Hay que mantener a raya la muerte de la imaginación!", pide Harold Bloom, que calla y cierra los ojos el tiempo suficiente para parecer un busto de mármol blanco de algún sabio griego de cabellos revueltos.
La frase suspendida recobra vida con voz grave y cansada: "Una de lasmaneras es que el crítico se acerque a un libro a través de la confrontación con las cosas directamente.
Debe ver lo bueno que es el autor. Y no hablo de los escritores menores sino de los grandes, comoDante, Shakespeare y Cervantes. Saber de qué están históricamente envueltos, cuál es el proceso; pero tiene que sentarse en el mismo sitio del escritor para conocerlo, y cuando lo lea debe leerlo como a un amigo cercano…". Y Bloom vuelve a suspender la idea un instante hasta encontrar las palabras: "Esa literatura, la canónica, que parece agonizar, es fundamental conocerla si queremos aprender a oír, a ver, a pensar… A sentir...".