La Historia, tanto disciplina, culto y oficio, es conservadora. En buenas y expertas manos, velando por esa "prodigiosa continuación del antiguo sonido de cuerda", como dice Burckhardt, puede equivaler a Arrau tocando a Bach y a Chopin; mejor aún, puede sonar a Arrau interpretando a Franz Liszt, habiendo ensayado ya antes con su maestro Martín Krause quien, a su vez, aprendió todo lo que tenía que aprender del mismo Liszt. Cómo sería de suficiente la cadena a que Arrau se enlazó que, teniendo sólo 15 años y muere Krause, no acepta ningún otro profesor.
La historia, así vivida, es tradición, y de la buena; sin ella estaríamos partiendo siempre desde cero. Imaginémonos una sucesión inconexa de puros Wagners, Schönbergs y John Cages. ¡Uf qué pesadilla y sonajera! Nietzsche, escribiendo sobre esto, nos pide pensar en un árbol y en el "placer" que debe sentir por sus raíces, "ese gozo de no saberse mero producto de la arbitrariedad y de la contingencia, sino flor y fruto que ha creado de un pasado". Eso es conservador.
Hay, por supuesto, versiones anquilosadas de la historia que son más momias que conservadoras, y que de oficio y arte no tienen nada. Las de las "Academias de la Historia" por de pronto. La española, hace poco, publicó en su Diccionario Biográfico un artículo que sostiene que Franco fue "autoritario", no totalitario, como si todavía estuviésemos en los años 1950. También la de los departamentos de historia de las universidades en que nadie hace otra cosa que historia a pedido (fondos concursables) y repiten y repiten la cantinela populista sobre marginados, silenciados, explotados y movimientos sociales. Historia olor "a micro", a cour de miracles medieval (en el día pedían limosnas y en la noche recuperaban milagrosamente la salud); "micro" también porque se quedan en el detalle fósil de archivo y registro -la antigua petite histoire-, cero estimulante intelectualmente.
Contra esa historia las embistió hace unos años Jonathan Jones, en The Guardian, periódico de izquierda inteligente, haciéndose la pregunta provocativa "¿por qué todos los buenos historiadores son de derecha?" pensando en Niall Ferguson de Harvard. Un insolente, sarcástico e iconoclasta tory que escribe sobre dinero, poder y elites, alaba los imperios colonialistas, es más pro-Alemania que de Inglaterra cuando trata la Primera Guerra Mundial, y gusta pensar la historia al revés (What if…). La gran tradición marxista (Thompson, Hill, Hobsbawm), sostiene Jones, se vino a pique después de 1989: "Nos abanderizamos con esta causa u otra, pero no tenemos nada qué decir acerca de las grandes preguntas. ¿Es que la izquierda intelectual es sólo una conspiración de piadosos?".
En Argentina se ha armado una mansa camorra con la creación por ley de un instituto de revisionismo histórico. El revisionismo es una línea populista afín al peronismo de derechas e izquierdas. Historiadores serios (Sarlo, Romero, Sábato) están alarmados por el sesgo oficialista y litúrgico detrás. Bajo Chávez pasa lo mismo. En Chile hay signos. Si nuestras universidades públicas se vuelven "populares", sálvennos del momiaje de izquierda. El progresismo bien-pensante hace rato que "pisa fuerte". Vivo Arrau, lo obligarían a teclear "Los pollitos dicen".
1 comentario:
Excelente llamado de atención.
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