Las declaraciones de Aylwin al diario El País no dicen nada nuevo, nada que no haya dicho antes y en reiteradas ocasiones. Incluso, la brutal frialdad a la que a veces recurre, se despoje o no de su siempre misma sonrisa, debiera resultarnos familiar.
Aylwin ha dicho: el golpe militar fue lamentable, pero un alivio, un mal menor. Los militares nos habrían “salvado” de una guerra civil o de una tiranía comunista. Cierto tiempo de dictadura habría sido necesario. De hecho, no objetó la disolución del Congreso o que se suspendieran los partidos; incluso estuvo dispuesto que democratacristianos, a título personal, cooperaran con la Junta. El registro documental a la fecha es claro: en variadas oportunidades y de distintas maneras, Aylwin justificó y apoyó a los militares, no obstante que tiempo después se volvió opositor. Es esto último lo que a Pinochet le extrañaba: “Yo estimo que ese caballero es muy inestable, porque un día dice una cosa y luego otra”.
Aylwin, por su parte, dice lo mismo de Pinochet. En esta última entrevista señala que el general era “diablito”, que poseía varias caras, tan así que no lo obstaculizó. Se entendían, se entendieron. Gracias a su presencia permanente, Pinochet ayudó a darle estabilidad a la transición, impidió rupturas, mantuvo a su gent e bajo control. “Pinochet cumplió bien con su función”. No cogobernó, pero “sabía hacerse el simpático cuando quería… Jugaba para su propio lado” (la ambigüedad del comentario es deliciosa).
Hasta aquí en El País es con playback, una parodia socarrona de sí mismo. Es cierto, trae a colación a Carlos Altamirano, pero a modo de pararrayos, espantapájaros o distractor. Lo que le interesa es Allende. El grueso de los lectores europeos no conoce de Chile sino a sus perros grandes: Pinochet y Allende. Y ahí, en su inimitable estilo (salvo él mismo frente al espejo), se las da con todo. Allende era un mal político, mire cómo terminó. “No le podría decir que Allende no era frívolo”. Este último comentario sólo superado en ingenio venenoso cuando, en otra ocasión, en un mismo soplo, se autocalificó de “hombre de derecho”, no golpista, para acabar diciendo que su problema es que era muy cercano a Frei, lo asocian con Frei. El tema es delicado. El Informe Church sobre acciones encubiertas en Chile menciona más de 13 millones de dólares de gastos en operaciones clandestinas en Chile entre 1963 y 1974 (las cifras son en realidad aún más estratosféricas), los democratacristianos lejos los más asistidos. Tan así, que “en 1970 -señala textualmente el Informe- con la CIA menos activa a favor del Partido Demócrata Cristiano, el PDC se debilitó”. La historia lo avala: en 1964 salió Frei, en 1970 no ganó Tomic.
Lo novedoso de la entrevista, y que ha pasado inadvertido, es cuando afirma: “No habría sido viable juzgar a Pinochet”. Habría dividido al país. Al gobierno de la Concertación lo habría puesto en peligro. Vale, ¿pero por qué no llevarlo a la justicia internacional?, pregunta la entrevistadora. La respuesta es también exquisita: “Los problemas de Estado se deben juzgar dentro del país”, es decir, un doblemente “No”, que es como a Aylwin le gusta hablar; ni aquí ni allá lo iban a juzgar. Sigan entrevistándolo, dice y no dice cosas.
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