Probablemente, cuando en 1835 Alexis de Tocqueville señaló que nada le había sorprendido "tanto como la igualdad de condiciones" que imperaba en Estados Unidos, difícilmente pudo imaginar que tal anhelo de equidad desembocaría, un cuarto de siglo después, en una de las guerras más cruentas de la época moderna, un Guernica en los solares del siglo XIX.
Entre estruendos y humaredas estalló en Fort Sumter, un 12 de abril de 1861, el cúmulo de tensiones que por décadas había tendido una cortina divisoria en ese país, y que enfrentó a los estados del sur, agrícolas y algodoneros, con la pujanza industrial y acerera del norte. Dos mundos disímiles que, finalmente, luchaban por la pervivencia o extirpación de la esclavitud. El resultado lo conocemos: tras cuatro años de sangrienta lucha, los sureños de la Confederación fueron derrota- dos, se restableció la unión y la esclavitud fue eliminada de todo el territorio norteamericano.
Desde entonces, han pasado 150 años y el conflicto sigue ejerciendo una influencia tutelar sobre Estados Unidos. La historia de la Guerra Civil se ha contado y vuelto a contar un millar de veces. Por doquier, monumentos, cementerios y cuanta placa pueda imaginarse recuerdan hasta el más ínfimo detalle del conflicto. Todo, batallas y héroes, se ha vuelto monumental; como por efecto de alquimia, la sangre regada con profusión ha transmutado en bronce y mármol.
Por eso, quien pretenda contar la historia del fallido intento de secesión se enfrenta con el menudo problema de romper los moldes, las mitificaciones que, cual corsé, constriñen las posibilidades del historiador. ¿Se puede decir algo novedoso cuando historiadores como James McPherson o David Herbert Donald, novelistas del fuste de Gore Vidal y documentalistas como Ken Burns, por mencionar algunos, ya han realizado obras que llevan colgadas el mote de definitivas?
Pues sí. Dos historiadores han vuelto sobre las huellas de esos cuatro años malditos, para ofrecernos una novedosa perspectiva sobre la Guerra Civil y, de paso, mostrarnos que el oficio de historiador supone, ante todo, ingenio y audacia creativa.
En This Republic of Suffering, Drew Gilpin Faust -historiadora y presidenta de la Universidad de Harvard- nos sumerge en las sombras de la Guerra Civil, en un nicho que de tan evidente ha sido el más olvidado: la muerte. El libro, finalista del National Book Award 2008 y del Pulitzer 2009, explica cómo la experiencia de la muerte, quizás el aspecto más distintivo del conflicto, "transformó la sociedad, la cultura y la política, deviniendo en una especie de república del sufrimiento compartido".
Se trata de un libro novedoso, de lectura ágil, en el que los grandes héroes de la guerra comparten escena con una polifonía de voces silenciosas, de soldados y gente común que vivió y sufrió la experiencia bélica. Para Faust, la brutal carnicería implicó un cambio radical en la forma en que los estadounidenses y, por extensión, el mundo contemporáneo enfrentaron la muerte. A partir de aquí todo parece cambiar; el acto de morir se torna súbito y violento; el asesinato, mecánico e impersonal; los cadáveres, anónimos e iguales, meras placas blancas esparcidas en un campo kilométrico, liso y pastoso. Con esta guerra, conductas que parecían inmutables, de repente se trastrocan. Ante la gran cantidad de muertos -más de 600 mil-, la ritualidad funeraria pierde su pompa.
Pero, para esta historiadora, el cruento combate produjo un cambio aún más radical: "La masacre de la Guerra Civil transformó el sentido de la duda religiosa en una crisis de fe que impulsó a varios norteamericanos a redefinir y rechazar la creencia en una deidad benevolente. Por sobre todo, la muerte y devastación de la Guerra Civil plantaron la semilla de una duda más radical sobre la habilidad humana de conocer y comprender". En este sentido, el prolongado conflicto bélico dio al traste, por primera vez, con las suficiencias de progreso y orden que impulsó el romanticismo decimonónico. Sí, el cruel anticipo de la destrucción que traería el siglo siguiente.
