Se acaban de cumplir 500 años de la llegada de Juan Ponce de León a la península de Florida. Con tal motivo (1/4/2013) T. D. Allman ha publicado en el New York Times el artículo «Ponce de León, exposed». No es su ignorancia, de proporciones fantásticas, similares a las que atribuye a Ponce de León, lo que llama la atención. La audacia de la ignorancia de los hombres no sorprende, a menos que uno sea un extraterrestre. No, lo que sorprende es que hubiese aparecido en la página editorial de este periódico, sin duda el órgano de opinión más serio de los USA. Toda página editorial del NYT es cuidadosamente escrudiñada en busca de errores y prejuicios. Ensayos que insulten a grupos étnicos no tienen cabida. Si un ensayista como Allman hubiese presentado a Jefferson o a poblaciones afro-americanas como imbéciles no tendría agentes literarios ni acceso a periódicos de nota. Estaría dedicado a otros menesteres, quizás a miliciano, o a distribuidor de pizzas, o a senador de los Estados Unidos. No es el caso de Allman. Sus escritos y sus prejuicios ahora retumban en la caja de resonancia del NYT. Disturba también que los comentarios de lectores en su página sean, en su gran mayoría, celebratorios.
Allman argumenta que desde un principio «Florida» ha sido una ilusión que consume. Lo fue para Ponce de León, quien imaginó una Florida de minas de oro (no con fuentes de juventud como el vulgo pretende) sólo para descubrir una Florida de gangrena: los indios lo flecharon y regresó herido a terminar sus días podrido en una hamaca en la Habana. Lo fue también para Hernando de Soto, quien no sólo despilfarró el oro de sus aventuras en el Perú, sino que terminó loco después de una campaña de pillaje y exterminio en la península. Lo fue para los pacíficos franceses, que se establecieron en el norte de Florida en 1565 sólo para terminar masacrados por un lugarteniente sanguinario de Felipe II, Pedro Menéndez de Avilés. Lo fue para Henry Fluger, quien en los 1880s, inspirado por las fantasías de Washington Irving, invirtió millones en ferrocarriles y un gigantesco hotel en San Agustín, El Ponce de León, para atraer turistas que nunca llegaron. Lo fue para los miles de turistas que desde 1920 fueron engatusados por Walter Frazer, quien les vendió la ilusión de un pantano como la Fuente de la Juventud, idea original de Ponce de León. Allman insiste en que Florida es una ilusión que todavía engatusa. A propietarios de condominios que construyen en tierras pantanosas, a ingenuos que celebran la «fundación» de Florida por Ponce de León.
Ciertamente la historia está hecha de embelecos. No se trata de reivindicar a Ponce de León, ni a Hernando de Soto, ni a Pedro Menéndez de Avilés. Porque la ignorancia y prejuicios de Allman, esto es lo grave, residen en sus cadencias y en sus silencios.
Primero sus cadencias. Cito a Allman: «El mismo Ponce fue herido por una flecha. La herida no fue seria, pero los españoles eran tan indiferentes a la gangrena como alertas a la herejía. ¿Y qué si Ponce hubiese regresado a España con pequeños frascos reclamando que contenían el elixir de la juventud? Hubiese sido transferido sumariamente a las manos de la Inquisición. Si acaso. No, Ponce de León murió de fiebre en la Habana, habiendo descubierto nada, fundado nada, logrado nada». Es por tanto la ignorancia y estupidez hispánica lo que Allman busca vendernos. Ese es su elixir, su ilusión. Es el código que le hace simpático a sus lectores y a los editores del NYT: La España de Ponce de León no fue el imperio de la modernidad que transformó al mundo, para bien o mal, a raíz de 1492. No, la España de Ponce de León de Soto, de Menéndez de Avilés, es el imperio de la ignorancia, de la crueldad, de la ingenuidad, de la tortura, de la estupidez, del pillaje, de la violencia que extermina indios y pacíficos franceses. Es el mundo que vincula a España con el «México» de los millones de indocumentados que deambulan entre Florida y Seattle, manteniendo la ilusión de esa América de Allman, blanca, protestante, educada y socarrona.
Ahora sus silencios. Allman súbitamente salta en sus ejemplos de 1565 a 1880 y en el proceso olvida mucho. Olvida la violencia de los fundadores protestantes de Georgia y Carolina del Sur de los siglos XVII y XVIII, quienes usaron la península como cantera de esclavos. Docenas de miles de indígenas fueron cazados en Florida para mantener las plantaciones británicas en Jamaica. Olvida la ilusión de las dos guerras semínolas de la primera mitad del XIX. En ellas los ejércitos estadounidenses exterminaron a las poblaciones palenqueras afro-hispanas-indígenas. Cortaron cabezas y profanaron cementerios para coleccionar cráneos, enviados luego a los gabinetes decimonónicos de naturalistas en Filadelfia y Washington. Esas ilusiones poco menos socarronas, algo más espeluznantes, esas Allman no las recuerda. Se puede ser socarrón con el hispano. Ese es el mensaje de Allman, quien tiene derecho a sus prejuicios. Pero ese es también el mensaje de quienes lo invitan: los editores del NYT, cuya habilidad para leer prejuicios es directamente proporcional al poder político de las poblaciones a las que se insulta. Ese el mensaje para sus sonrientes y satisfechos lectores, cuyos comentarios en línea mayoritariamente lo aprueban. La ilusión de Allman, del NYT y de sus lectores, es olvidar la bomba demográfica que supone lo hispano. Esperemos que esos hispanos que crecen exponencialmente, pero que también fueron educados en la Leyenda Negra, empiecen pronto a recordar Florida de manera diferente.
Jorge Cañizares Esguerra
Alice Drysdale Sheffield Professor of History, Universidad de Texas, Austin.
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