31 ago 2010

El futuro de las ciudades | Marc Augé


Los nombres de los grandes arquitectos son casi tan conocidos en el mundo como los nombres de los grandes futbolistas. La arquitectura goza actualmente de un estatuto absolutamente particular. ¿Surge una amenaza de reducir algunos metros la torre que Nouvel va a construir en Manhattan? La prensa se levanta.

¿Un gran vino de Burdeos quiere aumentar el prestigio de su producción? Confía al constructor de la catedral de Evry la tarea de diseñar su nueva bodega. ¿Un nuevo museo abre sus puertas en Bilbao o Chicago? Multitudes se precipitan para descubrirlo, menos atraídas por lo que contiene que por el edificio en sí.

Los arquitectos más visibles son celebrados en el mundo entero y hay ciudades de mediana importancia que tratan de conseguir que alguno de ellos, al menos, implante una de sus obras en su territorio para permitirles acceder a la dignidad planetaria y turística. Conviene interrogarse acerca de las razones y las consecuencias de este entusiasmo.

Down town

Ante todo, podemos señalar que la gran arquitectura siempre confirmó y expresó las relaciones de poder en la sociedad. Hoy, la arquitectura grandiosa de los down towns estadounidenses y de los barrios de negocios europeos simboliza el poder de las empresas, de la manera más directa imaginable, proyectando, hacia el cielo diurno, sus torres drapeadas en la reverberación de los muros cortina o, hacia el cielo nocturno, las transparencias luminosas de sus oficinas siempre iluminadas.

Las grandes empresas que se instalan en las torres más recientes lo hacen en primer lugar por su imagen, palabra mágica y fascinante que resume a los ojos de muchos todo lo que es posible conocer del mundo en el cual vivimos. Lo hacen también para brindar buenas condiciones de trabajo a sus empleados. Pero a su vez esas condiciones tienen que ver muchas veces con la imagen. Los espacios sin divisiones (los open spaces) son menos espacios de libertad desde los cuales la mirada llega hasta el horizonte a través de inmensos ventanales, que espacios donde cada uno es prisionero de la mirada ajena, cuando al mismo tiempo el medio empresarial está rigurosamente jerarquizado. Lo prueba el hecho de que los responsables más importantes disponen de oficinas compartimentadas.

Museo–obra

En cuanto a los museos, concebidos como obras del arte, tienden a relegar a segundo plano los objetos, las colecciones y las exposiciones que encuentran allí su lugar. ¿A los turistas les preocupa realmente qué van a ver dentro del museo de Bilbao? Hoy, el museo nuevo no es solamente el habitáculo diseñado para mostrar objetos artísticos o históricos, sino que es la "atracción principal" de la exposición.

Detrás del debate entre etnólogos y aficionados al arte a propósito del Museo del Quai Branly había otro debate, implícito, sobre el papel de la arquitectura. La manera en que el arquitecto de museo respeta los objetos puede llegar a ser, ante todo, una manera de interpretarlos. Sumergir los objetos africanos en una semipenumbra, por ejemplo, apunta menos a valorizar su dimensión estética que a sugerir en ellos algo tan vago como inefable.

Se ha hablado a veces de "cultura del proyecto" a propósito de los arquitectos que deben hacer frente a proyectos financiados por el Estado, colectividades locales o promotores privados. Cuando se consultan los proyectos de los equipos competidores, uno constata rápidamente que, más allá de los argumentos técnicos que responden con precisión al pliego de condiciones, desarrollan con toda facilidad conceptos necesariamente un poco excesivos sobre la significación del edificio que pretenden construir.

Es fatal: imagínese que a los novelistas o ensayistas se les pidiera que ellos mismos hicieran la crítica de su libro para obtener el permiso de escribirlo: ¡qué tesoros de elocuencia desplegarían! Los arquitectos están en esa situación y por lo tanto no debe sorprendernos que la metáfora asedie peligrosamente a sus proyectos. Las disputas sobre la adaptación al contexto son totalmente artificiales en momentos en que todo contexto local pretende ser también global y donde la firma del arquitecto simboliza ese cambio de escala. Local o global, el contexto no es en definitiva más que una excusa con metáfora, una metáfora sin otro referente que la arquitectura propiamente dicha. ¡Fuck the context! exclamó Rem Koolhas.

