertos diarios y radios y las funciones de adormecimiento democrático practicadas por otros. En Francia, difícilmente se puede poner en el mismo cesto a una revista "del corazón" como Closer y a las emisiones de la radio France-Culture. En su país seguramente sucede lo mismo. 

-¿Y dónde se sitúa Internet? 

-Internet es más que un medio. Es la manifestación más adecuada de lo que verdaderamente es la opinión: una expresión caótica y diseminada que funciona por imitación y propagación, y no la expresión coordinada, unificada del sentimiento colectivo. Internet nos recuerda que la opinión es un proceso imperioso, ingobernable y hasta indefinible, cuando -quizás demasiado rápido- habíamos creído que nos hallábamos en la era de los grandes medios televisivos cuya función era transmitir una forma de expresión coherente y unificada. Esta diseminación plantea un problema fundamental, pues la democracia no es la expresión multiplicada de opiniones individuales ni la circulación de esas opiniones: es la construcción de un mundo común. Pero, para construir un foro cívico, la circulación no basta, es necesaria la cristalización. Y eso es precisamente lo que falta en la actualidad. Faltan esos sitios de síntesis y esos momentos de cristalización. 

-¿Cómo se hace entonces para provocar un debate creativo, para "cristalizar", organizar la contrademocracia en torno a un bien común? 

-El ciudadano debe comprender que, más allá de las formas individuales de desconfianza que todos conocemos, es posible lograr formas de confrontación y de construcción coherentes. Los diarios tienen su papel en ese esfuerzo: el de lograr que los procesos sean inteligibles. Y, sobre todo, es urgente que los políticos respondan a esa expectativa, en vez de focalizarse en la construcción de sus imágenes o, incluso, de sus programas. 

21 sept 2010

Cómo escribir acerca de África | Binyavanga Wainaina


En el título siempre use la palabra “África”, “Tinieblas” o “Safari”. El subtítulo puede incluir las palabras “Zanzíbar”, “Masai”, “Zulú”, “Zambezi”, “Congo”, “Nilo”, “Gigante”, “Cielo”, “Sombra”, “Tambor”, “Sol” o “Antaño”. También sirven las palabras “Guerrilla”, “Eterno”, “Primordial” y “Tribal”. Nótese que “Gente” se refiere a africanos que no son negros, mientras que “La Gente” se refiere a africanos negros.

No se le ocurra poner la foto de un africano bien pinteado en la portada de su libro, ni menos adentro, salvo que ese africano haya ganado el premio Nobel. Una AK-47, costillas salientes o tetas al aire: esas sí son imágenes. Si debe incluir a un africano, asegúrese que sea uno envuelto en un vestido Masai o Zulú o Dogón.

En su texto, trate a África como si fuera un único país. Un lugar caluroso y polvoriento con praderas por aquí y por allá, un montón de rebaños de animales y gente alta y flaca muriéndose de hambre. O tal vez un lugar caluroso y húmedo con gente bajita que come chimpancés. No se enrede con descripciones precisas. África es enorme: 54 países y 900 millones de personas que están demasiado ocupadas muriéndose de hambre o luchando contra otras tribus o emigrando hacia alguna parte como para leer su libro. El continente está repleto de desiertos, selvas, montañas, sabanas y muchas otras cosas, pero a su lector no le interesa, así que dele nomás con descripciones románticas, evocativas y generales.

Asegúrese de mostrar bien que los africanos tienen música y ritmo enquistados en el fondo del alma, y que comen cosas que el resto de los seres humanos no come. No mencione el arroz, ni el lomo de carne ni el trigo; el cerebro de mono es pan de cada día en la cocina africana junto al cabrito, la culebra, las lombrices, los gusanos y todo lo que sea masticable. Asegúrese de mostrar que usted es capaz de comer esas cosas sin chistar, y describa cómo aprende a disfrutarlas (porque a usted le importan esas cosas).

Temas tabú: escenas domésticas y cotidianas; amor entre africanos (a menos que haya una muerte); referencias a escritores o intelectuales africanos; mencionar que los niños van al colegio, especialmente los que no sufren de deformaciones, fiebre del ébola o mutilación genital femenina.

A lo largo de su libro adopte una voz bajita, cómplice con su lector, un tono triste de esperanzas frustradas. Demuestre lo más pronto posible que su apertura de mente es impecable y deje claro en el inicio lo mucho que ama a África, cómo se enamoró de ella y cómo no puede olvidarla. África es el único continente del cual uno puede enamorarse (sáquele provecho). Si usted es hombre, aventúrese en sus cálidos bosques vírgenes. Si usted es mujer, trate a África como a un hombre con chaqueta de explorador que se pierde en las tardes dentro de una puesta de sol. África existe para compadecerla, idolatrarla o dominarla. Cualquiera sea su punto de vista, asegúrese de opinar convencidamente que sin su intervención y la de su imprescindible libro, África está jodida.

Sus personajes africanos pueden incluir: guerreros desnudos, sirvientes leales, adivinos y viejos maestros sabios viviendo en ermitas maravillosas. O: políticos corruptos, guías de viaje ineptos y polígamos y prostitutas con las que usted ha dormido. El Sirviente Leal siempre se porta como un niño de 7 años y necesita mano firme; se asusta con las culebras, es bueno con los niños y siempre termina metiéndolo a usted en sus difíciles dramas personales. El Viejo Maestro Sabio siempre viene de una tribu noble (no de una tribu avara y bolsera como la de los Gikuyu, los Igbo o los Shona), es muy anciano y, por lo mismo, está muy cerca de la Tierra. El Africano Moderno es un gordo que roba y trabaja en la oficina que da las visas, negándose a darle permiso de trabajo a occidentales calificados que lo único que quieren hacer es ayudar a África, un enemigo del desarrollo que siempre usará su trabajo en el gobierno para dificultar que los esforzados y benevolentes expatriados de occidente instalen sus ONGs o sus Áreas de Protección Ambientales. O tal vez es un intelectual educado en Oxford que se ha transformado en un vil dictador, asesino de sus enemigos políticos (la oposición) pero vestido con un terno Saville Row. Un caníbal al que le gusta la champaña de lujo y cuya madre es una millonaria, mitad bruja, mitad doctora, que es en realidad quien gobierna el país.

