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21 ene 2013

El largo camino al Sahara Occidental | Pablo Riquelme Richeda


Km 0, Marrakech. 

Son las cinco de la tarde y el termómetro frente a la estación de trenes de Marrakech registra 45 grados Celsius. El viento caliente parece un secador de pelo abriéndose paso desde las montañas. Mi lengua es una lija, mi cuerpo necesita agua. En el frontis, dos niños juegan a mojar a la gente con las mismas botellas con pulverizador que los peluqueros usan para humedecer cabelleras. Al pasar, entre risas, me tiran agua.


La estación de trenes queda frente al Teatro Municipal, en el Guéliz, barrio de palmeras, edificios y tiendas de ropa exclusivas, adyacente a la ciudad amurallada. Refaccionada completamente en 2008, tiene wifi gratis, un McDonald's y un Kentucky Fried Chicken, entre otros cafés y restaurantes, y a diferencia del centro de la ciudad, aquí se puede tomar cerveza sin restricciones. En un pasillo frente al baño de hombres hay una pieza con la puerta abierta y varios pares de zapatos ordenados en la entrada. Un cartel dice "Sala de oraciones" en árabe y francés, y muestra la imagen de un hombre de rodillas sobre una pequeña alfombra realizando una plegaria.

11 jun 2012

Treinta años de olvido | Roberto Merino


Si veinte años no es nada, según el famoso tango tan citado, súbitamente da la impresión de que treinta años es todavía menos. Por cierto: entre 1982 y el momento actual pareciera haber sólo un paso o una leve distracción temporal, pero entre ambos media un plazo suficiente para envejecer. A veces uno se siente como esos tipos con fisuras cerebrales a quienes se les detuvo el tiempo y viven pegados en un presente pretérito, si cabe la expresión. En fin, sé que es ridículo mi asombro: qué más decir, lo mismo, son treinta años de esos días exhalados como la juventud, un saco de años, más de un cuarto de siglo, el lapso de una vida entera.

2 ene 2012

Colonos | Alejandro Zambra

No conozco a un mejor contador de historias que Leonardo Sanhueza. Pensé esto por primera vez en un momento muy temprano de nuestra amistad, al calor de largas conversaciones, hace una porrada de años. De más está decir que eran reuniones generosamente regadas y que, a cierta hora de la noche, para la mayoría de nosotros era imposible mantener siquiera el simulacro de un diálogo, con excepción de Leonardo, quien asombrosamente conservaba la lucidez, de manera que entre el humo y el alcohol persistía el encanto de la conversación, aunque uno de los interlocutores, casi siempre yo, apuntara solamente unos monosílabos ladeados, casi horizontales.

Algunos años después ese aspecto hasta entonces privado de la personalidad de Sanhueza emergió en las crónicas que empezó a escribir en la página de Cultura de Las Ultimas Noticias. Colonos, el libro de poemas que acaba de publicar, a mi parecer marca el encuentro entre el poeta y el cronista, que no estaban necesariamente separados, pero que aquí son uno y el mismo. Lo primero que recordé cuando leí Colonos fue esa desencantada conferencia en que Borges lamenta que la palabra poeta haya sido dividida en dos: que ahora el que canta y el que cuenta, el que expresa sentimientos y el que les da una perspectiva, sean dos sujetos casi irreconciliables. Entiendo que hace 10 años Leonardo concibió el proyecto del que Colonos es el primer resultado visible, y que alude a la épica, o parte de un deseo de restitución similar al que manifestaba Borges en aquella conferencia: volver a narrar y a cantar, y en este caso nada menos que el origen.