De hecho, en el preciso momento en que el mundo se convierte en una inmensa ciudad, el poder demiúrgico del arquitecto es un signo de los tiempos. Responde al "encargo", sin duda, pero esa obediencia constituye tanto su fuerza como su desgracia. Al desplegarse en respuestas cuya finalidad es conseguir mercados, su retórica está a menudo emparentada con un plagio de la ideología de los empresarios, pero por eso mismo expresa la historia en marcha, es incluso su expresión más espectacular y a veces más suntuosa. Preguntarse adónde va la historia en marcha es, obviamente, otra cuestión.

Brecha social

La cuestión de la vivienda y el hábitat resume por sí sola las desdichas y los problemas de la época. Hemos visto aparecer en Europa, y sobre todo en Francia, la categoría de los SDF (Sin Domicilio Fijo), que excede la de los desocupados, los "sin trabajo", pues justamente hay entre los "sin domicilio fijo", personas que tienen un trabajo pero un ingreso insuficiente para poder tener alojamiento. En cuanto a los que tienen una vivienda y un trabajo, deben adaptarse a una forma de crecimiento urbano que los condena a menudo a horas de transporte cotidiano en una ciudad que parece haber abandonado el sentido del urbanismo.

Apenas se produce en alguna parte una catástrofe natural, se implementan células de crisis para ofrecer un refugio provisorio a las víctimas. La mayoría de los extranjeros indocumentados en Europa, y muchos de los extranjeros en regla, viven en condiciones lamentables; en Francia se han producido accidentes en hoteles o edificios que no reunían las condiciones mínimas de seguridad. Apenas surge un conflicto en el planeta, la televisión nos muestra casas en ruinas, éxodos masivos y campamentos de refugiados. Vemos bien, en definitiva, que en todas las grandes ciudades del mundo la divisoria entre los más ricos de los ricos y los más pobres de los pobres se deja leer en términos geográficos y arquitectónicos. Las villas miseria que creíamos eliminadas en los años 1960 están resurgiendo. La metáfora de la selva aparece en la actualidad sin conmover realmente a nadie.

Por otro lado, en todas partes se manifiesta un furor por construir, sobre todo en los países emergentes: en China no paran de salir de la tierra edificios gigantescos, pero a la arquitectura le cuesta sostener el ritmo desenfrenado de la urbanización y de la demografía. Pienso en las imágenes magníficas y aterradoras del excelente filme La stella che non c'è de Gianni Amelio. También es motivo de preocupación la compatibilidad entre la desmesura arquitectónica y el afán manifestado oficialmente en este momento, incluso en los proyectos arquitectónicos, de economizar energía. Los edificios llamados "inteligentes" e integralmente climatizados son devoradores de energía.

Podemos, así, tener la extraña sensación de que la arquitectura es la profesión humana que más se preocupa por los problemas del mundo, pero éstos la superan; que siempre corre tras ellos sin estar nunca en condiciones de dominarlos, que los "grandes arquitectos" están más fascinados por la posibilidad que se les presenta de marcar con su impronta los lugares privilegiados del planeta (¿quién podría reprocharles esa ambición?) que ocuparse de los problemas técnicos y sociales que plantea la urbanización del mundo.

Llamado urgente

Tal vez el precedente de Le Corbusier los incite a la prudencia: el maestro, con su ideal de la vivienda autosuficiente, su rechazo de la ciudad histórica y su gusto por la "tabula rasa" hizo estragos, y sus textos, igual que otros sueños, forman parte actualmente de los "grandes relatos" utópicos cuya desaparición fue celebrada por Lyotard. Pero, ¿es esa acaso una razón para escuchar solamente las sirenas del liberalismo cuyo gran relato parece también estar alicaído?

Es posible imaginar que los arquitectos se nieguen a ser condenados a "presentar" proyectos de los que sean más que diseñadores de segunda mano; que tengan algo que decir y se atrevan a decirlo; que se apoderen de la palabra; que los más famosos no se contenten con hacer la exégesis de sus obras y expresarse por "gestos", sino que hagan propuestas sobre la vivienda en la ciudad, sobre la manera de tratar la urgencia sin olvidar el largo plazo; en suma, que sean tan conversadores como muchos intelectuales que sobre estos temas tienen más lenguaje que experiencia.

Cuanto más los admiramos, más deseamos que puedan llegar a liberarse de la cultura del "proyecto", esa forma de pensamiento "en función de las circunstancias" impuesta por la ideología del consumo, para seguir siendo o volver a ser visionarios del mundo.
Marc Augé
Traduccion de Cristina Sardoy.
© Le Monde y Clarin, 2009.

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