Entre sus personajes no puede faltar la Africana Hambrienta, que vagabundea casi totalmente desnuda por los campos de refugiados esperando la ayuda de Occidente. Sus hijos tienen moscas sobre los párpados y sus estómagos están hinchados de tanto no comer. Debe lucir totalmente indefensa. No puede tener pasado ni historia porque esas cosas arruinan lo dramático del momento. Los gemidos son recomendables pero ella nunca debe decir nada acerca de ella misma en el diálogo excepto cuando narre su (inenarrable) sufrimiento. También asegúrese de incluir una cálida y maternal señora que se ríe a mandíbula batiente y que se preocupa de que usted esté bien. Si la llama Mamma será perfecto. Sus hijos podrían ser delincuentes. Estos personajes deberían molestar a su héroe, haciéndole quedar bien. Su héroe podría enseñarles cosas (a sumar, a escribir); bañarlos, alimentarlos; podría ayudar a muchos niños a nacer y haber visto la Muerte. El héroe es usted (si es un reportaje) o una hermosa y trágica aristócrata famosa que ahora le importan los animales (si es ficción).

Entre los occidentales malos puede incluir a hijos de algún ministro del gobierno inglés (ojalá un Tory), afrikáneres y funcionarios del Banco Mundial. Cuando hable de la explotación por parte de los extranjeros no deje de mencionar a los mercachifles indios y a los chinos. Échele la culpa a Occidente por la situación de África. No sea demasiado específico.

Grandes brochazos de todo esto estará bien. Evite tener a los personajes africanos riendo, luchando por educar a sus hijos o haciendo cosas mundanas. Ilumínelos con algún dato de Europa o América que tenga que ver con ellos. Sus personajes africanos deberían ser coloridos, exóticos y más longevos que la vida, pero por dentro vacíos, sin diálogo, sin conflictos, sin resoluciones para sus historias, sin profundidad y sin detalles particulares que confundan al lector.

Describa, con detalle, tetas desnudas (jóvenes, viejas, bien conservadas, recién afeitadas, grandes, pequeñas), genitales mutilados o genitales aumentados. Cualquier tipo de genitales. Y cadáveres. O mejor: cadáveres desnudos, especialmente cadáveres desnudos en descomposición. Recuerde: cualquier cosa que usted escriba en el que la gente parezca inútil y miserable será leída como la “verdadera África”, la que usted lleva en el polvo de su chaqueta. No nos confundamos: usted está tratando de ayudarlos consiguiendo la atención de Occidente. Por lo mismo, absténgase de escribir acerca de gente blanca muriendo o sufriendo.

Los animales, por otra parte, deben tratarse como personajes complejos y bien delineados. Hablan (o gruñen, mientras sacuden orgullosos su melena) y tienen nombres, ambiciones y anhelos. También tienen valores familiares. ¿Ha visto cómo los leones enseñan a sus hijos? Los elefantes son solidarios y son valientes feministas o dignos patriarcas. También los gorilas. Los elefantes podrían atacar las casas, destruir las cosechas y matar gente. Siempre póngase del lado de los elefantes. Gatos salvajes podrían hablar como escolares de liceo y las hienas pueden ser justas y tener un ligero acento de Medio Oriente. Cualquier africanito que viva en la selva o en el desierto puede ser retratado con sentido del humor a menos que entre en conflicto con un elefante, un chimpancé o un gorila. En ese caso debería representar la maldad pura.

Después de las celebridades y los trabajadores humanitarios, los conservacionistas son las personas más importante de África. No los ofenda. Los necesita para que lo inviten a sus canchas de golf de mil hectáreas (sus “áreas de conservación”) pues es la única manera de que usted llegue a entrevistarse con los activistas más importantes. Si la portada de su libro tiene una foto del conservacionista en terreno será de mucha ayuda para las ventas. Cualquier blanco bronceado vistiendo algo de color caqui que alguna vez tuvo un antílope como mascota o una granja, eso es un conservacionista; es decir, alguien que preserva el rico patrimonio africano. Cuando lo entreviste, no pregunte mucho acerca de cuántos fondos tiene para su obra; no pregunte cuál es su tajada. Tampoco pregunte cuánto le paga a sus empleados.

Sus lectores se desilusionarán si usted no menciona la luz de África. Ah, y las puestas de sol. Las puestas de sol en África son obligatorias. Siempre son grandes y rojas. Siempre hay un cielo inmenso. Los paisajes imponentes y esas cosas son importantísimos (África es La Tierra de los Paisajes Imponentes). Cuando escriba sobre la apremiante situación de la flora y la fauna, no se olvide de mencionar que África está sobrepoblada. Cuando su personaje principal esté en el desierto o en la selva viviendo entre un pueblo indígena estará muy bien si usted menciona que África ha sido despoblada por el Sida y la Guerra (use mayúsculas).

También necesitará algún nightclub llamado Tropicana donde los mercenarios, los abyectos nuevos ricos africanos, las prostitutas, los guerrilleros y los patiperros humanitarios de la ONU se la pasan bien.

