21 mar 2011

Liberalismo y Poder, entrevista al historiador Iván Jaksic | Héctor Soto

Tras explorar a Andrés Bello en su libro Andrés Bello. La pasión por el orden (Editorial Universitaria), el historiador Iván Jaksic compila junto a Eduardo Posada Carbó una serie de estudios sobre el liberalismo en América Latina. Oficiando como seleccionador de varios textos, Jaksic pretende que Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX (Fondo de Cultura Económica) sirva para despejar interrogantes sobre el rol de esta corriente en nuestro continente. 

Usted es autor de un estudio sobre Andrés Bello ¿Lo colocaría más cerca del liberalismo o del conservadurismo?

Bello apoyó y fue miembro de los gobiernos conservadores desde Prieto a Montt, pero su ideario de construcción de las naciones independientes era liberal. Basta observar su apoyo al constitucionalismo, que es central para limitar el poder en un estado de derecho y para establecer las garantías individuales. Basta observar los principios liberales de seguridad y propiedad que abundan en el Código Civil de la República de Chile. Basta observar su impulso a la educación pública como fundamento de la ciudadanía, la que conlleva el sufragio creciente por vía de la alfabetización. Basta, en fin, con observar su actividad para promover la prensa, sin la cual no hay debate y esferas públicas. Como muchas cosas que pasan en nuestra historia, es más fácil poner un rótulo a Bello como conservador que comprender sus ideas. Mucho se debe a que José Victorino Lastarria lo calificara lapidariamente de esta manera.
¿Cuál es el mejor y peor momento para el liberalismo en América Latina?

Son varios los buenos momentos. Yo empezaría por la abolición de la esclavitud, que en América Latina, salvo excepciones, se logró antes que en Estados Unidos y sin ese derramamiento de sangre. Agregaría el constitucionalismo y las garantías individuales, sin las cuales no habría un referente para la protección de las personas ante los abusos del poder. En muchas partes, incluido Chile, fue un dique ante un Estado excesivamente centralizador. Añadiría la separación Iglesia-Estado. Y diría además que gracias al liberalismo se fundó una noble tradición intelectual. ¿El peor momento? Creo que la asociación de algunos liberales con los filibusteros como William Walker, lo que desacreditó al liberalismo y consolidó regímenes autoritarios y nacionalistas en Centro-América. O más cerca de casa, como en Argentina y Chile, el asalto frontal a las tierras y las comunidades indígenas.

¿Habría sido muy distinta la suerte del liberalismo en la región si acaso sus matrices ideológicas hubiesen estado más inspiradas en la revolución americana que en la Revolución Francesa?

La vertiente francesa es sólo una de las vertientes del liberalismo, y ella se opuso claramente al jacobinismo de la revolución francesa. En todos los países de A. Latina, fue más influyente Benjamin Constant, liberal moderado, o un pragmático como Montesquieu, que la revolución. También hay una tradición liberal que siguió muy de cerca a la norteamericana, como en México, pero el federalismo que caracteriza a EE.UU. no fue de fácil aplicación en nuestros países. Tampoco era fácil la tolerancia religiosa en países que necesitaban del apoyo de la Iglesia durante la independencia. De hecho, de haberse introducido en la primera mitad del siglo, las consecuencias hubieran sido violentas, como ocurrió cuando se buscó laicizar el Estado en la segunda mitad del siglo, particularmente en México. Los políticos e intelectuales hispanoamericanos fueron muy eclécticos en adaptar diferentes vertientes de liberalismo. No había ningún modelo ideal dadas las condiciones del lugar.

¿Qué tan cierto es que el liberalismo fue una rara flor implantada a la fuerza en las naciones que se independizaron de España?

Es una caracterización que abunda mucho en la historiografía extranjera, pero también en la propia. De acuerdo con ella, nuestra herencia ibérica, católica y estamental, nos impedía ser verdaderos liberales. Las ideas del liberalismo, por tanto, habrían sido importadas por una elite. Se dice que el constitucionalismo era una pura y gran farsa, un adorno que encubría las realidades de nuestros países, como el caudillismo, el militarismo y la opresión por parte de otros poderes fácticos. Lo cierto es que las ideas liberales se abrieron paso muy pronto en nuestros países y motivaron mucha reflexión y una gran expansión de la esfera pública. Los reveses son explicables por circunstancias económicas, sociales y políticas. Con el argumento de que el liberalismo era un espécimen exótico se ha dejado de lado una historia compleja en la que abundan los naufragios y las sobrevivencias. Pero gracias al liberalismo se consolidaron el gobierno representativo y la división de poderes.

¿Por qué este libro cuando buena parte de la región transita contra la vertiente liberal?

Yo diría que los principios fundamentales del liberalismo están más vigentes que nunca. Lo que ocurrió a nivel mundial después de la Primera Guerra fue el declive de estas ideas ante los embates de otras ideologías que hoy denominaríamos como totalitarias. El nazismo, el facismo y el marxismo ortodoxo, todos muy influyentes en su momento, coincidían en sus ataques contra el liberalismo. Pero no hay que confundir un momento histórico con una matriz de ideas más amplia. El liberalismo vino a quedarse, puesto que los derechos individuales siguen siendo centrales en cualquier sociedad. Me refiero sin embargo al liberalismo clásico y no al neo-liberalismo, que tiene otras prioridades. Hoy en día tenemos los retos de la diversidad, de los fundamentalismos, de la seguridad interior del Estado, pero todo desemboca en lo mismo: los individuos requieren de seguridad, de respeto, de libertad para pensar y expresarse. La idea con este libro es recuperar una tradición trunca, incompleta, pero no menos presente. Es bueno recordar que sin una profunda experiencia liberal es más difícil establecer una democracia legítima. Tema pendiente hasta hoy.

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