5 nov 2012

La sociedad de los iguales | Entrevista a Pierre Rosanvallon (José María Ridao)


Con La sociedad de los iguales (RBA), el pensador Pierre Rosanvallon (Blois, 1948) propone recuperar el papel central que la igualdad tuvo en la teoría y la práctica políticas hasta finales del siglo XX. Rosanvallon ocupa desde 2001 la cátedra de Historia de la política moderna y contemporánea en el Collège de France y, al tiempo, es director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Intelectual afín al Partido Socialista francés y obsesionado por las formas de repensar la democracia —no en vano a este fin creó en 2002 un “taller intelectual” denominado La República de las Ideas—, en su nueva obra aborda cómo la caída del sistema comunista, por un lado, y la revolución conservadora encabezada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, por otro, desplazaron el centro de interés hacia la eficiencia en la gestión económica, que se identificó con el funcionamiento de los mercados desregulados. La abundancia que se generaría haría irrelevante la preocupación por la igualdad.
Pregunta. Usted no propone identificar nuevos instrumentos para promover la igualdad sino redefinir el concepto.
Respuesta. Hasta ahora la igualdad se ha pensado remitiéndola a la idea de justicia y también identificándola con el igualitarismo, como sucedió en el siglo XIX. El concepto que sugiero entiende la igualdad como relación social. De lo que se trata es de vivir como iguales, reconociendo la singularidad de cada cual. La experiencia de las utopías igualitarias, que acabaron en el totalitarismo, hizo que incluso la izquierda prefiriese hablar de equidad y no de igualdad. A mi juicio, claro que hay que hablar de igualdad, pero entendiéndola como relación social y no como distribución igualitaria.
P. Se ha preferido hablar de equidad pero también circunscribir la igualdad a la igualdad de oportunidades. Usted ve esta evolución con reservas.
R. En último extremo, se convierte en una forma de legitimar la desigualdad. Si se alcanzara una igualdad de oportunidades perfecta, entonces las desigualdades serían naturales y, por tanto, habría que resignarse a aceptarlas. Dada la infinita variedad de talentos y habilidades de los individuos, la sociedad sería inhabitable. Mi idea es que son necesarias políticas que fomenten la igualdad de oportunidades —pensemos en la sanidad o en la educación—, pero que la igualdad de oportunidades no puede convertirse en una filosofía.
P. Políticas, en definitiva, que corrijan el desequilibrio que usted observa entre ciudadanía política y ciudadanía social.
R. Al desaparecer el horizonte del igualitarismo tras el fracaso del socialismo de la colectivización, solo sobrevivió la idea de la igualdad de oportunidades. Blair y la tercera vía la colocaron en el primer plano de la reflexión y de la acción de gobierno, pero no definieron una visión social alternativa. Las desigualdades crecieron y, como dijo Rousseau, la desigualdad material no es un problema en sí misma, sino solo en la medida en que destruye la relación social. Una diferencia económica abismal entre los individuos acaba con cualquier posibilidad de que habiten un mundo común.
P. Definir una visión social alternativa partiendo de la igualdad, ¿no es lo que hicieron las utopías del siglo XX?
R. Para esas utopías la humanidad es la vez única y múltiple, porque los individuos son individuos pero deben acabar pareciéndose. Yo parto de una visión distinta de la emancipación. A mi juicio, la emancipación consiste en promover la singularidad y, al mismo tiempo, la vida en común desde la singularidad. No se trata de que los individuos sean iguales, sino que vivan como iguales. Es, por ejemplo, el caso de la pareja moderna, que no se entiende como célula social, sino como un vínculo entre dos singularidades.
P. Usted sostiene que el crecimiento de la desigualdad no es hoy una herencia del pasado, sino una ruptura con él.
R. Antes de que estallase la Primera Guerra Mundial se inició una transformación silenciosa inspirada por imperativos morales pero también por el miedo a la revolución. Los gobiernos estaban convencidos de que, para evitarla, era preciso emprender reformas sociales que redujeran la desigualdad. A partir de los años 70 del siglo pasado empiezan a cambiar las cosas. Se pasa de un capitalismo de organización a un capitalismo de innovación. Coincide, además, con que el miedo a la revolución desaparece tras la caída del muro de Berlín. Deja de existir cualquier horizonte alternativo.
P. Sorprende su afirmación de que es preciso renacionalizar para fortalecer el espacio común de los ciudadanos. Al menos en España, la experiencia parece ser la contraria.
R. Hablo de renacionalización en el sentido de rehacer el Estado de bienestar, no en el de profundizar las identidades. Entiendo la nación como el espacio pertinente de solidaridad y redistribución. Pero resulta que los fundamentos morales y filosóficos de la nación, de la nación en el sentido en que yo empleo el concepto, están desagregándose. Atravesamos una crisis económica en la que la solidaridad resulta imprescindible, a menos que quieran afrontar grandes catástrofes.
P. ¿Y no será que esos fundamentos se están desagregando porque hay menos que redistribuir? La política alemana, por ejemplo, está generando graves problemas en la Europa del Sur.
R. Cuando se estableció el euro se perdió de vista que una moneda común no era solo un instrumento de regulación, sino también de solidaridad. Como instrumento de regulación, el euro funciona correctamente. Pero no ocurre lo mismo por lo que respecta a esa segunda dimensión. Al hablar de Europa hay una cifra que no puede olvidarse: desde la entrada en vigor del Tratado de Roma, el presupuesto común nunca ha superado el 1% del PIB europeo. Todo lo que la Unión puede redistribuir entre los miembros se reduce a ese porcentaje.
P. ¿Sobrevivirá el euro?
R. En economía se suele producir la paradoja de que hay quien prefiere perder 4.000 millones de euros antes que gastar mil en beneficio de todos. Si esta paradoja se confirmase también ahora, el euro no tendría garantizada su existencia.


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