En la que debe ser una de las noticias más asombrosas para los chilenos aparecida en la prensa extranjera, The New York Times acaba de "ranquear" a Santiago como destino turístico número uno este año 2011. Esa sí que sería novedad histórica e inédita. Lo que es los varios cientos de miles, si no millones de santiaguinos prestos a escaparse o ya fugados de la ciudad, o no se han enterado aún o desmienten tan supuesta buena nueva. Y no porque acostumbren a salir de vacaciones en esta época huyendo del calor infernal que ha estado como nunca este verano. Al contrario, porque hay razones más de peso que aconsejan airearse y salir de este hoyo.
Santiago no es ningún Shangri-La. En otra noticia de ahora último, claro que aparecida en la prensa nacional y, por lo mismo, seguro que pasada por alto, se afirma que sólo un 24% de los chilenos confiaría en sus vecinos. Significativo dato. Que tres de cada cuatro santiaguinos se miren feo cada mañana, cada tarde, todo el año, no es precisamente una imagen incitante, ni qué bruto qué acogedora. Tampoco deben serlo las tres denuncias por robo, intimidación o asalto por cada mil personas registradas cada año, conste que contando sólo a quienes se animan a hacer la denuncia. Ni para qué decir ese dato pintoresco, tan único y santiaguino, de las hasta tres o más farmacias situadas en las cuatro esquinas. Ninguna agencia de viaje consignaría información tan útil.
Por supuesto que no. Lo que el New York Times valora como índice es que en Santiago existan estupendos restaurantes peruanos que sirven "novo-Andino cuisine", y donde después se puede ir a gozar de una noche inolvidable al son de "salsa, hot dancing and cool Cuba libres". Por eso quizá cuando los extranjeros alaban a Santiago se tiene, a menudo, la incómoda sensación de que los "Cuba libres" produjeron su efecto marimba. ¿No se habrán confundido acaso con Santiago de Cuba, Santiago del Estero (Argentina), Santiago de los Caballeros (Guatemala) o Santiago de Querétaro (México)?
Quienes nacimos en un Santiago, en los años 50, con cinco millones menos de habitantes, extendido en 15, no en 70 mil hectáreas, y con una concentración de sólo un 24% de los habitantes del país (no el 40% como hoy), no podemos si no estar traumados y hasta la coronilla. Definitivamente, con las grúas, los camiones tolva, los hombrecitos "Lego" con cascos, y con barrios nobles, enteros, tumbados a sus pies; en suma, un sitio o paisaje en constante deconstrucción/construcción. Periódicamente suelo toparme con unos "ejecutivos" de dudosa ralea que dibujan rascacielos monstruosos encima de mi calle y casa: vivo en Providencia y rehúyo moverme más al oriente.
El problema de Santiago es el de siempre, desde que se la fundó. Este nunca fue un lugar de destino, sino de paso e improvisado. Lejos de todo, y peor aun, lejos de donde íbamos, impidiéndonos los mapuche llegar allí. Un lugar salvaje, semidesierto, poco aireado, donde ninguna civilización precolombina que se preciara construyó nada (aunque se enterró mucho). En definitiva, un hoyo tumulario, fatídico, donde asentar un campamento trinchera y seguir batallando camino al sur; de lo contrario, había que salir cascando rumbo al norte. Raro, pues, que los gringos encuentren tan fantástico Santiago. ¿Vendámoselos?
Santiago no es ningún Shangri-La. En otra noticia de ahora último, claro que aparecida en la prensa nacional y, por lo mismo, seguro que pasada por alto, se afirma que sólo un 24% de los chilenos confiaría en sus vecinos. Significativo dato. Que tres de cada cuatro santiaguinos se miren feo cada mañana, cada tarde, todo el año, no es precisamente una imagen incitante, ni qué bruto qué acogedora. Tampoco deben serlo las tres denuncias por robo, intimidación o asalto por cada mil personas registradas cada año, conste que contando sólo a quienes se animan a hacer la denuncia. Ni para qué decir ese dato pintoresco, tan único y santiaguino, de las hasta tres o más farmacias situadas en las cuatro esquinas. Ninguna agencia de viaje consignaría información tan útil.
Por supuesto que no. Lo que el New York Times valora como índice es que en Santiago existan estupendos restaurantes peruanos que sirven "novo-Andino cuisine", y donde después se puede ir a gozar de una noche inolvidable al son de "salsa, hot dancing and cool Cuba libres". Por eso quizá cuando los extranjeros alaban a Santiago se tiene, a menudo, la incómoda sensación de que los "Cuba libres" produjeron su efecto marimba. ¿No se habrán confundido acaso con Santiago de Cuba, Santiago del Estero (Argentina), Santiago de los Caballeros (Guatemala) o Santiago de Querétaro (México)?
Quienes nacimos en un Santiago, en los años 50, con cinco millones menos de habitantes, extendido en 15, no en 70 mil hectáreas, y con una concentración de sólo un 24% de los habitantes del país (no el 40% como hoy), no podemos si no estar traumados y hasta la coronilla. Definitivamente, con las grúas, los camiones tolva, los hombrecitos "Lego" con cascos, y con barrios nobles, enteros, tumbados a sus pies; en suma, un sitio o paisaje en constante deconstrucción/construcción. Periódicamente suelo toparme con unos "ejecutivos" de dudosa ralea que dibujan rascacielos monstruosos encima de mi calle y casa: vivo en Providencia y rehúyo moverme más al oriente.
El problema de Santiago es el de siempre, desde que se la fundó. Este nunca fue un lugar de destino, sino de paso e improvisado. Lejos de todo, y peor aun, lejos de donde íbamos, impidiéndonos los mapuche llegar allí. Un lugar salvaje, semidesierto, poco aireado, donde ninguna civilización precolombina que se preciara construyó nada (aunque se enterró mucho). En definitiva, un hoyo tumulario, fatídico, donde asentar un campamento trinchera y seguir batallando camino al sur; de lo contrario, había que salir cascando rumbo al norte. Raro, pues, que los gringos encuentren tan fantástico Santiago. ¿Vendámoselos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario