Adiós a la Universidad. El eclipse de las Humanidades. Jordi Llovet, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2011.
Leí este libro de Llovet hace unos meses, en su versión catalana, de un tirón, y me alegra ver que ahora aparece en castellano, ya con éxito merecido y muchos lectores. Escrito como confesión personal, con inteligencia y apasionamiento, como conviene al tema y a su autor, Adiós a la Universidad no es la queja de un "intelectual melancólico", o, si lo fuera, es también, desde luego, mucho más. Es un juicio experto, actualizado, meditado y crítico, sobre la deriva de esa vieja institución europea, nacida en la Edad Media y reconstruida en la época de la Ilustración sobre las pautas de un ideal laico, humanista y científico. Como indica su título, el libro justifica una despedida personal, algo prematura, de las aulas universitarias (de la Universidad de Barcelona), pero es, a la vez, una consideración, que no creo intempestiva, sobre la degradación universitaria -con un enfoque que afecta, sobre todo, a las llamadas Humanidades, o, más vulgarmente, estudios de Letras-.
Aunque Llovet se refiere a la decadencia de esos estudios en la Universidad española (y se basa en su experiencia de muchos años en la Central de Barcelona) hay que señalar que, como es sabido, las Humanidades tienen graves crisis en todas partes. Hace ya unos veinte años publiqué en la revista Claves de la Razón Práctica dos o tres ensayos sobre esos temas: El debate de las humanidades, La degradación de la educación universitaria y El eclipse de la literatura. Me hacía eco de algunos libros que analizaban la crisis en Estados Unidos. El más conocido entonces era el de Allan Bloom, The Closing of American Mind (que aquí se tradujo como El cierre de la mente moderna, 1989). Ahora ha insistido en ello, desde otro enfoque, más atento a lo económico, como es signo de los tiempos, Martha Nussbaum en Sin fines de lucro (Katz, 2010). El argumento para reducir la educación humanística es uno definitivo: la escasa o nula rentabilidad de esa educación. ¿A quién le importa que la gente esté más o menos educada, mientras consuma a buen ritmo y tenga TVE e Internet para saber al punto todo? "El que quiera ser culto que lo pague de su bolsillo", como dijo un político.
Dentro de este marco tan adverso a la generosa tradición intelectual que inspiró los viejos ideales universitarios (antes de que se pensara que las Universidades tenían que ser, ante todo, rentables) debemos situar, creo, la reflexión tan personal de Llovet, que nos cuenta con un admirable estilo narrativo y estupendas anécdotas su experiencia y su trayectoria de cuarenta años en un relato de muchas sugerencias y clara amenidad. En ella abundan las ilusiones perdidas y las apuestas intelectuales sin buen final, como esa licenciatura de Literatura Comparada, o las rebajas notorias en los planes de estudio de las actuales Facultades de Letras (desgajadas de la antigua de Filosofía y Letras). Y, en conjunto, se queja de que nuestros estudiantes tienen un horizonte más limitado y más pragmático que antes. (Y leen mucho menos, desde luego). "La Universidad ha quedado reducida a un centro expendedor de títulos y, en el mejor de los casos, de abilities". Los capítulos centrales del libro: 'Estudiantes, profesores y la transmisión del saber' e 'Investigar y publicar' tienen una espléndida lucidez. No menos acertadas me parecen sus observaciones sobre el desastroso Plan Bolonia, que rebaja aún más los niveles de la enseñanza, de modo que, en su mezquino horizonte, nuestras Facultades se banalizan pronto y, con torpe especialismo, "se convierten en algo de tan escasa altura intelectual como una escuela de idiomas o de manualidades". (Y recoger en apéndice el texto de J. L. Pardo: 'La descomposición de la Universidad' está muy bien).
En los capítulos finales: 'Universidad y sociedad', 'Figuras del intelectual', 'Humanidades y nuevas tecnologías' y 'Elogio de la palabra', la reflexión sobre la tradición y el presente cultural demuestra la extensa cultura filosófica y la agudeza crítica de Llovet, que evoca la Ilustración, la lectura, de Platón y Heidegger y muchos otros "maestros del pensar", y critica la degradación del lenguaje y los riesgos de las nuevas tecnologías, esa "sobrevaloración de la técnica" que acaba por embotar toda reflexión auténtica y personal. Ya H. Marcuse, allá por 1968, auguraba la trampa de esa "cultura unidimensional" que los medios imponen cada día más. Los efectos están ahí, según Llovet: "Sin una ciudadanía emancipada desde el punto de vista intelectual, toda democracia tiende a la plutocracia, a la burocracia o a las distintas y más sutiles formas de totalitarismos, como ya es el caso de las actuales mercadocracias".
Tal vez porque mi experiencia universitaria coincide con la suya, comparto todas sus críticas, y admiro la precisión y amenidad con que las expresa. Les agregaría otra en la que él aquí no insiste: la endogamia obtusa de nuestras Universidades, tan satisfechas de sí mismas, blindadas burocráticamente a todo profesor "intruso". (Ver el excelente libro de V. Pérez Díaz: Universidad, ciudadanos y nómadas, Oviedo, 2010). Creo que lo que da prestigio a una Universidad -en contra de tantos burócratas de turno- es ante todo la excelencia vivaz de sus profesores. Lo que uno recuerda de su vida universitaria son los buenos maestros -esos profesores de inolvidables clases magistrales con ideas propias, y poco fardo erudito-, lo que parecen olvidar los pedagogos que dictaminan planes y métodos fatuos. El adiós de Jordi Llovet a la Universidad, decepcionado de su rumbo actual, como otros colegas en estos mismos años, puede dejarnos un cierto sabor amargo. Pero, de todos modos, como importa más el camino que la posada, que diría Cervantes, me alegra este divertido, inteligente y verídico libro de memorias, que es un muy veraz testimonio de un intelectual universitario de perfil ilustrado y refinada ironía.
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