Siempre termine su libro con Nelson Mandela diciendo algo sobre el arcoiris y el renacer de la esperanza. A usted le importan esas cosas.
Binyavanga Wainaina
(Kenia, 1971) Director del suplemento literario “Kwani?” (www.kwani.org), el cual fundó tras ganar el prestigioso premio Caine en 2002 con su cuento “Discovering Home”. Colabora habitualmente en diversos medios escritos de África, Inglaterra y Estados Unidos. En los últimos años se ha dedicado al estudio de la música y las raíces africanas, a la vida docente en universidades de Kenia y Estados Unidos y a terminar de escribir su primera novela, entre otras cosas.

                                                           Artículo publicado originalmente en el nº 92 de la revista Granta (2005). La traducción para Ciudad de las Ideas fue realizada por Pablo Riquelme Richeda:

15 sept 2010

La apropiación indebida de un patrimonio inmaterial | Nicolás Ocaranza


Desde un tiempo a esta parte, la figura del ex-presidente Salvador Allende se ha convertido en un ícono pop. Su rostro, disimulado por unos característicos anteojos de ancho marco, se distingue fácilmente en casi todas las banderas y lienzos que se blanden durante las protestas callejeras, así como en los variados stencils estampados en las paredes santiaguinas que nos recuerdan el pasado 11 de septiembre. Al igual que a ese Che Guevara globalizado y desideologizado, quienes intentan rescatar a Allende del baúl de los recuerdos sólo se interesan por el ícono pero no por su proyecto político ni por su incuestionable compromiso republicano.

Pero el culto a Allende no solamente alimenta a esa iconofilia tan propia de la juventud rebelde que emerge en estos días en que muchas heridas del pasado se abren y supuran infectadas a causa de los múltiples conflictos político-sociales no resueltos; también algunos personajes de la Concertación han iniciado un nuevo revival allendista que ha convertido al último bastión del republicanismo chileno en otro fetiche más de su panteón multicolor. Desorientados por la derrota electoral que les propinó la derecha y en una frenética búsqueda de un referente que sea capaz de dar sentido al sinsentido de su existencia política, los concertacionistas no han encontrado una mejor opción que apropiarse de ese patrimonio inmaterial de la vieja izquierda chilena que encarna Salvador Allende. Pese a que la Concertación perpetuó la herencia neoliberal, constitucional, privatizadora y censitaria de la dictadura militar, sus voceros insisten en extender un falso hilo conductor que los vincule a ese pasado revolucionario previo al golpe de estado de 1973.

No sorprenden, entonces, las palabras de la presidenta del Partido por la Democracia, Carolina Tohá, en una columna que publicó The Clinic el pasado 5 de septiembre. En su escrito, Tohá realiza una apropiación oportunista de la figura de Allende para mostrar a su partido como el “heredero legítimo” de ese corpus ético-político que caracterizó al presidente de la Unidad Popular. De sus palabras se infiere que lo que verdaderamente interesa a la Concertación no es el balance histórico del fracaso de la Unidad Popular como alternativa política a la derecha y a la Democracia Cristiana, como tampoco el análisis de aquellas decisiones políticas tomadas por Allende que dejan una serie de dudas sobre su real habilidad para gobernar a la variopinta coalición que lideraba (el evidente el contraste entre un Partido Comunista comprometido con la viabilidad institucional y constitucional del proyecto revolucionario versus un Partido Socialista cada vez más díscolo, fraccionado y dispuesto a transgredir la legalidad constitucional), sino la figura de un Allende que sirva de reserva moral para una Concertación cuya única fuerza moral fue “el transar sin parar” –como bien lo escribió hace algunos años el historiador Alfredo Jocelyn-Holt-. 

Transcurridos seis meses desde que la Concertación cediera al poder a la derecha, la actual oposición ha iniciado una búsqueda desesperada de explicaciones a su derrota electoral. Las tesis que han salido a la luz pública apuntan en dos direcciones. La primera, expuesta por el lobbysta y empresario de la comunicación estratégica, Eugenio Tironi, ofrece una mirada autoflagelante y desesperanzada ante el caos y dispersión en que ha quedado sumida, según sus palabras, la “coalición política más exitosa de la historia de Chile”. La segunda tesis, si es que podemos llamar tesis a un par de intuiciones vagas, es la de la ex-presidenta Michelle Bachelet y su aparente sucesora, Carolina Tohá, quienes insisten en que la Concertación tiene un patrimonio moral comprometido con la igualdad, la justicia social y la defensa de los Derechos Humanos que es la base sobre la cual es posible reconstruir un proyecto político futuro.

Con todo, lo que llama la atención de ambos diagnósticos es el tardío mea culpa realizado por los líderes concertacionistas, quienes después de 19 años gobernando recién han comenzado a analizar de una manera menos autocomplaciente el fracaso de sus políticas en educación, la aberrante privatización de los servicios básicos de uso público como el agua, la electricidad y el transporte urbano, y los escasos avances logrados en temas claves como la redistribución de los ingresos, la concentración de la riqueza, el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas, la reforma al sistema electoral binominal y la efectiva inclusión de las regiones en el debate sobre las políticas públicas nacionales.