Lincoln y la esclavitud
En The Fiery Trial, Eric Foner entra de lleno en los salones marmóreos de la historia norteamericana para bajar del pedestal al mismísimo Abraham Lincoln. El libro, ganador del Pulitzer 2011, traza con maestría el progreso de las ideas del ex presidente republicano respecto de la esclavitud. El objetivo de la obra, entonces, "es tomar a Lincoln como un todo, incorporando sus puntos fuertes y deficiencias, sus percepciones y juicios erróneos (…), mostrar a Lincoln en movimiento para seguir el desarrollo de sus ideas y creencias, sus habilidades y estrategias políticas, en la medida en que se enfrentaron a los temas de la esclavitud y la emancipación, los más críticos en la historia de Estados Unidos".
Más que una biografía, la obra de Foner es un complejo estudio genealógico de las intrincadas vías por las que el ex mandatario forjó su visión antiesclavista. Hoy en día, tal como señala el autor, "Lincoln es recordado principalmente como el gran emancipador" y "símbolo de la unidad nacional". Para Foner, el desafío es desenredar, hebra por hebra, el fino tejido que explica cómo Lincoln, mundano y enjuto, se convirtió en el colosal Lincoln Memorial.
"El problema -recalca el autor- es que tendemos a menudo a leer el crecimiento de Lincoln en retrospectiva, como una trayectoria que avanza sin problemas hacia un fin predeterminado". En este sentido, Foner logra en este magnífico libro el privilegio de pocos historiadores: amparado en una narrativa que cautiva de principio a fin, traslada al lector al momento primordial en que la historia aún está siendo, a los instantes en que Lincoln, impulsado por "una poderosa combinación de eventos", propició el fin de la esclavitud.
¿Cómo predecir que el anhelo por igualdad que tanto impresionó a de Tocqueville desembocaría, con Lincoln, en la Guerra Civil y en la emancipación? No se podía. Como nos recuerda Eric Foner, el juego en ese momento estaba abierto para cualquiera lado.
2 comentarios:
No me parece del todo correcto afirmar que, finalmente, "luchaban por la pervivencia o extirpación de la esclavitud". Para el pueblo americano pudo ser un casus belli, ex-post, pero plantear la guerra en esos terminos es un tanto exagerado.
He conocido el historiador Eric Foner atreves de otra obra, The Story of American Freedom. Por lo tanto no me sorprende el juicio positivo sobre su nuevo libro, que todavía no conozco. Comparto en absoluto la idea de que la Guerra Civil hay sido desde entonces, y sigua siendo hoy día, bien presente en la cultura norteamericana, como un momento dramático y traumático, pero al mismo tiempo como una etapa fundamental en el largo camino de la construcción de una sociedad y una nación, así como los padres fundadores la habían imaginada. Por eso considero que en realidad el mismo anhelo por la igualdad y, añadiría yo, por la libertad –otro elemento clave para entender la historia y la cultura de los Estados Unidos- hacían de la guerra civil un peligro bien presente y en muchos sentidos previsible desde la discusión y la aprobación de la Constitución federal en 1787. El problema de la esclavitud no pudo resolverse a la época, porque no había consenso al respecto; e imponer de manera coactiva su abolición hubiera significado el fin –en su comienzo- de aquella cultura pluralista y democrática que llevará después a la ampliación del concepto de igualdad hacia las componentes sociales que no lo disfrutaron desde el comienzo. Con respecto al comentario anterior, considero que afirmar que se luchó “por la pervivencia o extirpación de la esclavitud” no sea equivocado. El problema de los esclavos estaba jugando un papel cada día más importante desde por lo menos veinte años antes del estallido de la Guerra Civil y fue bien presente en el debate público anterior a la guerra misma. Pero quizás la afirmación es incompleta. Lincoln en especial tuvo siempre como prioridad principal la de salvar la Unión. Pero tanto Lincoln como la mayoría de los anti-esclavista del Norte, consideraban imposible salvar la Unión en su esencia si acabar con la esclavitud. El mismo Lincoln buscó hasta el final evitar el conflicto, incluso después de la secesión, que desde el punto de vista constitucional representó un acto de rebeldía que autorizaba la intervención federal en contra de los estados del sur. El problema es obviamente complejo y merecería más tiempo y más espacio. Muchas gracias al autor del artículo y a los administradores del blog para introducir el tema y permitir este debate.
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