8 may 2012

Un thriller político chino que puede desembocar en reformas | Timothy Garton Ash


¿Qué está sucediendo en China? Esta es probablemente la pregunta política más interesante que se puede hacer hoy en el mundo, y la más difícil de responder. El caso de Bo Xilai, por lo que han reconocido oficialmente o por datos a los que otros testimonios dotan de bastante verosimilitud, es digno de un thriller político de los que el público devora. Sin embargo, sus causas profundas están relacionadas con el extraño sistema sin precedentes de capitalismo leninista surgido en China durante los últimos 30 años. Los cambios posibles que puede generar en ese sistema —o quizá, algún día, del sistema entero— influirán más en el mundo del siglo XXI que todo lo que pasa hoy en Washington, Moscú, Nueva Delhi o Bruselas. Tras los muros del complejo en el que se encierra la dirección del Partido Comunista, junto a la antigua ciudad prohibida, el espectro de Hegel se ha mezclado, por alguna razón, con Robert Ludlum.
Ni yo ni todas las personas con las que hablo sabemos lo que de verdad ocurre detrás de esos muros. Fuera, está bastante claro. Cada conversación que mantengo en Pekín acaba tocando, tarde o temprano, el tema de Bo, Bo esto, Bo aquello. ¿Cómo consiguió su hijo Bo Guagua entrar en la Universidad de Oxford? ¿Era buen estudiante o un playboy? ¿El hombre de negocios británico Neil Heywood, que murió en circunstancias misteriosas, era un espía? ¿La señora Bo, alias Gu Kailai, tenía una aventura amorosa con él? ¿Qué quiere decir todo esto?
Luego, la gente empieza a contar cosas, en voz baja pero excitada. Por ejemplo, múltiples fuentes creíbles han confirmado que se produjo una situación de tensión con presencia de armas delante del consulado de Estados Unidos en Chengdu, en el que había pedido asilo el antiguo jefe de policía de Chongqing, Wang Lijun, que al parecer temía por su vida y estaba dispuesto a denunciar a su antiguo jefe. Las fuerzas paramilitares enviadas por Bo desde Chongqing para capturarlo y llevárselo a un desagradable destino mantuvieron un pulso con las fuerzas centrales de seguridad enviadas, con ayuda estadounidense, desde Pekín. La realidad supera a la ficción.
No obstante, si un internauta chino normal y corriente busca, no ya el nombre concreto de Bo Xilai, sino simplemente el apellido Bo, en el popularísimo sitio de microblogs Sina Weibo, se encuentra con el siguiente mensaje: “De acuerdo con las leyes, normas y políticas correspondientes, no se muestran aquí los resultados de la búsqueda de Bo”. Los medios de comunicación oficiales están llenos de exhortaciones a la estabilidad nacional, social e ideológica, bajo el sabio liderazgo unificador del partido. Los Bo no eran más que unas manzanas podridas en un huerto de lo más sano. Ahora van a afrontar todo el rigor y la famosa imparcialidad del imperio de la ley chino.
Un artículo tranquilizador de la agencia de noticias oficial Xinhua, publicado de forma destacada en el periódico en lengua inglesa China Daily, informa de que “la policía municipal de Chongqing ha prometido ofrecer mejor protección a los extranjeros” tras la muerte de Heywood, un probable homicidio, añade, del que son sospechosos la señora Bo y un tal Zhang Xiaojun, “empleado en casa de Bo”. Pero no se preocupen, porque, en 2010, solo denunciaron haber sido víctimas de delitos 1,5 de cada 10.000 visitantes. Y las fuerzas del orden actuaron con toda rapidez. “En octubre, por ejemplo, la policía recobró una cámara Nikon robada a un estudiante de Zimbabue en un día, según la oficina municipal de seguridad pública”. De modo que no tema, hombre de negocios británico. No solo no le asesinarán por orden de la esposa de un miembro del Politburó; además, la policía recuperará su cámara.
Además de esta conversación tan morbosa, emocionante y —no nos olvidemos de la pobre familia Heywood— trágica, también se desarrolla otra que tiene mucho más alcance y consecuencias más serias. Pero las dos están relacionadas. Es posible que un crimen tan horrible, si es que fue un crimen, hubiera sido causa suficiente para provocar en cualquier caso la caída de Bo, que era una estrella política en ascenso. Ahora bien, lo que está claro es que esto ha sucedido en el contexto de una rivalidad ideológica y entre facciones dentro de las estructuras de poder del Partido, el Estado y el Ejército chinos, en vísperas del traspaso de poder que se producirá este año, y que Bo era un polémico candidato a ser uno de los nueve miembros del comité permanente. Y lo que está todavía más claro es que las escabrosas, espectaculares y difundidas circunstancias de su caída influirán en el resultado de la transición, tanto en cuestión de personalidades como de políticas.
Hasta ahora, la propaganda oficial ha tenido cuidado de distinguir entre el hombre y su llamado modelo de Chongqing, con sus eslóganes criptomaoístas de “cantar en rojo” y “golpear lo negro” y su promesa populista de proporcionar asistencia social, vivienda y trabajo a las masas. Es comprensible esa distinción, dado que muchos dirigentes del partido, entre ellos el futuro presidente, Xi Jinping, estuvieron no hace mucho en Chongqing para elogiar el modelo, y que es probable que algunos de sus elementos de bienestar social y vivienda pública sigan formando parte de la política del país.
Sin embargo, una predicción optimista es que este suceso inesperado acabe por reforzar a quienes creen —como el actual primer ministro, Wen Jiabao, y su futuro sucesor, Li Keqiang— que lo que necesita China no son canciones rojas sino más reformas económicas, legales y políticas. Necesita esas reformas por numerosas razones: la desaceleración del crecimiento económico (un 9% que se encamina hacia el 8% y tal vez hacia el 7%), las desigualdades sociales, las disparidades entre las zonas urbanas y las rurales, el envejecimiento de la población, la extensa corrupción en las altas instancias (no hay más que ver el lujoso modo de vida de la propia familia Bo, unos maoístas de limusina), la necesidad de innovación y las aspiraciones cada vez mayores de los jóvenes bien preparados que se relacionan a través de Weibo.
Lo que me llama la atención en esta visita es que estos sentimientos los oigo no solo donde siempre, entre los liberales de las universidades, los economistas partidarios del libre mercado, los intelectuales, escritores y estudiantes, sino también en sitios más insospechados, como la escuela central del Partido Comunista e incluso la televisión oficial del partido y el Estado, CCTV.
Desde luego, no creo que todo esto llegue a materializarse. Las fuerzas de la precaución, el consenso y los intereses creados son inmensas, tanto por la estrecha relación de los principales clanes y familias con el poder político y económico, bien visible en el ejemplo de los Bo, como porque los antiguos dirigentes como Jiang Zemin (y pronto Hu Jintao) mantienen una enorme influencia “tras la cortina de bambú”, según la maravillosa expresión china. Pero las consecuencias del caso sin duda aumentarán las presiones para que la dirección del Partido actúe con decisión, con el fin de reparar su reputación manchada y, más a largo plazo, tomar más medidas que a la mayoría de los chinos les puedan parecer progreso.
Si fuera así (y es una hipótesis arriesgada); si el resultado de la muerte si la consecuencia de la muerte trágica y misteriosa de un desconocido hombre de negocios británico fuera, al final, una China mejor y más estable, y, por tanto, un mundo más seguro, entonces, este sería un ejemplo asombroso de la ley de las consecuencias imprevistas.

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