Frente a los desoladores diagnósticos que entregan los informes de desarrollo humano del PNUD y algunas investigaciones académicas sobre la democratización política (cf. Manuel Antonio Garretón. “La Democracia incompleta en Chile: la realidad tras los rankings internacionales, en Revista de Ciencia Política, volumen 30, nº 1, 2010), el legado concertacionista se aleja demasiado del proceso democratizador iniciado por el gobierno de Salvador Allende. En una época en que la participación política de los jóvenes cayó en picada y en que la exclusión de los partidos políticos que se encuentran fuera de la hegemonía que concede el sistema binominal se mantuvo durante tres gobiernos concertacionistas, la homologación entre éstos últimos y Allende no es más que un delito de apropiación indebida de un patrimonio inmaterial que pertenece a todos aquellos que luchan por una constitución verdaderamente igualitaria e inclusiva y por un sistema político verdaderamente representativo y democrático.
 Nicolás Ocaranza

6 sept 2010

"Europa está dormida y resignada". Entrevista a Gianni Vattimo, filósofo italiano | Gustavo Santiago


Hacia el final de la década del 70, un pequeño número de filósofos, encabezados por Gianni Vattimo y Pier Aldo Rovatti, se atrevía a sostener que las ideas "fuertes", que se pretendían sustentadas en sólidos fundamentos, debían dar paso a nociones más ligeras, abiertas a la pluralidad. Apenas unos años más tarde, el "pensamiento débil" llegó a gozar de una popularidad inusual para una corriente filosófica. Eran los tiempos en  que la disputa modernidad/posmodernidad ocupaba el centro de la escena cultural. En este diálogo, correo electrónico mediante, Vattimo, revisa aspectos controversiales de su producción y destaca la importancia de la perspectiva débil para construir una sociedad democrática y pluralista, que promueva la caridad y el respeto por la libertad. 

-Han pasado treinta años desde el surgimiento del "pensamiento débil". ¿Cómo fue aquel comienzo? ¿Qué llevó a su formulación?

-El pensamiento débil se inició para enfrentar el carácter absoluto de algunas ideologías, entre las que se encontraba el marxismo. Algunos filósofos queríamos señalar la imposibilidad de seguir hablando de una razón central, de una razón omnicomprensiva del mundo. Es decir, algo semejante a lo que Lyotard iba a anunciar en aquellos años como "el fin de los metarrelatos". 

-¿En qué se sustentaba esa perspectiva? 

-Estas ideas surgieron como una derivación o una especie de síntesis de Nietzsche y Heidegger. Pero de un Heidegger al que podríamos llamar "de izquierda". Desde mi perspectiva, el gran error de Heidegger, que hizo que se inclinara hacia el nazismo en 1933, fue no haber sido radicalmente nihilista. Eso lo llevó a pensar que se podía reconstruir una sociedad presocrática, preclásica, premetafísica, recurriendo a la mitología nazi. Como si el nazismo fuera una posibilidad de salir efectivamente de la metafísica. Esto fue un error político y también filosófico. 

-En su autobiografía, usted recuerda que en los años 80 las discusiones sobre el pensamiento débil colmaban grandes auditorios. También eran numerosos los filósofos que decían sostenerlo. Actualmente, sin embargo, se oyen muy pocas voces de apoyo. 

-Es verdad que hay una diáspora de los autores del pensamiento débil. Pier Aldo Rovatti es uno de los pocos que permanece fiel al "debilismo" desde los primeros momentos. Aunque desde el comienzo él tenía una versión de la debilidad un poco diferente de la mía, menos ontológica y más fenomenológica; menos heideggeriana y más husserliana. Pero hubo autores que colaboraron con nosotros, como Umberto Eco o Maurizio Ferraris, que ahora dirían cualquier cosa de sí mismos excepto que son débiles. Para mí, en Eco sigue habiendo manifestaciones del pensamiento débil. 

-¿Por qué cree que se produjo este cambio en la consideración de los intelectuales?
-Yo atribuyo esta situación al predominio de la derecha en el pensamiento actual. Hay un fuerte retorno al "realismo", desde el cual se afirma que lo que debe hacer la filosofía es analizar los hechos, ayudar a los saberes científicos, pero de ningún modo imaginar una alternativa a la realidad tal como es. Hay un retorno al orden, a la "normalidad". Y el pensamiento débil no ayuda en esto. Aunque algunos, interpretando mal la idea de debilidad, acusaron también al pensamiento débil de ser reaccionario, conciliador con la realidad neocapitalista. Pero nunca fue así. 

-Sin embargo, ésa es una idea muy extendida en el mundo intelectual. ¿Usted cree que se trata de un simple error de comprensión? 

-También puede estar ligado a una distorsión, quizá intencional. En Italia hemos tenido un período de corrupción política que en aquel momento se aliaba muy bien con un pensamiento que se decía débil. Como si el pensamiento débil fuera la negación de los valores filosóficos definitivos y sólo eso. Esa idea se utilizaba para justificar una política pragmática y corrupta. Pero, obviamente, eso es algo con lo que yo nunca he estado de acuerdo. 

-¿Cuál fue su posicionamiento en relación con el neoliberalismo en los años 80? 

-Personalmente, nunca fui neoliberal. Sí puedo decir que en aquellos años me sentía comprometido con una política de "socialismo ligero", con la idea de un socialismo un poco menos autopunitivo, un poco menos austero. Pero nunca he estado a favor del neoliberalismo. Quizá el texto en el que he podido dar esa idea es La sociedad transparente . Allí afirmaba que la lógica misma de los mass media conducía a una multiplicación de las interpretaciones que me resultaba una lógica liberadora, emancipadora. Yo decía que cuando alguien tiene un solo canal de televisión en la casa puede tomarlo como un Dios. Pero si tiene veinte, no creerá en ninguno de ellos porque al multiplicarse las voces se multiplican las interpretaciones. Pero cuando al comienzo del 2000 Berlusconi ganó las elecciones en Italia, publiqué una nueva edición de La sociedad transparente con un capítulo donde confesaba una cierta desilusión frente a la posibilidad intrínseca de los medios de funcionar como instrumentos de liberación, aunque sin llegar a pensar, como Adorno, que los medios como tales son totalitarios. Lo que veo es una resistencia del capital a la pluralidad, que lo lleva a monopolizar los medios e intentar hacerlos servir a una sola voz. La multiplicidad de interpretaciones es bloqueada por razones políticas y económicas. Por ello, se necesita una política que favorezca la pluralidad de las voces y esto es realmente difícil de lograr. 

