Hace ya 30 años desde que Jorge Millas editó Idea y Defensa de la Universidad, una compilación de artículos y discursos sobre la difícil, por no decir imposible, tarea de hacer universidad. Atraviesa el texto una angustia y desencanto profundos con una institución (no se refería a ninguna en especial) a la que no aguantaba más; no soportaba la idea de que sus clases pudiesen validar la "entronización de lo mediocre y el imperio de la arbitrariedad" en aulas y recintos, para él, alguna vez, otra cosa. Por eso renunció.
Millas era filósofo, lo que quizás explique por qué ciertas ideas -la universidad en cuanto concepto, como asimismo su deterioro e incomprensión- "pesen" tanto para él. Puede ser que Millas haya sido demasiado orteguiano, o bien le tocara una época fatal, tan funesta para su vida y vocación como para la institución que (lo) abandonaba. Su decepción se fue a concho: terminó haciendo clases particulares y falleció al año siguiente de publicar el libro. De hecho, Millas cierra su tomo con la pregunta que titula esta columna.
Según Millas, el proceso de deterioro lo había iniciado en la década de los 60 "con ruido y aspavientos", es decir, con griterío y demagogia, la izquierda. Lo profundizarían "en silencio" la dictadura y la derecha pretendiendo hipócritamente "despolitizarla unilateralmente", volviéndola una "Universidad Vigilada" (fue Millas quien hizo célebre el término), expropiándoles a sus académicos sus fueros, restándole apoyo económico nacional, privatizándola, en fin, convirtiéndola en esa sombra y ruina de lo que alguna vez fue.
Que Millas, tras acusar de delirio a la arremetida izquierdosa, denunciara esta nueva intromisión calificándola de alienante, como sólo un filósofo puede decir las cosas, no pasó desapercibido. "Alienación llamamos, en general, puntualizaba Millas, al traspaso de una cosa a poder ajeno; de una manera más específica, a la centrifugación de un ser espiritual, cuyo discernimiento y voluntad ya no le pertenecen, por haberlos entregado o haberle sido arrebatados, con la consiguiente pérdida de identidad y autonomía".
A 30 años de este diagnóstico, uno se pregunta qué se ha hecho para revertir el desplome y desnaturalización. Quienes lamentaron la pérdida de Millas vienen dirigiendo las universidades públicas estas últimas dos décadas desde La Moneda, ministerios (Hacienda y Educación), rectorías y decanatos. A dos figuras influyentes de este tiempo -Ricardo Lagos y Edgardo Boeninger- se las vincula históricamente con ese ideal y compromiso nacional público. Y, sin embargo, de las muchas quejas, las que dicen relación con financiamiento siguen siendo las mismas. En cambio, de la cuestión de fondo sobre "alienación" universitaria y deterioro académico ya nadie se hace cargo. Hace 30 años que Millas y gente de su elocuencia están muertas.
Por el contrario, hemos visto que rectores de nuestras universidades públicas salen a la calle o fomentan el griterío estudiantil. Hemos conocido tomas prolongadas con apoyo de rectores: el caso de Derecho en la Universidad de Chile (2009). Y, bueno, claro, no existe institución chilena alguna de educación superior de excelencia internacional. ¿De qué se quejan? ¿A quiénes hay que responsabilizar?
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