5 nov 2012

Hollywood y su impacto en Chile | Pablo Riquelme Richeda


“Cuando me vio, James Bond salió arrancando”, dijo en abril de 2008 Carlos López, alcalde de Sierra Gorda, tras ser detenido por irrumpir en un Honda Accord en el rodaje de 007: Quantum of Solace, protagonizada por Daniel Craig. El edil manifestó así su molestia porque la localidad antofagastina y sus habitantes aparecerían en la cinta no como chilenos, sino como bolivianos. Si esto hubiera ocurrido un siglo antes, probablemente habría formado parte del análisis que hace Fernando Purcell, director del Instituto de Historia UC, en ¡De película! Hollywood y su impacto en Chile 1910-1950.
El libro aborda la vertiginosa irrupción y consolidación del cine estadounidense en los inicios del siglo XX, poniendo especial atención a los mecanismos utilizados por Hollywood (“la más notable de las industrias culturales del siglo XX”) y el gobierno norteamericano -a través de los departamentos de Comercio y de Estado- para consolidar la hegemonía de su industria en detrimento del cine europeo.
Desmenuza las maneras en que Hollywood fue recibido y apropiado desde Chile. Sostiene que, desde sus comienzos, Hollywood se convirtió en el nuevo referente de modernidad para la clase media, remplazando gradualmente el modelo europeo del siglo XIX y sentando las bases del proceso de “norteamericanización” de la sociedad local.
Detalla cómo la industria fílmica estadounidense aprovechó la I Guerra Mundial, catastrófica para el entonces dominante cine europeo, para posicionarse en el mundo. Hollywood elaboró una agresiva estrategia comercial que contó con el apoyo de Washington y sus redes diplomáticas, en el marco de lo que Woodrow Wilson llamó la “conquista pacífica del mundo”. El cine fue una vitrina inmejorable para exportar el estilo de vida, la cultura y las manufacturas estadounidenses en los rincones más alejados del planeta. Los actores del star system -Douglas Fairbanks, Greta Garbo, entre otros- se convirtieron en los mejores embajadores de EE.UU.
En Chile, el proyecto hollywoodense fue abrazado por unas clases medias que, en plena formación de una cultura de masas, valoraron la modernidad “estilo norteamericano” (los rascacielos, los autos, la música, la emancipación femenina) y el desafío que ésta le planteaba a los paradigmas de modernidad europeos del siglo XIX. El rechazo provino desde los sectores más conservadores, generalmente ligados a la Iglesia Católica, que vieron amenazados los valores tradicionales e intentaron, por medio de la censura y la propaganda, evitar que el cine “corrompiera a la sociedad chilena”. Pero el cine estadounidense supo adaptarse a las circunstancias internacionales incorporando las sensibilidades de los mercados, y finalmente se impuso.
Esa plataforma fue aprovechada en el agitado contexto político de los años 30 y 40 -la crisis del capitalismo y el ascenso de Hitler-, cuando Hollywood dejó de ser un mero instrumento de apoyo para el comercio y se convirtió en una herramienta diplomática de Washington. Primero, en el marco de la “política del buen vecino” de Franklin D. Roosevelt, que apuntó a mantener una alianza hemisférica pacífica con América Latina, y luego durante la II Guerra Mundial, tratando de ganar la “batalla por las mentes y los corazones” de los países latinoamericanos, evitando que se alinearan con el Eje. Purcell grafica esto con Chile: una nación valiente, cinta que comparaba la Reconquista española con el régimen nazi y que finalmente se descartó porque La Moneda rompió relaciones con el Eje antes del rodaje (enero de 1943), y con la gira de 1941 de Walt Disney por el Cono Sur, donde ejerció de embajador cultural y de cuyo viaje salieron películas y personajes, uno de ellos basado en Pedro Aguirre Cerda, que evidenciaron las tensiones identitarias de un Chile mesocrático, que se debatía entre la modernidad ofrecida por Hollywood y el ideal criollo campesino, encarnado en la creación de Condorito, en 1949.

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