7 ago 2012

La Presidenta Bachelet ¿viene del frío? | Alfredo Jocelyn-Holt

En una reciente entrevista, Michelle Bachelet confesó que sus dos libros favoritos eran, en género de “no ficción”, Los idus de marzo, de Thornton Wilder (porque “las cartas de Julio César muestran que hace mucho tiempo existían las mismas batallas por el poder”), y, en el género de “ficción”, La gente de Smiley, de John le Carré. Dado el impenetrable hermetismo que se le atribuye a la Presidenta, este sinceramiento es, quizás, iluminador. 


El libro de Wilder es una recopilación de cartas que circulan justo antes de la muerte del César, escritas por el Dictador y quienes complotan para asesinarlo, pero éstas no son auténticas: se trata de una magnífica novela histórica. Infiero, por lo tanto, que Bachelet estaría confundiendo realidad con ficción. Un pecado venial; los políticos están convencidos de que el poder es siempre real. Ellos literalmente se creen el “cuento”. Hace poco se supo cuán impresionada habría quedado al leer La Silla del Águila de Carlos Fuentes, novela epistolar y de intriga política en torno a una sucesión presidencial mejicana. 

A juzgar por estas lecturas, Bachelet siente una fuerte atracción-repulsión, voyerista y puritana, respecto a lo que ella estaría reconociendo que es el poder. Un botón de muestra: la carta que Clodia, conspiradora, le escribe al César y que deja a cualquiera helado: “Pero tú eres responsable de mí. Me hiciste lo que soy. Yo soy tu criatura. Tú, un monstruo, me has hecho un monstruo”. Otro tanto pasa con este otro pasaje de Julio César: “Un político es alguien que pretende estar sujeto al apetito universal por estimación, pero él no puede pretenderlo exitosamente a menos que esté libre de ello. Esta es la hipocresía básica de la política, y el triunfo final del líder se produce cuando los demás hombres se deslumbran, aunque sospechan y nunca saben por cierto si su líder es indiferente a su aprobación, indiferente y un hipócrita”. Alguien debería preguntarle a la Presidenta qué tan tremendo y/o real le pareció lo antedicho. 

Pero, Bachelet nos ha dado no una sino dos pistas. La segunda es su preferencia por novelas de espionaje, y, de nuevo, su gusto es sutil. Diría que hasta más fino que el que manifestara John Kennedy por las novelas de James Bond. Para Kennedy, la Guerra Fría era un mundo todavía glamoroso, con muchachas despampanantes, no tan lejanas a sus debilidades algo más que literarias, y en que los “buenos” siempre derrotaban a los “malos”. Pero, claro, Ian Fleming es todo lo opuesto a John le Carré. Para el autor de El espía que vino del frío y la trilogía de George Smiley –centrada en un gordo miope y desencantado que dirige los servicios de inteligencia británicos, y que logra derrotar al no menos mítico Karla, cerebro del espionaje enemigo–, el mundo del poder es mucho más ambiguo, turbio y burocratizado. Los más ineptos ascienden. Los más “inteligentes”, en cambio, siempre están al borde del precipicio: o desertan o se convierten en doble o triple agentes. Como le dice Smiley a Karla en una prisión en Delhi, cuando trata de tentarlo: “¿No será hora que reconozcas que hay tan poco valor a tu lado como el que hay en el mío?” 

Se ha dicho que la Guerra Fría supone un empate insalvable. Traiciones y autotraiciones equilibraban el juego. Cuesta creer que los espías quisieran realmente ganar, a menos que desearan también quedar cesantes. Habría, pues, más acuerdo que desacuerdo envueltos. La de ellos era una asociación secreta para seguir apostando. ¿Qué tan distinto a cómo los políticos tiran sus cartas en el interminable juego de poker y bluff en que suelen convenir la lucha por y para el poder? 

Las novelas señaladas por Bachelet pueden producir en cualquiera de nosotros la misma atracción y repulsión que ella ha admitido sentir al leerlas. El punto es que ella no es cualquier lectora. Ella vivió “al otro lado”, en los dominios de Karla, el hombre de Moscú, y viene de vuelta. Sabemos, sin embargo, que es hipersensible a traiciones. Valora por sobretodo la lealtad. Exige de sus subordinados un hermetismo a toda prueba. Es inflexible. Conoce, como nadie en este país, las distintas lógicas militares. Por tanto, ¿cómo entender su fascinación obsesiva por el mundo de la Guerra Fría y la política en clave escéptica y desilusionada que retratan Le Carré y Wilder? ¿Cómo lee y no sólo qué lee? He ahí la pregunta. 

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Esta columna, inédita hasta ahora, fue escrita en marzo de 2006, en los primeros días del gobierno de Michelle Bachelet Jeria (2006-2010).

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