Defensor de la claridad y el humor frente a la trascendencia engolada de gran parte de la lírica, Nicanor Parra acaba de publicar, a los 94 años, el primer tomo de sus obras completas. Allí se puede rastrear la prehistoria del gran maestro de la antipoesía, un autor irreductible que, más que en los libros, ha encontrado lo poético en las canciones, los telegramas, los chistes y los periódicos.
Nicanor Parra, después de resistirse toda una vida, ha decidido a los 94 años dejar que publiquen sus obras completas. El primer tomo de ella circula ya en librerías, convertido en Chile en un best seller en que ejércitos de adolescentes y no tantos gastan sus últimos ahorros. El antipoeta le ha agregado al título de sus obras completas un "algo más" que lo refleja por entero. Lo incompleto es la base misma del credo poético de Nicanor Parra. Para éste siempre hay algo más, que él llama "las variables ocultas", es decir, la X y la Y, que una y otra vez están dispuestas a sabotear por entero las ecuaciones con que queremos comprender el mundo.
Parra se resiste como pocos al fetichismo del pasado, los tomos gruesos, la obra completa de tono magistral. Gran animal de espectáculo, Parra ama hacer creer que sus acrobacias no requieren entrenamiento. Cita de memoria, y anota poemas en cuadernos de estudiantes mientras conversa. Para Nicanor Parra, el más grande poeta chileno vivo, lo actual vale en sí mismo, y dedica gran parte de su tiempo a recolectar frases escuchadas en televisión o en bocas de mochileros, o de su nieta Lina Paya. La poesía, para Nicanor Parra, está en cualquier parte menos en los versos de los poetas. De hecho, cuando quiere descalificar a alguien, Nicanor Parra dice con una sonrisa condescendiente que es un buen poeta, "aunque la poesía se acabó, como el teléfono fijo". Y para cumplir con su propia profecía, decide de pronto el ganador del Premio Juan Rulfo y Reina Sofía responder sólo a su teléfono móvil. Declara al mismo tiempo que el periodismo -según él, equivalente literario al teléfono móvil- es la poesía de hoy. Hasta que vuelve al teléfono fijo y decide que la literatura entera es discurso pijo, que la verdadera literatura sólo puede provenir de los que escriben por necesidad imperiosa, o de los que simple y llanamente no escriben: enfermos mentales, estacionadores de autos, y mendigos varios.
La poesía de Parra es el reflejo de ese movimiento permanente y concéntrico que se resiste a la melancolía, al silencio de los comulgantes, a la seriedad y al misterio. Gabriela Mistral y Pablo Neruda (con quien Parra vivió una contradictoria relación de amistad, rivalidad y mutua admiración) hicieron de ese silencio, misterio y melancolía el centro de una nueva religión: la poesía chilena.
A Nicanor Parra, que nació en 1914 en la misma pobreza que la Mistral y Neruda, y como ellos fue el primer universitario de una familia dedicada al canto y al circo (Violeta Parra es su hermana menor), le pareció muy luego que esta religión, supuestamente de izquierda, era una forma de tiranía. Cual Prometeo, Nicanor Parra le robó el fuego sagrado a los gruesos dioses de la poesía chilena y la repartió por la calle. Construyó una poesía que escucha, que pregunta, que duda, que piensa. Las canciones folclóricas, los chistes callejeros, pero también el periódico, o un telegrama, caben con toda naturalidad en lo que él llamó la antipoesía, que en el fondo es la poesía a la que se le quita la retórica poética.
El primer tomo de estas Obras completas y algo más tiene la virtud de mostrar al mismo tiempo el lento proceso que llevó al joven poeta más bien lorquiano que fue el Nicanor Parra de los años treinta a dar con su propio credo, un credo que ha ido desarrollando libro a libro desde que en 1954 publicara el trascendental Poemas y antipoemas hasta salirse en los Artefactos del marco restrictivo del libro y los versos. En una de las tarjetas postales que compone esta obra, en plena Unidad Popular, Parra llega a profetizar que "la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas".
"La verdadera seriedad es cómica", ha dicho también el antipoeta. El humor explosivo de su poesía apenas esconde la manera en que Nicanor Parra ha vivido plenamente la segunda parte del mito de Prometeo. Atado a una piedra ha recibido la periódica visita de algunos cuervos negros. Parra, el descendiente más puro de Kafka entre los que escribimos en castellano, se pregunta una y otra vez, con la elegancia de un gato que desliza los ángulos de un muro, cómo expresar el dolor sin nombrarlo. Se rebela contra el misterio, contra la penumbra, aboga por la claridad y la lucidez, pero al mismo tiempo se pregunta: ¿qué queda, cuando esta claridad nos desnuda sin piedad? ¿Cómo seguir haciendo poesía, sin la máscara de lo poético cubriendo nuestros delgados rostros?
Una y otra vez emprende de ida y vuelta el viaje entre el campo de su infancia, las guitarras y las carpas de circo en que sus hermanos se convirtieron en símbolo mismo del folclore chileno, y las universidades de Oxford y Princeton donde estudió y dejó para siempre la posibilidad de jugar a ser ingenuo y popular. Esos dos mundos contradictorios, de un verso para otro, se reconcilian, y se vuelven a separar. Parra vuelve, poema a poema, a no decidirse por ninguno de sus mundos posibles. Vuelve a trazar con su letra clara y didáctica el plan de una obra que, jugando a borrarse a sí misma, a negarse, y a reconstruirse sobre sus propias cenizas y la de los demás poetas de la poesía chilena, ha terminado por ser voluminosa e innegable. Todo eso, y algo más.
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