1 sept 2011

Contrapunto argentino | Alfredo Jocelyn-Holt

Estoy en Buenos Aires. Paseo y recorro a pie lo típico: el centro con sus teatros y librerías, el Barrio Norte, la Recoleta, Retiro, Palermo. La situación económica está mejor. Eso dicen, aunque cuesta medirlo entre tanta afluencia fenicia. Las tiendas de la Recoleta no tienen nada que envidiarles a las más conspicuas de Roma. Las señoras de visón paseando a sus yorkshire-terriers, frente al Hotel Plaza, podrían estar en el del Central Park de Nueva York; los señores de loden son idénticos a los del barrio Salamanca de Madrid (sí deben hasta pensar y rezar parecido).

Lo propiamente criollo es el contraste. El que, en estos mismos barrios cosmopolitas y lujosos, por la noche, cartoneros escarben la basura para  comer, o que indigentes se cobijen pegados a las vitrinas para entibiarse. Entiendo que sigue habiendo 14 millones de pobres en Argentina, y el país sin elecciones (le basta con primarias) es irrefrenablemente peronista. Izquierdoso-populista, mejor dicho, pero -para un chileno actual- una Argentina algo rara, sorprendentemente indulgente con estas inequidades. Diez años atrás, en pleno "corralito", Buenos Aires ardía con piqueteros, cacerolazos y saqueos, encapuchados y soldadesca, a caballadas y a pedradas por Corrientes, el Obelisco y la 9 de Julio.


Atizado por la paradoja, aprovecho la calma, el exilio, las librerías a la medida de una burguesía ilustrada como pocas (un amigo, que sabe de estas cosas, me informa que en Chile, en cambio, no leen en serio más que dos mil personas), y me sumerjo en el "Argentinazo" del 2001. Por aquel entonces, se discurría sobre una serie de fenómenos sobre la marcha: el fin del "modelo", el poder constituyente latente en la "multitud", no el antiguo "pueblo" de la izquierda tradicional (vid. Toni Negri, Paolo Virno), el asambleísmo permanente, la definición por "prácticas" no por discurso ideológico, la crisis de representatividad, la superación de los partidos, el "que se vayan todos", que el gobierno caiga, la sensación no de una crisis, sino de un colapso; en fin, la posibilidad de ir moviéndonos, convulsión mediante, hacia un orden refundado en una nueva "comuna", "barrial", "desde abajo", revolucionaria. ¿Un anticipo, un tráiler de la película que estamos viviendo los chilenos? Si tuviésemos los sociólogos y las librerías que poseen los argentinos, diría categóricamente que sí (recomiendo de María Moreno, La comuna de Buenos Aires. Relatos al pie del 2001).

El 2001 argentino me parece una explicación mejor que las otras varias ofrecidas: que los US$ 14 mil per cápita, que al fin somos un "país normal", que el 68 francés todo de nuevo… Podremos no haber llegado a ese nivel de radicalización (no aún) y, por cierto, este tipo de situaciones nunca son calcadas, con todo, la proximidad histórica y geográfica sugiere que el "Argentinazo" sea, al menos, un antecedente. Seguro que el ultrismo-surdo chileno lo maneja.

¿También su solución: el cómo se aplacó y se salió de esa experiencia? Toda esa otra dimensión no menos preocupante. He ahí el clientelismo, la corruptela, Néstor y Cristina, las universidades públicas permanentemente "tomadas", la contrarrevolución kirchnerista, ¿por eso ahora están tranquilos? Si así fuese, que nos pillen confesados.

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