-Usted suele citar un verso de Hölderlin que también le gustaba a Heidegger: "Allí donde crece el peligro crece también la salvación". ¿Cuáles son los peligros que más lo preocupan en la actualidad desde una perspectiva política? ¿Vislumbra la gestación de alguna salvación? 

-En este momento me parece que hay estructuras internacionales que controlan las políticas nacionales de un modo tan rígido que yo no veo, en Europa o en Italia, la posibilidad de cambiar mucho. Por ejemplo, la experiencia de centro izquierda italiana con Prodi me desilusionó muchísimo porque ni siquiera Prodi, que era un hombre con buenas intenciones, honesto, ha podido cambiar mucho. ¿Y por qué no? Porque estamos en un sistema (la Unión Europea, el Pacto Atlántico, etc.), que nos impide manejar nuestra política. La única zona del mundo que me parece todavía prometer algo es Latinoamérica. Efectivamente, lo que pasó en los últimos años en América latina, empezando con la resistencia de Cuba y después con Venezuela, con el Brasil de Lula, con la Argentina, me parece que promete no, obviamente, una revolución o una guerra en contra de los Estados Unidos, pero sí una posible modificación del equilibrio, del balance de los poderes internacionales. Yo siempre he soñado con una alianza entre la Unión Europea y Latinoamérica como alternativa a los Estados Unidos. Aunque, desde luego, no en términos de enemistad militar. 

-¿Cuáles serían esos signos alentadores que encuentra en América latina? 

-Lo que veo es una forma tentativa de socialismo. Soy consciente de los límites del chavismo, pero me parece que la utilización que ha hecho Chávez del dinero del petróleo es algo fundamental. Es cierto que en Venezuela tiene una fuerte oposición, pero también es cierto que quienes lo cuestionan provienen de las clases acomodadas, que son las que han perdido los privilegios. Pero es innegable que los pobres tienen más asistencia médica, más posibilidades de instrucción. Hay muchísimos elementos problemáticos del chavismo, pero creo ver allí la posibilidad de un socialismo un poco diferente del que conocíamos. También la veo en Evo Morales e incluso en Lula, aunque obviamente, como Brasil es el país más grande de América Latina, tiene más dificultades para actuar. No sé bien hasta qué punto se podría tener otra esperanza. ¿Qué podemos esperar? ¿Que Europa, por ejemplo, se transforme? Europa está dormida y resignada. Hay una pérdida total de confianza, la gente no participa más en la política. 

-Para quien no haya leído sus textos, esta apelación al compromiso político puede resultar tan sorprendente como su retorno al cristianismo luego de recorrer las sendas de Nietzsche y de Heidegger.
-Escribí un pequeño libro que se publicó en español hace dos o tres años, que se llama Ecce Comu , título que ironiza un poco con Ecce Homo de Nietzsche, en el que postulo algo así como un "anarco comunismo". Y, aunque parezca extraño, esta especie de comunismo que sostengo está relacionado con mi cristianismo y con los filósofos que usted mencionaba. Yo no pienso que mi retorno a mi religión de juventud sea simplemente un hecho de salvación individual. Uno no se puede salvar individualmente, sino con su propio mundo, con su propia situación social, con los otros. Como debilista, yo soy cristiano. La única filosofía cristiana que me parece existir hoy es el pensamiento débil. El pensamiento débil me parece una traducción filosófica del mensaje de la encarnación de Dios. Dicho de otro modo, la encarnación de Dios es una manera de desmentir todas las imágenes de lo divino como trascendente, como absoluto, como juez, para sustituirlas por la de un Dios que se hace hombre. La verdad del cristianismo no es la idea de que Dios existe en alguna parte en el cielo, ni que Jesús está sentado a la derecha del Padre. Cuando Jesús dice: "Yo estoy presente cuando dos o tres de ustedes se reúnen en mi nombre", no lo hace para decir que Dios está presente incluso de esta manera. Significa que Dios está presente sólo de esa manera, en la cara del otro, en el encuentro con el otro. La Iglesia no siempre interpreta la Escritura literalmente. Pero decide ella misma cuándo se trata de tomarla al pie de la letra y cuándo no. Hay todo un sistema de pensamiento pontifical, tradicional del catolicismo, que afirma que hay una naturaleza que sólo la Iglesia conoce y que deviene la base de su propia autoridad incluso en lo moral. Todo esto es básicamente no un respeto por la naturaleza, sino una voluntad por parte de la Iglesia de preservar su propio poder. 

-En su autobiografía usted afirma que "el único pecado verdadero es la falta de caridad". 

-Amor es ante todo la caridad cristiana. En el amor existe aquello que Santo Tomás llamaba la amistad conyugal. Esto es algo más que la pasión inmediata. El amor incluye problemas, sufrimiento. Por ejemplo, yo soy doblemente viudo, he estado con dos chicos más jóvenes que yo, que lamentablemente se murieron antes que yo. ¿Qué hace un viejo viudo? Con mis años, con mi barbita blanca, difícilmente llegue a seducir a alguien. Yo sufro esta espina en la carne. Para los jóvenes esa espina es el deseo, que nunca se acaba completamente, que lleva a la tentación. Yo tengo una suerte de nostalgia y tengo que vivirla más o menos como vivo mi finitud. Un amigo me dice, en broma, que yo no soy heterosexual ni homosexual: a mi edad soy más bien "veterosexual". Y algo de razón tiene. Lo que no hay que olvidar es que en el eros hay también mucha caridad. Cuando el otro me gusta con su cara, con su cuerpo, y entre nosotros no hay opresión, ésta es una forma de caridad. El placer que allí surja no puede tener nada de malo, de pecaminoso. ¿Por qué tiene que estar Dios contra el placer?

