7 ago 2012

¿El nuevo rostro de Bolívar? | Elías Pino Iturrieta


El parto de los montes. En eso concluyó el espectáculo presentado por el presidente Chávez para la develación del nuevo rostro de Bolívar. Nada nuevo, ni siquiera las patrañas con las cuales sazonó la muestra de lo que se esperaba como un descubrimiento capaz de cambiar los anales de la nacionalidad. No se comentarán ahora las patrañas, para solamente detenernos en la imagen familiar que apareció ante nuestros ojos acostumbrados a contemplarla desde 1826, por lo menos, pese a que esperábamos una revolución iconográfica que pudo llevarse a cabo si los "científicos" encargados de la misión hubiesen cumplido su papel a cabalidad. 


El vínculo de la imagen presentada por el Presidente con el célebre retrato pintado por José Gil de Castro en Lima, a la altura de 1826, y para el cual posó el retratado, es evidente. Es la imagen de un blanco criollo en la cima de su poder, sin las marcas que el tiempo debió reflejar en su cara, sin evidencia de las penalidades que soportó después de quince años de inclementes campañas, sin rastros de una enfermedad que lo acosaba desde la víspera y pesaba inexorablemente en un organismo sometido a los estragos de la guerra y a las presiones de la política. Gil de Castro hizo feliz a su modelo, quien ordenó copias para su familia y para sus allegados, regocijado de verse como se veía después del trabajo de un pincel dispuesto a disimular los rasgos que pudieran disminuir la imagen de un hombre que había llegado triunfal hasta las cúspides del incario. "Es un retrato mío hecho en Lima con la más grande exactitud y semejanza", escribió Bolívar a Sir Robert Wilson y a su hermana María Antonia cuando les envió reproducciones de la obra. Pero, ¿era así, físicamente, el hombre que distribuía unas muestras tan atrayentes de su efigie? El propio Libertador aclara el enigma poco antes de que le hicieran el retrato, pues escribe a Fernando Peñalver así: "Mi salud está ya descalabrada... comienzo a sentir las flaquezas de una vejez prematura". También dice a sus parientes, los Rodríguez del Toro: "[estoy] encanecido en el servicio de la patria". Después dice a Santander: "Ud. no me conocería porque estoy muy acabado y muy viejo, y en medio de una tormenta como esta represento la senectud". Es evidente que Gil de Castro maquilló muchas arrugas y muchos infortunios a la hora de reconstruir la imagen que agradó a su modelo, no en balde se trataba, más que de hacer un trabajo fidedigno, de fabricar una imagen susceptible de funcionar en un comprensible proyecto de naturaleza política. 

Algo semejante han hecho los "científicos" a quienes encargó el presidente Chávez el trabajo de reconstrucción. Buscar lo más parecido a la pintura de Gil de Castro para presentar la faz de un héroe que pudiera complacer a quien encargó el trabajo y al resto de los venezolanos acostumbrados a solazarse en la pose majestuosa del padre. Pero no es la reconstrucción que debía esperarse, si se estudió con seriedad el cráneo del grande hombre que moría lleno de dolencias en 1830. El grande hombre a quien vio así un amigo leal y cercano, Joaquín Posada Gutiérrez, once meses antes de su fallecimiento: "Pálido, extenuado; sus ojos tan brillantes y expresivos en sus bellos días, ya apagados (... ), los perfiles de su rostro, todo en fin, anunciaba en él, excitando una vehemente simpatía, la próxima disolución de su cuerpo, y el cercano principio de su vida inmortal". El grande hombre a quien retrató en cinco dibujos fundamentales José María Figueroa, pintor bogotano que se ocupó de recoger sin remilgos las señales de acusado deterioro dejadas por el tiempo y por la enfermedad en la fisonomía del personaje; unas imágenes que parecieron "dolorosamente fieles" al General Tomás Cipriano de Mosquera y a los miembros del gabinete de Bolívar, quienes presentían con alarma su muerte. Los "científicos" al servicio del presidente Chávez obviaron esos "detalles", que seguramente hubiesen sido los adecuados para reconstruir con exactitud, con seriedad, sin tergiversación, las mudas pero elocuentes orientaciones del cráneo. Sin embargo, lo analizaron para que siguiéramos en el solaz de las patrióticas fantasías, sin noticias exactas del declive de un grande hombre ya desaparecido a quien se pretende resucitar para que acompañe los pasos del patrocinador de sus "investigaciones". 

Como se tenían elementos y recursos del país y del exterior para llegar a una conclusión plausible de veras sobre la investigación llevada a cabo, no hay elementos para explicar con seriedad los pobres resultados de la reconstrucción del rostro del Libertador que vimos el pasado 24, el parto de los montes en que se volvió lo que pudo ser un acontecimiento digno de encomio, la vuelta a la noria de los símbolos habituales en la que se repiten pasos antiguos e infructuosos para la evolución de la república. De allí que sólo quede la alternativa de una especulación como la siguiente: convenía la representación de un Bolívar sano y vigoroso, de un individuo excepcional que se levanta contra la fatalidad de la decadencia física y política; la exhibición de una portentosa humanidad capaz de sublevarse contra la enfermedad y contra la muerte, lo más parecido a la situación o al papel que pretende representar ahora el presidente Chávez ante el electorado. No es una especulación débil, cuando la Historia y la política dependen del interés de un aventurero. 

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