4 sept 2010

Entrevista al historiador José Bengoa a propósito de la huelga mapuche | Pedro Cayuqueo

Antropólogo, filósofo y Premio Nacional de Historia, José Bengoa es una de las voces más autorizadas a la hora de referirse al pueblo mapuche en Chile. Autor de la monumental “Historia del Pueblo Mapuche” y del ensayo “Historia de un Conflicto: El Estado y los Mapuches en el Siglo XX”, sus investigaciones antropológicas e históricas han nutrido a numerosas generaciones de mapuches en la búsqueda de aquella parte de la historia silenciada por la academia oficial.

Ex director en los 90' de la Comisión Especial de Pueblos Indígenas (CEPI), integrante de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato durante el gobierno de Ricardo Lagos, y miembro de la Subcomisión de Promoción y Protección de los Derechos Humanos de la ONU, su experiencia en el ámbito del derecho internacional humanitario resulta clave además para desnudar el doble estándar del Estado chileno frente a la demanda mapuche.

Sobre la huelga de hambre que se desarrolla en prisiones, las acusaciones de terrorismo que pesan sobre dirigentes y organizaciones, el rol de la prensa y los desafíos políticos que implica superar un conflicto en apariencia interminable, conversó Bengoa con el periódico Azkintuwe.

-Nuevamente una huelga de hambre es protagonizada por mapuches en las cárceles del sur. ¿Qué le parece?

La huelga de hambre siempre es un recurso extremo, al que tienen derecho las personas que sienten que sus derechos están siendo violados. Es el caso de los presos políticos mapuches, en particular de todos aquellos que están siendo acusados de diversas materias que no tienen siquiera que ver con delitos comunes, o que si así lo fuesen serían materia de un juicio corriente o a veces incluso de un Juzgado de Policía local. Si no se les aplicara la Ley Antiterrorista estarían en libertad. Hay aquí una situación aberrante que hemos denunciado desde hace ya muchos años. En algunos casos la prueba ha sido tener un bidón de bencina en la casa, lo que es absolutamente normal en una casa de agricultores que tienen motosierras y herramientas que requieren de ese combustible. Durante años los juicios han expresado exclusivamente la prepotencia del poder, como en el caso de Agustín Figueroa, quien logró revertir los fallos que no le daban la razón empleando todo el poder que le otorga esta sociedad. Así hay numerosos casos. Prueba de ello que cuando se ha ido a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se ha acogido la demanda de los comuneros señalando la ausencia de juicios justos.

- ¿Que opinión le merece que a los mapuches se los acuse en Chile de “terrorismo”?

El “terrorismo” siempre es y ha sido una construcción del Estado. Se acusa a quien se quiere castigar de “terrorista”. Cuántas veces no ocurrió en Chile? ¿Cuántos acusados de terrorismo en el mundo no han ganado posteriormente el Premio Nobel de la Paz? Es una herramienta malvada del Estado y en este caso del Estado chileno. Además muy poco adecuada. Cuando se acusa de terrorismo las personas son criminalizadas y se desata una espiral que es muy compleja y a veces muy difícil posteriormente de resolver. He estudiado la casi totalidad de los juicios, los que son públicos, y me cabe la convicción que las acusaciones son absolutamente injustificadas. Durante los gobiernos pasados se criminalizó de un modo inaceptable el “conflicto mapuche”.

-En muchos casos las acusaciones de la fiscalía no logran desembocar en fallos condenatorios. Muchos comuneros, tras largos periodos en prisión, han sido absueltos finalmente. ¿Lo judicial como una herramienta de contención?

Creo que son procesos judiciales puramente de intimidación. La mayor parte de los casos concretos son situaciones locales de viejos conflictos entre propietarios y comunidades. Nunca a nadie se le ocurrió que un conflicto de límites, una reivindicación territorial, deslindes, etc.…fuera terrorismo. Hay un gravísimo error conceptual y a lo más una enorme desproporción que cuando los juicios avanzan no resisten el valor de la prueba. El Estado y el Gobierno fue presionado por una serie de fantasmas, muchos de ellos de carácter internacional, que veían en las acciones reivindicativas de jóvenes mapuches, a figuras como Bin Laden o cualquier otro constructor de “la guerra contra el mal”. La presión de los intereses regionales fue y ha sido muy fuerte. Con una gran irresponsabilidad el Diario El Mercurio asumió esos intereses de manera ciega y con el ánimo de confundir y erosionar a los Gobiernos de la Concertación, el famoso Plan de Desalojo, levantó el fantasma del terrorismo.

-¿Observa una estrategia de El Mercurio al respecto?

Un análisis sereno de las informaciones de este diario muestra que se trató al menos de una campaña orquestada y sistemática. El Decano de la Prensa suele poner la agenda informativa en Chile. El terrorismo del sur fue repetido sin pensar por los canales de televisión que construyeron de modo irresponsable la imagen de ingobernabilidad. Los Gobiernos de la Concertación, siempre temerosos de lo que les dijera el Diario El Mercurio, asumieron en la práctica que se trataba de terrorismo y aplicaron la famosa y maldita ley. Así la espiral ha seguido. Las palabras sacan palabras, los hechos, hechos. El actual gobierno se tendrá que tragar los dichos por sus corifeos. La construcción del terrorismo del sur de Chile se deshacerá y vemos que Piñera se puede enfrentar a uno de sus problemas mas complejos: la presión de la sociedad y elites regionales y los dichos de sus ad láteres, y la presión nacional e internacional que a no dudarlo si continúa la huelga de hambre va a explotar.

-¿Actúan los grandes medios como voceros de aquellas elites contrarias a la demanda mapuche?

Los medios de comunicación en Chile han llegado a un grado de monopolio y control espectacular. Lo que no les interesa a sus propietarios, que coinciden con los grandes propietarios de todo y ahora del poder político del ejecutivo, no existe, y esa es una verdad del tamaño de una catedral. La huelga de hambre ha sido silenciada. Pero cuidado que es la peor política, ya que en estos casos cuando la situación se pone crítica, ojala que no llegue al nivel de peligrar las vidas de los huelguistas, va a explotar. Las consecuencias no las podemos siquiera imaginar.

-¿Qué piensa cuando escucha hablar tan ligeramente de vinculaciones mapuches con grupos guerrilleros de otras latitudes?

Que se trata de acusaciones sin fundamento y que solo expresan el racismo de ciertos sectores que consideran que los mapuches no son capaces de llevar en forma autónoma un movimiento de estas características. Los dirigentes mapuches no tienen nada que ir a preguntarles a los vascos u otros pueblos en situaciones radicalmente diferentes y en contextos políticos muy distintos. Muy diferente es que haya solidaridad entre los pueblos. Hay una paradoja en todas estas acusaciones de apoyo internacional. Las elites del país están orgullosas de la globalización, pero aceptan las redes globales solamente en lo que les interesa. Cuando no es así acusan de “ingerencia extranjera” en los asuntos nacionales. Alguien podría preguntarse por el doble estándar.

-Usted participó activamente del proceso que desembocó en la actual Ley Indígena, ello a comienzos de los 90'. ¿Cómo calificaría las políticas indígenas de los últimos gobiernos? ¿Se ajustan a estándares de países democráticos?

Ha habido aspectos sin duda positivos relacionados con un mayor reconocimiento de la existencia de los pueblos indígenas de Chile, lo que se ha expresado en mayor visibilidad de estos asuntos, en políticas de educación, bilingüismo, salud intercultural, fomento a las culturas, que antes no existía. La misma política del Fondo de Tierras es algo nuevo y producto de políticas favorables a las causas indígenas. Sin embargo, estas políticas han sido muy contradictorias. En ningún momento ha habido un reconocimiento de un real sujeto indígena, una contraparte con la cual establecer un diálogo sin consideraciones previas ni cortapisas. Con los años las políticas indígenas se quedaron sin contrapartes fuertes, las que fueron ignoradas cuando existían, y solamente se aplicaron políticas clientelísticas, que obviamente no lograron resolver nada importante. El caso mas ejemplificador es el del Programa Orígenes que si bien tuvo muy buenas y correctas intenciones se fue desperfilando hasta llegar a ser un sistema de reparto de dádivas a clientes. A eso se suma la maquinaria clientelística local y regional que es muy fuerte y que no tiene interés en permitir la construcción de sujetos colectivos y por tanto es muy eficaz cuando se trata solamente de “repartir”.

-En este plano, ¿qué opinión le merece la constante estrategia de las autoridades de llevar el conflicto a tribunales?

Personalmente creo que la judicialización de los conflictos de carácter social es el camino peor ya que se produce cuando se niega la política. Estos conflictos son fundamentalmente políticos y la autoridad los debe entender como tales. La política significa siempre reconocer a los interlocutores, establecer bases de discusión, llegar a acuerdos y por cierto a desacuerdos, etc.… Cuando los caminos políticos se cierran queda como argumento la judicialización de la política, que es sin duda un camino muy poco adecuado para los conflictos sociales. Lamentablemente lo que uno observa es que crecientemente al abandonarse la política se lleva el conflicto a los Tribunales. Pero estos por su naturaleza verán caso a caso. No habrá por tanto políticas adecuadas lo que conllevará a mayores dificultades, penurias, y sin duda nuevos conflictos.

-Chile se prepara para las celebraciones del Bicentenario. ¿Existe a su juicio una deuda pendiente, no abordada debidamente, de Chile con el pueblo mapuche y con su propia historia?

Lo escribimos hace ya tiempo en la Trilogía del Bicentenario, diciendo que es el hecho mas lamentable que para el Bicentenario no exista un mínimo de acuerdos, de memorias compartidas entre el Estado, la sociedad chilena y el Pueblo mapuche en este caso. Cuando escucho a quienes dicen que “no tenemos nada que celebrar”, creo que tienen la razón. Muchos creímos que estas fechas emblemáticas podían ser una ocasión para que las así llamadas “Memorias Subalternas” se hicieran parte, o al menos fueran Conmemoraciones. A la primera convocatoria de una Comisión del Bicentenario asistimos y participamos Elicura Chihuailaf, Sonia Montecinos y el que habla, pensando que quizá podría hacerse algo. Algo tratamos de hacer. Al poco tiempo nos dimos cuenta que se iba desdibujando y cerrando las posibilidades de hacer cosas, y con el tiempo se acabó todo; la misma Comisión no se reunió nunca mas y se clausuró sola; nadie la sepultó ni le rezó un responso. Muy lamentable experiencia. Me temo, como ya se está viendo en los programas de la televisión con ocasión del Bicentenario, que va a haber un uso folklorizante de la cuestión indígena y una reducción de la misma a asuntos anecdóticos sacados de contexto. En medio de las festividades pondrán a algunas niñas pseudo pascuenses a bailar, unos aymaras a danzar y una trutruca se escuchará a lo lejos. En los cuatro días de celebraciones del próximo mes de septiembre, todo el mundo estará de tal suerte borracho que no se recordarán ni los ancestros ni se tomará nota de la diversidad cultural.

-¿Vislumbra en el horizonte alguna salida política al escenario de conflictividad que se vive?

Las elites nacionales y sobre todo regionales están muy lejos de aceptar la existencia de una sociedad y pueblo mapuche en este caso dotado de personalidad propia. No ha habido ni un solo cambio institucional en que se tome en cuenta a esta realidad social del país. Por ejemplo, en los gobiernos regionales de áreas de alta concentración indígena no existe ningún mecanismo para posibilitar una participación adecuada, digna, correcta, en fin, reconocer en la institucionalidad política del Estado la existencia indígena. En el caso de los Municipios, que fue una luz muy esperanzadora, tampoco ha ocurrido nada. El Estado considera que los Municipios donde hay mayoría absoluta de población indígena no deben ser diferentes a los que no la tienen. Los partidos políticos han sido muy mezquinos en esta materia y salvo uno que otro caso, no consideran la incorporación por ejemplo de candidatos indígenas en sus listas, privilegiándose los grupos de presión y las camarillas como es público y notorio.

-¿Y respecto del movimiento mapuche, de sus cuadros dirigenciales y políticas?

Las elites mapuches han visto cerrados todos los caminos institucionales y eso es de una gravedad enorme. No es lo que ocurrió en la mayor parte del siglo veinte en que a lo menos existían sistemas y líderes que establecían algún grado de intermediación. Este cierre del sistema político convierte a todo quien reclama o establece demandas en un sospechoso de estar fuera del sistema. De allí a acusarlo de delincuente o simplemente de terrorista como se ha señalado en sus preguntas mas arriba, hay un solo paso. La Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato, señaló con fuerza este asunto, propuso diversas alternativas, y todas ellas cayeron en el canasto de los papeles. Es muy raro, pero es así, el sistema político chileno no tiene ninguna disponibilidad a modificarse, a lo menos incorporando las demandas mas básicas de participación de los pueblos indígenas. Al no existir sistemas de mediación institucional no cabe mucha duda que el conflicto está a la vuelta de la esquina y probablemente va a continuar y se va ha acrecentar. Podríamos decir que esta impronta de carácter colonial, la no inclusión de lo indígena como asunto institucional de la política, es el elemento clave en el debate. Las elites indígenas y en particular mapuche se han desarrollado de tal suerte que consideramos, como observadores de esta realidad, que es imposible volver atrás.

-¿En qué ámbito observa usted este desarrollo de la actual dirigencia mapuche?

Las elites indígenas y mapuches en particular poseen un explícito discurso post y anti colonial. No creo que puedan aceptar el tipo de integración subordinada que ofrece el Estado y en particular el Gobierno actual. Los gobiernos anteriores también estaban imbuidos de estas ideas pero había en su interior elementos mas contradictorios, como por ejemplo el programa “Renacer” que durante Bachelet se trató de poner en marcha y que cayó de tal suerte que hoy es solamente un recuerdo para el estudio de arqueólogos de las ideas. La lectura de los trabajos realizados en la Fundación Paz Ciudadana, por quienes ahora son máximas autoridades de gobierno, por ejemplo la Ministra Secretaria de Gobierno, muestra que la tendencia a la reducción de la cuestión mapuche a un asunto de pobreza es mayoritaria, clara y definida. No solo no hay un reconocimiento del sujeto en su particularidad sino que hay una apuesta a que el asunto indígena se resuelve en el no reconocimiento, o en su reducción a pobres o a personas con algunas características culturales y folklóricas propias. No sabemos lo que va a ocurrir pero el asunto no se ve bien.

1 sept 2010

Entrevista al historiador John Elliott | Canal 2 Sur

El historiador John Elliott, profesor de la Universidad de Oxford y Premio Príncipe de Asturias, comenta las ideas principales de su libro Imperios del mundo Atlántico. En esta investigación, Elliott realiza un análisis comparativo de las estrategias de colonización y la posterior disolución de la hegemonía imperial española frente al poder imperial británico.

Joyce Appleby y la Historia del Capitalismo | CSPAN

En esta entrevista, la historiadora norteamericana Joyce Appleby comenta las ideas principales de su nuevo libro The Relentless Revolution: A History of Capitalism. Apunta que, lejos de ser inevitable, el advenimiento del capitalismo era un alejamiento de las normas que habían prevalecido durante cuatro mil años, lo que explica que haya favorecido una reconcepción radical de la naturaleza humana. Appleby analiza cuáles fueron los factores específicos que permitieron el florecimiento del capitalismo en la Inglaterra del siglo XVIII. Si bien pondera al capitalismo globalizado como un medio para aliviar la pobreza, advierte que sus modelos matemáticos a menudo ignoran el desorden de las relaciones sociales. El capitalismo, sostiene, es tanto un sistema cultural como económico, depende de la turbulencia y el riesgo, por lo tanto, una vez establecido, es capaz de aplastar cualquier oposición que intente frenar su expansión.


Entrevista al historiador Carlo Ginzburg | Martin Rueff pour la revue Po&sie

A partir de una de las tesis de Walter Benjamin, el historiador italiano Carlo Ginzburg reflexiona sobre la historia como una construcción dialéctica que se vuelve siempre actual. Conforme avanza el diálogo, Ginzburg analiza otros temas como la relación entre el olvido y la proyección futura del facismo, la manipulación de la opinión pública y sus implicancias políticas, el problema de la legitimidad de la democracia parlamentaria y, finalmente, la fragilidad de las comunidades políticas a partir de la actualidad de las ideas de Hobbes, Maquiavelo y Rousseau.